lunes, 26 de septiembre de 2011

Impasse

Foto: I.N., Tronco de árbol de la Tamarita, 2009
No logro salir de ese rincón laberíntico de mi novela. Tal vez debería volver a mis paseos solitarios, pero en los últimos días me he dejado secuestrar casi por completo y en lengua francesa, defendiendo, eso sí, mis horas de trabajo otro, entrando en la novela sólo para cambiar minucias de los capítulos dudosos. El indicio más claro para averiguar si debo seguir o abandonar un camino en mi escritura ha sido hasta ahora mi deseo de seguir escribiéndolo. Si sentía ganas de seguir por ahí, significaba que la dirección era la buena. Sin embargo ahora, de pronto, ni siquiera ese deseo está claro: en ciertos momentos, me parece clarísimo que no quiero seguir por ahí, que claramente voy a suprimir esos capítulos en cuestión y que lo que necesito es encontrar otra vía para acercarme al final. Pero cuando entro en el archivo a borrarlos, algo me vuelve a arrastrar en lo escrito, modifico un algo pequeño, y ahí sigo. Quiero pero no quiero. ¿Y qué hacer para averiguar algo más sobre ese deseo? Tal vez por eso me haya dejado llevar por el otro deseo, como si lo físico pudiera resolver lo literario. Y el tiempo ha desaparecido en un remolino.
Vi en mi casa un documental del que hablaré más adelante, porque el tema me interesa y me gustó mucho la mirada que contenía, tan humilde en el sentido eliotiano, me gustó cómo se veía esta ciudad y la modificación sutil de los días en un paisaje urbano y el homenaje universal a La ventana indiscreta, y otras cosas. Estaba leyendo una novelita de la época en que me gustaba McEwan (recomendada por R. de E. hace unas semanas), cuando todavía no había abandonado él tampoco la misma actitud eliotiana, tan necesaria. Curiosamente esa misma cita hizo que el otro día alguien reaccionara y abandonara una pose para enfrentarse a lo que de verdad tenía delante y decirlo, y a mí me conmovió justamente la capacidad de escuchar y cambiar, y cambié yo también. También he seguido leyendo a Trakl, con sus bosques y sus puentes doloridos, los pasos que se acercan con la memoria de la infancia, lo húmedo y oscuro.
Ayer, tras otear un momento el barranco de mi infancia y su olor precisamente trakliano y sus escaleras de viejo ladrillo, paseábamos AS y yo por el jardín húmedo y frondoso de la Tamarita mientras la claridad se iba desvaneciendo en el aire (lástima esa torpe iluminación artificial) anudada como nubes a los árboles más altos. Luego subimos un poco por la avenida Tibidabo, intentando sortear la avalancha de coches que volvían, y a mí me había vuelto el viejo dolor, tal vez por una llamada que tenía que hacer esta mañana y por lo que significa, porque sigue doliéndome lo que le ocurre a alguien cercano. Y acabamos tomando algo en una terraza tan apretujada que no me decidí a hablar de lo importante hasta que no salimos de allí, y sin embargo fue agradable como una pequeña celebración.
Por cierto, ¿lo habré dicho aquí?, el editor de mi libro sobre rincones de la ciudad (donde vuelven a salir ese barranco y ese jardín oscuro) me ha anunciado su intención de publicarlo cuanto antes, aunque yo sé que van desbordados y que será difícil, pero la noticia me ha llenado de alegría. Lo dije en facebook y vinieron más de cien personas a celebrarlo, aunque no sabría decir qué significa esa respuesta...
Vi a la Belle Elaine en la mañana silenciosa de la Mercè, y estuvimos andando a grandes zancadas bajo la lluvia. Aterrizamos en la terraza de un bar empapado y el camarero chino se empeñó en forrar la mesa de papel de periódico en lugar de pasarle un trapo seco. Estuve tomando notas para la presentación de No se lo cuentes a nadie. Lo leí por primera vez de una forma sistemática y descubrí la energética, rica e irónica correspondencia de todas esas mujeres escritoras. También pensé un poco en lo que querría decir en la mesa redonda Literatura en red, literatura enredada el 7 de octubre en la antigua librería Bertrand, ahora Casa del Libro. Hoy veré otro documental en una heroica nueva librería, que abre en estos tiempos de hecatombe. Me agobian un tanto estas semanas llenas de citas y encuentros. Añoro la sensación de semanas blancas sin ninguna cita prefijada, de tener tres días libres seguidos para no hacer nada o para improvisar en el último momento. Et pourtant...

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