jueves, 17 de noviembre de 2011

Mientras iba al dentista

Foto: I.N., Rambla Catalunya Gran Via, 2011
Seguía hipnotizada por la lectura de un cuento maravilloso de Alice Munro (Too Much Happiness) sobre la vida de Sofia Kovalevski, matemática y escritora rusa del XIX, amiga de Poincaré y de otros célebres, prestigiosa y premiada y primera mujer profesora en una Universidad (de Estocolmo), un placer prolongado por la lectura de un artículo de Marijke Boucherie en el número 06 de la revista Revisiones que alguien me mandó. Ese cuento no sólo tiene una atmósfera tan mágica como La tormenta de nieve de Tolstói que citaba IM en facebook (tren, nieve y recuerdos que asaltan a la viajera), sino que además habla de las dificultades de las mujeres en ese siglo, de las convulsiones de la revolución, de las relaciones y negociaciones con los hombres (y con qué asombrosa realidad quedan los personajes masculinos que Munro retrata: el revolucionario egoísta y frío, el matemático generoso, pero que ve a Sofía como un sueño suyo, que le pertenece, o ese Maxsim corpulento y poderoso, figura paterna por lo simbólico masculino que nunca se hace cargo de nada, o la niña que lleva a cuestas o ese viajero médico misterioso que dará un giro a su viaje final, o las descripciones del modo de ser de los suecos y los rusos, o esa tristeza de una mujer políglota de no poder hablar en ruso a sus amigos e íntimos, tal vez en el fondo lo que la lleva hacia Maxsim, esa lengua y ese nombre, en otra imposibilidad de volver a casa. Curiosamente, la traductora catalana de ese libro, que también bajo el influjo de ese retrato de la Munro buscó el libro de Kovalevski sobre su infancia rusa (yo lo acabo de encargar), me cuenta que en una reseña a esa edición catalana, el crítico declara que se trata del cuento más flojo de la recopilación, y sin embargo, para mí ese cuento largo, casi una nouvelle, merecería ser editado aparte, porque es tan maravilloso y tiene un influjo poético-filosófico tan fuerte y capaz de revolucionar las ideas del lector que nos hace olvidar o hace palidecer el resto del libro. Marijke Boucherie, en ese artículo magnífico que me hace soñar con poder escribir así crítica literaria -con ese espacio, con esa posibilidad material de investigar y con ese conocimiento suyo, que estoy lejos de alcanzar- conecta la estructura del relato de Munro con uno de los principales descubrimientos matemáticos de Sofia Kovalevski, se centra en esa conexión de la matemática con la poesía y la creación de la que se habla en el relato, y además acaba encontrando un rastro anterior, una prefiguración de la propia Munro en una entrevista de años atrás que daría un significado más a un título que ya es poderoso por su fuerza paródica, por su suave ironía, por el fin de las cosas, un significado asociado además por Boucherie a la felicidad de la ficción.
Aparte de eso, qué borrachera literaria leyendo El viajero más lento de EVM, una especie de fiesta lectora y de humor que me permite abstraerme del horror político y material que me rodea, de la rabia que me da ver cómo destruyen el azufaifo cada vez que paso por delante, y de mantener ciertas esperanzas a pesar de los pisotones. "Si vas leyendo por la calle, no me extraña que te pisen", me dice una voz burlona. No es eso. No me importa leer por la calle cuando me conozco el camino, mirándolo de soslayo. Ya lo dije aquí: un día me crucé con un hombre que también leía y levantó la mano para saludarme, en una complicidad también de soslayo. Me reí sin verle del todo la cara. Estuve a punto de decirle algo más a EVM cuando le vi el otro día (tras una conversación genial entre Gonzalo Suárez y él en un decorado de habitación abigarrada y teatral, en el Romea, presentando la novela El síndrome Albatros y hablando de la relación perversa entre la realidad y la ficción), pero me acordé de aquello que decía Zadie Smith en Cambiar de idea, de que cuando alguien te dice que está leyendo un libro tuyo anterior es como si te dijeran que se han encontrado con tu primo segundo en una ciudad a la que nunca más has vuelto. Y es verdad. Los libros nos abandonan, se alejan de nosotros y yo lo sé porque además de ser lectora, a veces escribo, aunque en mi caso es distinto porque no colecciono críticas y artículos magníficos donde otros hacen literatura utilizando la mía, así que los comentarios podrían incluso consolarme, si el libro no me queda muy lejos (hay algún libro que no reconozco como mío y negaré con ferocidad que tengan ninguna relación con mi mano escritora), de ese silencio a veces atronador de los suplementos de periódicos y revistas, aunque guarde en alguna carpeta imaginaria los comentarios de escritores que sí me han leído. Así que sólo le dije a EVM que lo "malo" de leerle es que sus libros suscitan un deseo aún más grande de dejarlo todo y tirarse al sofá a leer sin tasa. Si pudiera vivir de la crítica, otro gallo me cantara. Pero tengo que traducir a destajo y aún así, tal como están las cosas, si no me llega un boleto premiado, tampoco podré seguir. Así que me despido aquí, por el momento...

2 comentarios:

´´ dijo...

“el viajero más lento” es muy bueno , tiene artículos bestiales, yo a este tipo de libros los he bautizado "los libros felices", son” la letra e” de Monterroso ,” el arte de la fuga” de Pitol, “prosas apátridas” de Ribeyro, los “Diarios” de Uriarte, “Manual del distraído” de Rossi, los de artículos y ensayos de Vila-Matas. El jefe de todos es Montaigne.

Yo también leo por la calle cuando salgo de las librerías incluso en la moto, voy de paquete.

Belnu dijo...

Qué buena selección, Francis! Añade ese cuento de Alice Munro, es una maravilla. Vivir como los gatos, pero leyendo además de soñar