domingo, 28 de noviembre de 2010

No he querido pensar

Foto: I.N., Rufus, aprovechando el sol, 2010
En lo de hoy, en ese panorama desolador de la política, la injusticia, la corrupción y el embrutecimiento de este país. Sólo las revelaciones de wikileaks podrán quizás consolarnos mañana si leemos los periódicos.
Ayer por la mañana, en un impulso, vi (gracias a Stalker), Doble suicidio, de Mashiro Shinoda, una película de una poderosa teatralidad y una poética de imágenes que era un regalo para los ojos y el espíritu, con ese principio deconstruido en que el director habla con el escenógrafo contemplando posibles lugares para el suicidio de sus personajes, con las marionetas bunraku en la mano como prefiguración de los actores, y luego ese drama donde se habla de la condición terrible de las mujeres, y del sacrificio, el abandono y la culpa, pero todo con una belleza de imágenes desde lo más delicado y sutil a la apoteosis. Una maravilla en blanco y negro.
Y por la noche fui a ver algo casi opuesto, Uncle Boonmee, del siempre interesante Apichatpong Weerasethakul. Tenía similitudes con Syndromes and a Century, y el paisaje y los actores recordaban a Tropical Malady, con un humor naïf que la hacía distinta, cierto hiperrealismo feísta o kitsch en algunos momentos, pero esa conversación del protagonista con los espíritus, que no están en ninguna parte ("el cielo está sobrevalorado", dice una de ellos, "allí no hay nada. Los espíritus no están asociados a ningún lugar, sólo a los vivos"), y esas otras fantasías, en un mundo horrible y amenazante que sólo asoma por las pantallas de televisión, y una naturaleza maravillosa, y la proximidad animal: aunque sólo fuese por esa escena del búfalo (¿o era un buey?) del principio me habría gustado verla. Por un momento confundí a ese director con el malayo Tsai Ming Liang, de I don't Want to Sleep Alone, una película que me produjo reacciones encontradas y me removió interiormente.
He decidido seguir el consejo inteligente que escuché ayer y retirarme un tanto de las redes facebookianas y etcétera. Es cuestión de disciplina y de ganar tiempo.
Tras reponerme de una oleada matinal de desolación, G. y yo hemos ido a votar. Íbamos despotricando con los horribles votantes de ciu y el pp que veíamos acercarse al colegio electoral, todos con sus barrigas, su fealdad, su embrutecimiento, los mismos que vacían los ceniceros de sus coches en el jardín del azufaifo (mientras que en Tokio, hasta los homeless fuman junto a los ceniceros de la calle, para no ensuciar) y que conducen motos sin silenciador. No estaba la papeleta de ESCONS EN BLANC que pensaba votar y he tenido que protestar para que al fin, la única persona algo cuerda y activa que había en aquellas mesas, se decidiera a ayudarnos. La primera era una señora que ha afirmado que no los conocía ni por asomo, con un énfasis asombroso. "Que usted no los conozca no significa que no existan, señora", le he dicho yo, y les he recordado mi derecho a encontrar todas las candidaturas en esa mesa. Al fin, las papeletas han resultado estar ocultas tras otro montón y hemos podido votar e irnos. Al salir venían los mossos. "Creus que els han cridat per nosaltres?", me ha preguntado G.
Luego, J. me ha llamado y me ha dicho que según los sondeos la debacle del PSC y sus socios era completa y la mayoría casi absoluta de los otros, también, además del ascenso siniestro de los terceros. Y parece que se va confirmando. Creo que los que caen se han ganado esta deblacle a pulso, con la corrupción y la política derechista e injusta que han hecho, con su abandono de la educación pública, su injusticia social y su mezquina política cultural. Lo cual no hace más soportable el ascenso de los otros. ¡Y ni siquiera hablan de la abstención, de los votos en blanco, de los descontentos! ¿Tan pocos éramos? ¿Tan derechista es este país? ¿Hasta los jóvenes han votado este horror? Sigo en Polis...
Yo me he concentrado en ese trabajo de búsqueda y clasificación de las imágenes de mi libro de la ciudad. Es una tarea laboriosa pero me alegra, a pesar de la lentitud. Luego he dado un corto pero brioso paseo helado. La acera está llena de pequeña hojarasca, casi ocultando la basura que tiran los mutantes. El azufaifo está ya casi desnudo. Sé que voy a necesitar mucha escritura, mucho cine, muchas películas japonesas y orientales para soportar lo que vendrá. Y aprender de Rufus. Anteanoche, Rufus se empeñó en llevarme a la terraza a ver el cielo y tenía razón. Era una noche helada, pero el paisaje de luna y estrellas era insólito. Este gato es un caso: viene a buscarme y luego corre hacia el lugar donde quiere que vayamos. Cine, lectura, Rufus y tal vez conversaciones con los espíritus.

lunes, 22 de noviembre de 2010

Anoche

Foto: Tigridia, Yo en el jardín botánico de Palermo, en julio de 2009 (allí llaman bomba a esos árboles)
Fui andando a mi cita para cenar con L. Al salir de casa estaba pensando con tristeza en mis perennes encallamientos con la novela, pero mientras andaba, ese engranaje en que el movimiento de los pies y los brazos conecta misteriosamente con los pensamientos se puso en marcha y me surgieron tres ideas en las que la música fluía otra vez y hoy las he escrito. Si yo pudiera andar por la ciudad sin tantas obras, tantos árboles talados, tantos edificios históricos derruidos, tanta dirección equivocada, tanto estruendo y contaminación, si la ciudad fuera como antes, cuando podía huir del estruendo y de los tubos de escape tomando atajos y callecitas, pero ahora incluso esas callecitas están desventradas... Si pudiera, entonces mis pensamientos avanzarían, porque andando se mueve algo, se desencallan las cosas, fluyen las frases. Además, en la oscuridad no se veía tanto la cara de Mas, que me remueve el higadillo. Ni todos los carteles mentirosos de las elecciones. Por cierto, qué estupendo artículo de Gregorio Morán el sábado en La Vanguardia explicando por qué no votará... Yo tal vez vote esos Escons en blanc, ¿los conocen? Son votos que intentan acaparar escaños que nadie ocupará. Es una forma de protestar y de mostrar el descontento ante las mentiras, corrupción y horrores de nuestros políticos. Qué idea interesante... También me gustó mucho un artículo de Xavier Antich, donde explicaba que los partidos políticos siguen sin considerar que la educación es prioritaria. ¡En este país! No es extraño: pensarán que con gente más analfabeta pueden seguir robando y mangoneando...
Pues bien, esta mañana he podido escribir esas frases en mi novela, seguirlas y ver otra vez un huequecillo por donde continuar, una música...
Después he tenido que ir a Sant Cugat y a pesar del horror construido, allí aún se respira mejor. Olía a chimenea y yo recordaba mi recorrido diario cuando estudiaba y mi facultad estaba allí, y no en Bellaterra. Iba sorteando las caras de los políticos, mirando las hojas de los árboles que se movían (como anoche un tilo en la Rambla Catalunya, que parecía murmurar secretamente) con el viento. He vuelto sin resolver el problema que me llevaba allí, tal vez con más esperanza que cuando iba. Intento ser estoica y paciente. Y otras veces me invade esa rara felicidad que sólo puede explicar el misterio... (o la futura temporada de las lagartijas!) Ayer estuve leyendo un poco Lo que quiero es comprender de Hannah Arendt, me encantó su Carta a Scholem y la primera entrevista, me impresionó (que incluso ella fuese tan mal comprendida y juzgada...) saber a lo que había tenido que enfrentarse, cómo fueron a por ella tras su libro de Eichmann, y me gustó mucho su actitud vital. Cuando le preguntaban sobre su legado, ella decía que ésa era una idea masculina, que ella no pensaba en lo que dejaba, sólo quería comprender, y se sentía feliz cuando alguien comprendía como ella. O cuando le preguntaban si amaba al pueblo judío, ella respondía que para ella ser judía era algo natural, pero que ella no amaba a países ni pueblos, ella amaba a sus amigos. Me gustó con qué mezcla de duda y precisión respondía a las preguntas y la pasión y la vehemencia. Es una bonita edición de Trotta y merecería una reseña en todos los suplementos.
Ha salido ya el número 96 de la revista TURIA con mi artículo Natsume Soseki, escuchar el rumor del mundo. Lo he recibido hoy. Está llena de artículos prometedores... para un viaje en tren. Por cierto, hoy Lydia Oliva y yo hemos estado eligiendo con la diseñadora de Icaria dos posibles fotografías para la portada de nuestro ensayo de escritoras y fotógrafas. Ojalá sea posible la foto maravillosa que hemos elegido... o la segunda. Me haría muchísima ilusión.
Rufus parece feliz.
El jueves 2 de diciembre, a las 19h, en La Central del Raval, presentaré la novela de Deborah Puig-Pey Stiefel, Donde hay Nilad (Menoscuarto), junto con la autora.

sábado, 20 de noviembre de 2010

Esta mañana

Foto: I.N., Rufus y los suricatos, 2010
Ponían un documental sobre África y los desiertos en Arte Tv. En el desierto de Namibia, que es uno de los más áridos y difíciles para la supervivencia, unas nubes marinas traen al alba algo de humedad, y hay un inteligente y brillante escarabajo negro que cada amanecer sube a la cima de las dunas para recoger esas gotas. Era muy bonito verlos allí, en su particular danza para apoderarse de las gotas. Otra danza era la de un lagarto para refrescarse del calor, levantaba las patas lateralmente para darse aire. También hay unos cocodrilos atrapados en el lago que es sólo un vestigio de un antiguo río, con cientos de kilómetros de desierto antes de llegar al agua, así que no pueden moverse de allí. O unos roedores ardillescos que se dan sombra con la cola, convertida en sombrilla y ponen nerviosas a las boas. Salían otros desiertos menos radicales, como el de Kalahari, donde esas nubes marinas llevan leves y efímeras lluvias y gracias a ellas viven otros animales. Rufus estaba conmigo y se ha animado enseguida. Ha ido acercándose al televisor a medida que aparecían animales y mis esfuerzos por alejarle eran vanos. Cuando salían escenas de paisaje, viento y arena, apartaba la vista, pero al aparecer los animales se interesaba más, no tanto el cocodrilo como los suricatos y cuando han llegado al fin los felinos ya estaba directamente implicado. He podido retratarle en algunos de esos momentos. En las pinturas rupestres se veía los animales que llegaron a poblar lo que ahora son desiertos y eran muchísimos: elefantes y felinos, peces en los ríos, jirafas, gacelas y cervatos y muchos otros. Pero era alegre ver cómo algunos bichos se las ingenian para subsistir en un lugar tan imposible (como los camellos).
Luego hablaban tristemente del cambio climático y del deshielo de los polos y la destrucción de las costas. Con el calor, se eleva el aire y llegan por los lados oleadas de aire a sustituirlo, son oleadas furiosas, que causan tsunamis, huracanes y otros fenómenos devastadores. Hablan de construir más lejos de las costas y sobre pilotes, como se hacía en otros tiempos. Ya sé que los revisionistas crecen y que alguna gente progresista defiende que la amenaza del cambio climático forma parte de los mensajes catastrofistas interesados en generar miedo y en abandonar lo social.
Sigo con mis lecturas, las obligadas, las investigativas y las libres y ociosas. He leído la parte de Stet, de Diana Athill (que descubrí gracias a una columna de SVSJ en el Cultura/s) que habla de Jean Rhys, donde queda desmentida la condena personal que le dedicó mi hasta entonces admirado Al Alvarez en Risky Business. Athill la conoció bien y puede retratarla con sus lados oscuros y sus lados luminosos y no es tan implacable y radical como Alvarez, que parece mostrar una contrapartida misógina a su declaración de que Rhys era el mejor escritor inglés vivo (en 1974) y su brillante explicación de la obra de JR. El retrato que hace Athill coincide con la inteligente biografía de Carole Angier, pues las dos cuentan su vida para entender su escritura, sólo que Athill habla desde sus relaciones como editora (ya dice que ser editora incluye hacer muchas veces de nanny, aunque algunos editores hagan lo contrario, como se explicaba aquí), reconoce lo miserablemente parcos que fueron con ella al principio, aunque se excusa diciendo que Jean Rhys era tan educada en sus cartas que no dijo nunca de la miseria en que vivía, ni de la cárcel de su marido, ni de nada y cuando mencionó que una vecina del pueblo perdido en Devon la había acusado de brujería, Athill creyó que bromeaba o exageraba; luego supo que era verdad y que en ese lugar de Inglaterra, esas cosas aún sucedían. Pero ahí está la Jean Rhys escritora exigente y luminosa, capaz de llegar mucho más allá de sí misma al escribir, de superar sus prejuicios y no dejar que se interpusieran en su prosa, con una memoria y un control asombrosos, incluso enferma y vieja, incapaz para la vida, con las transformaciones del alcohol, pero con su humor, su dulzura y su afecto por los amigos, aunque nunca llegase a confiar en nadie del todo. Lo malo es que mi libro de escritoras y fotógrafas (al alimón con Lydia Oliva) está ya en fase de galeradas y yo sigo descubriendo cosas que quisiera añadir. Me veo como aquel pintor francés al que sorprendían en el Louvre con pinceles en el bolsillo y retocando sus cuadros.
Y aún me resuena el eco de los sueños de Descartes del sugerente ensayo de Jacobo Siruela, que pellizco en cuanto puedo.
El miércoles, al hacerme la ecografía, la profesional que se encargaba se aseguró también de darme un susto de muerte. Salí de allí a una hora extraña, las dos del mediodía, en que no podía llamar a ningún médico, pensando oscuramente: "Esto se acaba. No me dará tiempo de acabar mi novela". Sólo estaba Rufus para consolarme. Enseguida procedió a limpiarme meticulosamente la frente, como si quisiera apartar de ahí mis pensamientos negros.
Por suerte, cuando al fin pude hablar, supe que las cosas no eran como esa mujer pretendía y que esa amenaza era seguramente una de esas maneras en que alguien afirma su pequeño o gran poder, asustando a los otros, aunque sólo sea durante unas horas. Me acordé que, años atrás, cuando estaba embarazada, me ocurrió dos veces salir del ecógrafo desesperada para que luego mi médico me dijera que no hiciese ni caso: "Antes", me dijo, "no teníamos estas máquinas, que ahora nos dan a veces una información exagerada, que no necesitamos", y se quejó de que era una lástima que no hicieran su informe calladitos. También pensé en algunos farmacéuticos, deseosos de opinar y sustituir a los médicos. Cuando tuve mi pequeño accidente este verano, la farmacéutica me dijo que al menos tardaría tres meses en poder andar. No le hice ni caso puesto que ni yo se lo había preguntado, ni los traumatólogos eran tan pesimistas: al cabo de unas semanas estaba como nueva.
Es una suerte que haya llovido porque la grúa siniestra que perpetra la destrucción de la desdichada plaça Joaquim Folguera, antes llena de frondosidad, con sus 29 almeces, ha tenido que callarse y dejarnos el primer sábado de tregua. Pero el ayuntamiento no ceja. El otro día vinieron para agujerear el terreno del azufaifo. Quieren construir un "casal" allí, precisamente allí, cuando a unos pocos metros está Vil·la Florida (donde ya diezmaron la frondosidad de árboles maravillosos, de 83 dejaron una decena). El azufaifo está catalogado y teóricamente la ley y todas las administraciones deberían protegerlo. Pero ellos siguen decididos a cargárselo. Yo tendré que encontrar tiempo y energías para volver a objetar. Ahora, el azufaifo tiene las hojas de un verde amarillo y ha empezado a sacudírselas, alfombrando su jardín de esos colores, cubriendo la basura que le arrojan.
Este país no tiene solución. Los políticos son mutantes, pero muchos vecinos también lo son. Sólo piensan en llenar la barriga y tener su coche en el parking. Y se dejan aplastar y estafar por Bancos y gobiernos sin rechistar. Ayer oí a una señora en el andén de los FFCC que, al oír por el altavoz las noticias de la huelga de trenes del lunes, empezó a quejarse en voz alta, en mi dirección. Estuve a punto de decirle: "Oiga, ellos tienen razón", pero preferí alejarme de ella y sumergirme en mi lectura. En Fb había noticias del suicidio de dos obreros en paro y desahauciados, con familia. Mientras, el gobierno llamado socialista se dedica a complacer a los bancos y las grandes corporaciones. Y la gente desaprueba las huelgas y traga sin fin. Yo sigo soñando con huir a una ciudad francesa (ya sé que no es la panacea, pero allí no cortan los árboles y la gente no se deja avasallar sin ir a la huelga). Un amigo de Fb, fotógrafo viajero y cineasta, que ahora atraviesa Colombia, me dice que cuando logra un momento de conexión, mira a ver si he hecho un post; dice que tiene mono. Estas líneas van dedicadas a él.

jueves, 18 de noviembre de 2010

Anoche, en el Teatre L'Atlàntida de Vic

Foto: I.N., Rufus, el sofá y la plaquette, 2010
En el ciclo Pas a dos, a las 20.30, Víctor Sunyol y yo hablamos de Danielle Collobert y de la traducción que Antoni Clapés y el propio Sunyol hicieron de su Il donc, Allò doncs y Montse Vellvehí leyó algunos de los poemas. Víctor Sunyol trazó su perfil vital y poético, habló de la experiencia de traducirla a cuatro manos y definió muy bien la escritura y el radicalismo de la Collobert, que se suicidó el día que cumplía 38 años. Yo leí primero un texto de (su amigo y editor) Uccio Esposito Torrigiani sobre ella, y después leí entero el texto de mi conferencia publicado como plaquette en Cafè Central, y que puede encontrarse en las librerías Laie, La Central y Xoroi, Danielle Collobert, Naufragi en un mar de paraules, que es un texto sobre el dolor, el goce lacaniano, los amigos, la escritura. Y al final leí un fragmento de prosa de la Collobert, que había traducido al catalán, un texto que marca su abandono del puesto de profesora de filosofía en un instituto y el principio de su peregrinación y su escritura.
En Vic hacía un frío radical, helaba y la niebla baja generaba una humedad en el suelo, como si anduviéramos por un pantano. Pero me gustó ver desierta esa plaza maravillosa italianizante, que Dolors Udina calificó de la millor plaça de Catalunya, y el casino, y sentí deseos de volver a la luz del día para ir al museo y a la catedral.
Curiosamente, en ese espacio impresionante del Teatre Atlàntida (Centre d'Arts Escèniques d'Osona), no había calefacción, ni tampoco en el restaurante al que luego fuimos a cenar, y yo estaba helada. El frío me mordía los huesos. Hoy he madrugado mucho, tenía que desayunar y cumplir con las seis horas de ayuno necesarias para una ecografía, y después del té no podía dormir, así que me he echado en el sofá a leer lo que más me apetecía, olvidando todos mis deberes, ya que a esas horas me consideraba de vacaciones. Así pues, como diría Sagarra, me he zampado las primeras cincuenta páginas de El mundo bajo los párpados, de Jacobo Siruela, perfecto para soñar sin dormir, hondamente borgiano en la atmósfera (aunque con una escritura más neutra y ensayística), no sin humor y libertad en el tono y realmente sugestivo en su recorrido del mundo onírico a través de la historia, con esos sueños de monarcas guerreros, o sueños de cristianos primeros donde se filtra lo pagano, o los sueños anticipativos como las pesadillas de Lincoln antes de ser asesinado, aunque su punto de vista sea junguiano y no freudiano y algunas menciones a lo freudiano me parezcan a mí reductivas (para completarlo, espero que me llegue esa Historia del sueño de Mauro Mancia, que encargué al librero de la calle Berlinès, y que él mismo recomendaba en la radio). Me dijeron que no cita el libro de Sueños de Teodoro W. Adorno, que es mi favorito sobre el tema; tengo que comprobarlo. Pero el libro de Jacobo Siruela, además de esa sagèsse en la ingente documentación bibliográfica, que muestra su pasión investigadora, tiene a veces ese elemento misterioso de un thriller poético y jamesiano, y reúne con soltura el mundo de los fantasmas de Henry James con la atmósfera de Hitchcock. Me encantó la paradoja de los sueños de Descartes.
Rufus es un compañero perfecto para el sofá. Apoya la barbilla en la manta que me cubre y expande su ronroneo y su vibración onírica con una suavidad maravillosa. Ayer, sumida en un agotamiento considerable y sabiendo que luego tendría que resistir la nocturnidad teatral, me eché una breve siesta en el mismo sofá y me pareció que el sueño de Rufus multiplicaba la profundidad del mío y me ayudaba a cruzar esos (para mí) largos umbrales del sueño (hay gente que tiene unos umbrales tan ínfimos de entrada en el sueño que se duerme mientras habla, lo cual, a los que tenemos que recorrer un largo túnel carnoso o arquitectónico para llegar a adentrarnos en ese reino onírico, nos resulta casi ofensivo).
Creo que ayer, la presentación de Collobert salió bien, réussie; se notaba en la vibración de nuestras voces en la sala, en el silencio atento del público y los aplausos del final, aunque yo me olvidé de especificar que iba a leer un texto mío, ese Naufragi en un mar de paraules y que la plaquette podía encontrarse en esas librerías, publicada por Cafè Central. Luego, algunos se acercaron a preguntarme y comprendí que no lo había aclarado. Además, fue muy agradable el encuentro, y también las conversaciones de antes y después.
Por cierto, acabo de darme cuenta de que ayer era mi santa; claro que antiguamente se celebraba el 19, o sea, mañana. En realidad, hace años que no me felicito en esa fecha, pero siempre siento que me falta un regalo. Creo que el personaje era una reina de Hungría.
Al levantarme temprano he oído cantar un mirlo (¿un vestigio de la primavera?) y he visto cómo la sala se iba llenando de la luz del alba. Y ahora el sol se está levantando y enciende una luz detrás de unas nubes altas, que parecen florescencias luminosas.

domingo, 14 de noviembre de 2010

De Kluge y los sueños

Foto: I.N. Detalle de la Plaça Joaquim Folguera, antes de que el ayuntamiento la destruyera para preservar un parking, 2010
He soñado que participaba en una compleja y minuciosa revolución; era un sueño vistoso e intenso, dramatizado, sin duda influida por las casi tres horas de capítulos de Noticias de la antigüedad ideológica de Alexander Kluge que tuve la suerte de ver en el CCCB, gracias a la Otra Bel y al festival Alternativa. Lo presentaron la directora de Alternativa y Betina Blümner del Goethe Institut con entusiasmo e inteligencia; animaban a quedarse. Kluge retoma las notas de Eisenstein de su proyecto de filmar El capital de Marx con la misma estructura del Ulysses de Joyce y filma su propio experimento, con una creatividad ingeniosa y poética, basada en sus libres asociaciones y su humor hilarante, su mirada crítica sobre el mundo, nuestro mundo, con unos títulos de crédito maravillosos, que son casi animaciones y que palpitan de ese humor y esa poética crítica, y unas entrevistas afinadas e inteligentes, como la de la historiadora del cine que cuenta cómo se conocieron Eisenstein y Joyce, ambos ya ciegos, cómo Eisenstein acabó de montar Octubre de memoria, sin ver, en un extenuamiento físico al que las drogas no ayudaban precisamente, y su delirio creador, y los psicoanalistas que le atendían, y los diferentes objetivos de Joyce, convencido de que sólo dos cineastas podían llevar al cine su Ulysses y uno era Eisenstein. O la hilarante y genial entrevista con Hans Magnus Eszenberger y su discusión sobre el fracaso del tema económico en la lírica o el silencio de la poesía sobre la economía y las maneras de unir y las metáforas poético-económicas, o sus reflexiones sobre si Marx era feliz y si era realmente buen amigo de Engels, o la conversación memorable, surrealista y llena de genialidad, con la bisnieta de la intérprete de Lenin, y su desmontaje del estereotipo del alma rusa (como en Rusia el psicoanálisis estuvo prohibido, la gente se presenta en casa de otros para contarse las cosas más terribles y pedir ayuda) y su deconstrucción de la palabra "alma" y sus interrogaciones: ¿Tiene alma un reloj? No, un reloj tiene mechanismus, que es una palabra rusa. ¿Y tiene alma la economía? Por supuesto. ¿Tiene alma el dinero? No lo sabe... O los jóvenes (actores del Berliner Ensemble que leen al unísono exacto en alemán Das Kapital) que se preparan para examinarse como agentes de la Stassi e intentan descifrar las frases de Marx. Y las imágenes del pasado y de la globalización que nos esclaviza. Y ese lamento musical por los objetos de supermercado sin vender, la tristeza de las máquinas abandonadas por el hombre. La película habla de la esclavitud laboral de nuestro mundo, de la supuesta crisis, de las trmpas de la política, pero también habla de la historia del comunismo, del espionaje, del arte, la música, la belleza y de todas las cosas. La música es fantástica. Tanto talento... Una gozada. En la puerta vendían la interesante revista Shangrila, un número que celebra a Kluge.
Esta tarde continúa el ciclo en el Auditori del Macba. Vayan si pueden. Esa película tiene veinte horas, pero uno puede ver los capítulos que pueda. Por desgracia me perderé la sesión de hoy, sobre todo el capítulo de Peter Sloterdjik. No cejaré hasta encontrar esos dvds para poder irlos viendo en mi casa...
Ah, me encantó lo que Saul Bellow decía de Marilyn Monroe en el Babelia (a diferencia de otro que la denigraba en el mismo suplemento) y sus cartas en general, aunque creo que se equivocaba en convocar a MVLL para ese empeño. Y también me gustó mucho Denise Affonço, su forma de contar el horror de los jemeres rojos, su expresión -definitiva!- y su humor (la broma sobre la dieta de insectos). Voy a buscar ese libro suyo.

viernes, 12 de noviembre de 2010

Oía

Foto: I.N. Autorretrato entre armarios, 2010
Una música de guitarra latina algo anticuada que llegaba extrañamente de la casa vecina, donde sólo suele oírse música clásica o en todo caso francesa. Esto ocurrió anoche: yo leía en el sofá, con Rufus sumido en su sueño profundo e irradiante, pegado a mis tobillos, e intentaba sustituir una lastimosa sensación autocompasiva con la lectura, pero era en vano, me admiraba de la escritura ajena pensando en mis libros otros, en lo que antes sabía escribir, y en mi novela extraña creciendo y deshaciéndose sin encontrar el arrastre de siempre. Una estúpida pero hábil voz negativa, familiar, es decir, secuestrada de mi infancia, me decía: tú has perdido el rastro de tu escritura y ahora vas a adentrarte en ese terreno ajeno porque sí... Me quedé dormida y tuve un sueño demasiado evidente, aunque con la belleza de ese lenguaje y su abarrocamiento.
Había visto a alguien que antes era hospitalario y amigo y ahora parece condicionado por la opinión ajena, vuelto contra mí sin poder decirlo, fingiendo una naturalidad o una simpatía que ya no siente, manteniendo un hilo que ya no está. Aunque yo necesito comprobar antes de decidir, me puso de malhumor, justo antes de salir a la calle Autopista, con su bosque de feas farolas exageradas y coches rugiendo como tigres (but tiggers are better-looking, aren't they?), intentar una vez más en vano entrar a una tienda de móviles -pero la cola era larga y lenta y asfixiante), comprar otra plancha para sustituir a la rota, buscar rábano negro para desintoxicar, y empezar a curarme de mis pequeños malestares insidiosos.
No te preocupes, me dijo alguien hablando de la precariedad material, esto es transitorio y yo puedo ayudarte mientras dure, como tú me ayudaste a mí. Pero ahí estaba mi sueño, con su conclusión esperanzadora, sin repetir ya el motivo de siempre. Otra vez necesito valor para seguir, para entrar con el machete apartando maleza, hierbajos y espinos, si pudiera... Y antes me queda rescatar y ordenar las fotos de mi libro de la ciudad, otra vez me ataca el síndrome antillano de Jean Rhys, y si no me arrancan el manuscrito...
Cuando escribimos nos entienden felizmente algunos, pero también surgen esos hocicamientos envidiosos de gente que no puede vivir sin nosotros, sin venir a insultarnos, que quisiera dejar sus excrementos y su estupidez en nuestro espacio, sin darse cuenta de que su propia insistencia demuestra sólo su torpe admiración y su deseo... ¡Ja! (esa carcajada triunfante la tomo prestada de mi amiga americana, que diría Ha!). Ellos no pueden entender ni imaginar mis oleadas de felicidad ni saber que incluso ellos son digeridos y transformados en algo alegre, casi un triunfo y que, como dijo la Esfinge la última vez que la vi, me han servido de entrenamiento y ahora me río victoriosa mientras escupo sus huesitos.
Mientras desayunaba, he visto Toni Takitani, de Jun Ichikawa. Habla del duelo y la pérdida y también de la belleza y el vacío y acude a un derrotado y prisionero japonés de la Segunda Guerra para explicar la tristeza y la incapacidad paterna de un personaje. Pero había algo, quizás en esa obsesión fetichista por la moda, las marcas y el vacío (eso sí, el buen gusto hace que todo parezca bonito y nada impostado ni tenga ese exceso abarrocado y a veces peripatético del lujo visto a la occidental, y en esa protagonista no me molestaban siquiera los tacones) que me ha hecho pensar en Murakami, un escritor que no es my cup of tea, aunque siempre tenga algo, pero que me da la sensación de que escoja sus ingredientes para hacer un plato muy bien presentado y le falte algo de verdad, y que en el fondo, a pesar de las apariencias, resulte tranquilizador incluso al contar una historia triste, como si le dijera al espectador: "Es comprensible, su historia es muy particular, no te afecta a ti". Y al ver los títulos de crédito del final (no vi los del principio!) resultó que estaba basada en una novela de Murakami. Y pese a todo me ha gustado verla, me ha sorprendido cómo con esas imágenes de vídeo podía lograr una reducción casi beckettiana a veces, contando todo con voz en off, ilustrada por esas escenas frías y grises.
Qué felicidad el silencio de los sábados, incluso la idea de escoger las fotos de mi libro me hace ilusión. O entrar en esa jungla de mi novela. Voy a poner música mientras tanto...
Last minute news. Acabo de saber que ha muerto Luis G. Berlanga, con quien tuve la suerte de trabajar en el Jurado de La Sonrisa Vertical y del que guardo recuerdos alegres e hilarantes. De ese Jurado primero murió Gil de Biedma, luego Ricardo Muñoz Suay, pero también Juan García Hortelano, Fernando Fernán Gómez y luego murió Toni López: qué ráfaga melancólica porque era un grupo encantador y lleno de humor y genialidad. Otro día contaré mi historia del director de El verdugo, Plácido y de tantas películas memorables durante décadas. O quizás la cuente en algún libro. Pero quería decirle adiós desde aquí.

jueves, 11 de noviembre de 2010

Comprendo que no comprendan

Foto: I.N., Rufus hoy, 2010
Yo nunca he escrito aquí para que nadie me consuele, ni para que me animen en ningún sentido. Yo sólo escribo porque siento urgencia de escribir, pero lo que escribo no debería ser interpretado literalmente, ni siquiera como un estado de ánimo. A veces alguien me deja comentarios, aquí o en Facebook, diciéndome "¡Ánimo! ¡Tú puedes!" etc., y yo lo comprendo, y acepto su buena voluntad, pero me desconciertan muchísimo porque yo no necesariamente siento como lo que escribo, y menos aún unos minutos después de escribirlo. Y cada vez que recibo esos mensajes, pienso ¿qué habré escrito? y vuelvo a leerme buscando esa supuesta melancolía.
La escritura tiene su propia vida, que empieza en cuanto las letras se posan juntas como moscas pequeñas que murieran o se disecaran en el papel. Así que les agradezco mucho la buena intención, pero no se preocupen por animarme. Claro que peor son aquellos comentarios que intentan claramente lo contrario, ¡pero esos no pasan los filtros!
He estado bailando con Rufus o para Rufus, que se ha retirado al interior en cuanto el sol ha desaparecido de su terracita. Luego he escrito un poquísimo y he vuelto a traducir. Me he encontrado mal todo el día. He estado conferenciando con mi amigo serbio, a una hora de cierta desolación, yo le he aclarado dudas de castellano y él me ha aclarado dudas de muy distinto cariz. Al acabar me ha llamado mi amiga M, que hacía siglos y me ha dado alguno de sus sabios consejos. Después he ido con C. a una especie de club de socios que compran verdura y fruta ecológica (y pronto pan, huevos, etc.) directamente a los agricultores y productores, de máxima calidad. Detrás tienen un proyecto mucho más grande de empresas con nuevos modos, digamos, empáticos, o sea, sin mentalidad psicopática, y alrededor hay de esos nuevos bancos éticos, ongs de mujeres maltratadas, de recuperación de incapacitados y no sé cuántas cosas. Sonaba interesante y me he apuntado. Me han regalado una lechuga maravillosa, parecía francesa, y alguna fruta.
Se me olvidaba, ayer vi un hombre que paseaba a su perra, una terrier airedale preciosa y negra y tiraba de ella mascullando sobre la estupidez de querer olerlo todo. Estuve a punto de decirle: "Pero oiga, ¿no sabe que los perros reconstruyen la historia de los que han pasado antes? Un poco de respeto!" Pero no lo hice. Al llegar a casa abrí distraídamente y al azar el volumen II de los Essais de Montaigne y qué maravilla, dos páginas o tres dedicadas a nuestra ignorancia de los animales y nuestro desdén ignorante, y hablaba de peces y hormigas y elefantes, un párrafo maravilloso, demasiado largo para citarlo aquí, pero que me recordó a dos bloggers amigos.
Yo, que tengo una obsesión con el tiempo, nunca encontraba el momento para escuchar un programa de radio que me gusta, sobre psicoanálisis, "Hablamos", donde entrevistan a un psicoanalista sobre un tema (el último, los sueños, con Laura Frucella) y el Librero de la calle Berlinès recomienda libros. Justamente recomendaba El mundo bajo los párpados de Jacobo Siruela (Atalanta) e Historia del sueño de Mauro Mancia (Biblioteca Nueva), ya que se hablaba de sueños. Ayer lo encontré. Mientras escaneo los textos para mi curso... Aquí se pueden escuchar todos los podcasts y aquí el programa de los sueños.
Y ahora me retiro a leer, pero quería dejar aquí este post rápido, con un retrato que le he hecho a Rufus hoy.

miércoles, 10 de noviembre de 2010

Se escaparon unos días

Foto: I.N. Romanyà de la Selva, 2010
No sé cómo, traduciendo y preparando clases, intentando no preocuparme por el futuro inmediato y frenar mis fantasías de acabar acampada al pie del azufaifo, haciendo compañía a las ratas (no sé si Rufus aceptaría el cambio) y a las basuras que los mutantes de este barrio siguen tirando a ese bonito jardín. En algunos momentos me vuelve la vieja alegría y me acuerdo de la frase de un amigo anglosajón que dejó de venir por estos lares: Something good will happen. Por fuerza tiene que ser.
De vez en cuando pierdo tiempo intentando canjear unos puntos por un teléfono, ya que el mío agoniza, pero sigo sin aclararme con los extraños interlocutores de la compañía y con los desabridos empleados de las tiendas que los suministran. Todo ese entorno parece una gran burla.
He logrado entregar el manuscrito de mi libro de rincones de la ciudad (ya tenía el síndrome de Jean Rhys, aunque sin su escritura, no lograba arrancármelo ni desprenderme de él). Me falta ordenar las fotos y encontrar las citas. He aceptado que mi libro Algunos hombres...y otras mujeres se convierta en ebook y se venda en amazon y otros portales. Les avisaré cuando esa posibilidad exista. También he sabido que ese libro estará pronto en México, Colombia y otros países latinoamericanos, además de en la próxima feria de Guadalajara.
Leía al brillante Al Alvarez y me sorprendió comprobar dolorosamente (yo, que estaba a punto de cofundar un club de fans de Al Alvarez junto con un librero-poeta-cinéfilo que siempre me habló de él) que su defensa de Jean Rhys (en 1974 la calificó como "el mejor escritor en inglés vivo") tenía una dura contrapartida misógina. Pero esa comprobación se ha repetido tantas veces en mi vida, con Schopenhauer, con Nietszche, con Valle Inclán, con tantos escritores y pensadores que me gustaban, ¡incluyendo a Maupassant! O a Bolaño o a Gorz. Por eso cuando encuentro a alguno que no se deja llevar en algún momento de su escritura por esos accesos de rabia y resentimiento contra su madre y como reflejo, contra todas las mujeres del mundo, me siento agradecida y aliviada (es un fenómeno que raras veces ocurre).
Tantas cosas al mismo tiempo me dan la sensación de no avanzar en ninguna. Tal vez sería mejor avanzar sólo en una y acabar, como aquel chiringuito de una playa gallega donde daban una comida maravillosa, pero tenían un extraño sistema: servían a una mesa y no empezaban con otra hasta que los comensales de aquella mesa terminaban los cafés y pagaban su cuenta. Pero me siento incapaz. De modo que todo está a medias, excepto la traducción de uno de los libros de Maeve Brennan, que empieza a acercarse prometedoramente a su fin.
Los sueños pasan un momento por mi conciencia y se desvanecen, irónicamente, cuando ya había incluso pensado en ellos.
Vi la película sobre facebook, y me dieron ganas de abandonar todas las redes, incluyendo este blog. De pronto me angustió tanta visibilidad. No es una gran película, pero tiene su interés porque muestra cómo empezó la cosa. Volví a pensar que pese a todos sus defectos, un país donde se premia tanto el talento, aunque sea producto de alguien anónimo, tiene siempre muchas más maneras de avanzar que un país donde sólo se consideran los nombres y apellidos (o el éxito y el poder adquiridos en otro lugar) y donde la excelencia en ningún ámbito parece tener repercusiones.
Fui a la fiesta del premio Herralde de novela, uno de los dos únicos acontecimientos del mundo literario del curso a los que voy, preferentemente sola y poco rato, sabiendo que recibiré la misma lluvia de desplantes y condescendencia de la gente más mediocre y el saludo más normal de los que no necesitan esforzarse en expresar desdén para sentirse mejor. Los más despectivos son a veces traductores o empleados editoriales y también algunos grandes editores; el desdén no coincide necesariamente con el poder real. De hecho, en una de esas grandes fiestas, la persona más amable y encantadora conmigo fue Claudio Magris, justo después de que una pareja de traductor y empleada editorial me esnobearan ostensiblemente. Pero esta vez fui con un amigo y me encontré con tres más y empezamos a hablar y a reírnos de tal modo que casi olvidé hacer la ronda y veía cómo algunos de los más highnosed me miraban de soslayo como diciendo: "Mira qué bien lo está pasando. Ni siquiera nos da la oportunidad de mostrarle desprecio" (Debe ser extraño ser así, poner tanta energía en esa expresión de desdén. Siento tentaciones de encajar ese personal en mi novela). Y otros incluso se acercaron a saludarme, desconcertados de verme tan abstraída en una charla amistosa. Acabamos cenando en el Giardinetto, en cuya parte de abajo había más refugiados del premio. Con todo, al día siguiente me levanté con unos cuantos males físicos, quién sabe si el contacto con ese mundillo tan mezquino y autocomplaciente produce resaca a pesar del escudo de los amigos. (Me gustó el título de la novela ganadora, Tres ataúdes blancos. No entendí por qué no hubo finalista).
Leo la prensa con precaución y aprensión. Estoy considerando la posibilidad de leer sólo prensa extranjera, por cuestiones de salud, naturelich. Y he entrado en otra fase de dudas novelísticas. Me pregunto por qué me metí en esto, in the first place, en lugar de seguir con otro libro de cuentos. Pero la respuesta llega enseguida: algo, un resorte interno me obligaba, a pesar de los pesares. Y yo que creí que sería más feliz como novelista... Por cierto, una cita de Jean Rhys que me consuela en momentos de duda: "All of writing is a huge lake. There are great rivers that feed the lake, like Tolstoy and Dostoyevsky. And there are mere trickles, like Jean Rhys. All that matters is feeding the lake." Jean Rhys
Mi reseña en La Vanguardia Cultura/s de hoy, sobre la biografía de John Cheever.

viernes, 5 de noviembre de 2010

Hace días que no escribo aquí

Foto: I.N., Autorretrato borroso, 2010
Ni casi en ninguna parte. Es verdad que hubo unos días en que, sin saber por qué, quizás como ejercicio contra mi terror a la novela, pensando que tal vez tendría la suerte de Jean Rhys cuando escribió un poema con la voz de Rochester y al fin comprendió cómo seguir su Wide Sargasso Sea sin caer en la autocompasión, o quién sabe por qué, o sin ninguna razón, escribí unos poemas. Lo hice sin expectativas; sé que soy demasiado narrativa, que el misterio de la poesía y sus silencios se me escapan (aunque algunos silencios hay siempre en los cuentos, pero no tanto).
Uno de esos poemas, el primero, surgió de una frase que escribí aquí, pero que no podía seguir aquí. O mejor dicho, surgió de algo que me dijo Stalker sobre un libro. Algo que me sobresaltó por la pérdida que significaba para mí. Así que me fui a casa pensando en algo que acabó generando ese extraño poema inútil. Ya que es absurdo hablar de utilidad...
Enseñé dos de esos poemas a tres amigas poetas y a un buen lector (el hombre que llamaba...). Les dije que podían ser implacables, porque no espero nada en ese territorio, pero no lo fueron, quién sabe por qué, me animaron a seguir. En cuanto al lector, también él tuvo buenas palabras para mis tentativas. Y yo sigo sorprendida.
Como no sé qué hacer con ellos, tal vez siga el ejemplo de Soseki en Choses dont je me souviens (yo lo leí en francés/ por cierto, que mi artículo sobre Soseki saldrá a finales de este mes en Turia) y los meta en mi novela. O tal vez no lo haga.
Llevo unos días traduciendo a destajo. Ya sólo me quedan cincuenta y pico páginas de Maeve Brennan en Nueva York y cada vez me gusta más ese libro. Aún no sé qué título le pondremos. Tengo ganas de volver a Giono, aunque el ritmo será muy distinto, malheureusement...
Le compré a Rufus una mantita-almohadón de pelo de oveja, pero desconfía y no ha querido echarse en ella. Sólo cuando yo he apoyado la cabeza en la mantita para descontracturarme en el suelo, él ha venido corriendo a compartirla conmigo. En este momento me está mirando con esos ojos redondos, pero si le digo "¡Rufus de Bengala!" los cierra inmediatamente como un gato chino.
Sigo leyendo Jin Ping Mei, además de mis autoras de los cursos. Hoy he estado escuchando a Lauryn Hill, Karen Dalton, Billie Holyday, Barbara, sólo voces femeninas, un poco por accidente. Aún no he podido empezar a ver mis películas japonesas. Ayer tuve una extraña sorpresa. Una antigua profesora mía de la facultad vino a verme y me pidió que le presentara su libro de Memorias, posiblemente junto con un prestigioso filósofo. Yo leí el prólogo y algo más y le dije que sí. Luego leí un poco más y el libro empezó a interpelarme inesperadamente en otra dirección. Esta mañana, mientras veía en Arte Tv una pieza sobre templos, me preguntaba sobre esa reacción mía y he pensado que la mencionaría en la presentación. La fecha es extraña para mí, el aniversario de la muerte de mi padre, 2 de diciembre: esta vez serán doce años de su muerte. Tal vez presentar un libro de una familia tan distinta a la mía sirva para conjurar el significado del día. Quién sabe. Karen Dalton también me ha hecho pensar en una vieja pérdida radical.

lunes, 1 de noviembre de 2010

Un paseo

Foto: I.N. Árbol contra el cielo en Ganduxer, 2010
Por la mañana me había despertado melancólica. Anoche quedé a cenar en el Born y el panorama que me rodeaba me llenó de desolación. Ese barrio tan bonito, ahora tan degradado, lleno de basuras en el suelo, sin contenedores, de tiendas-basura, de turismo cutre, ayer era además un circo con la fiesta de Halloween, con tantos grupos vestidos de demonietes ridículos y un griterío enorme. Llegué a la cena con un mood tan bajo que hoy he procurado disculparme. Tal vez había algo estúpidamente hormonal en mi malestar que se añadía a las circunstancias, la situación desesperanzada del país, mis incertidumbres, y esa destrucción de la ciudad, que hace difícil andar como a mí me gusta, como necesito para pensar y para no anquilosarme. Me invadía un miedo al futuro y un agotamiento considerable. Y tal vez la fecha, que se acerca a mi propio aniversario fúnebre. Pensaba en mi libro de BCN y me entraba terror de pensar en lo que había escrito. Me puse a leer Jin Ping Mei y al fin me quedé dormida. Y sin embargo, esta mañana, cuando he salido a dar un paseo, mi ánimo ya había empezado a cambiar bruscamente.
Iba a repetir una foto que me faltaba en el libro, así que he echado a andar por un trayecto caprichosamente elegido, resiguiendo los árboles (pero no para talarlos, como nuestros políticos, sino para contemplar sus sombras, las hojas moviéndose, la curvatura del tronco, su respiración con la brisa) que quedan, hasta llegar a la casa donde viví tantos años.
Me cruzaba sólo con gente cargada de panellets, que entraban o salían del coche, subían o bajaban de la moto cargados de comida. Yo pensaba: Es un país tan uniforme y tradicional que apenas hay nadie que no siga las costumbres. Además, nuestros políticos, que tanto han fomentado el uso del coche y la moto, han contribuido a crear esas enormes barrigas. En este país la gente no anda, o sólo anda unos pocos metros para sacar al perro, a última hora, hablando por teléfono. Los de la moto aún acaban engordando más, porque llegan con ella hasta la puerta. Claro que nuestro alcalde ya intenta que todos tengan parking en la puerta, que no tengan que dar dos pasos. Además, la ignorancia y la desmemoria histórica, que llevan a la burramia y la evasión, ayuda a que la gente sólo piense en comida. De modo que además de extender la fealdad del cemento, estos políticos extienden la fealdad personal. No me hagan caso, es sólo una idea. Pero lo cierto es que, como decía L.O., hasta en Perpinyà hay más gente solitaria cenando en un restaurante oriental o en un italiano en nochebuena o navidad que aquí, donde lo familiar y tradicional es absoluto. Los poquísimos que no seguimos la tendencia general -vivir solo, no tener coche ni parking, no ir los fines de semana al Empordà, desplazarse sobre todo a pie, no hacer algo especialmente social los sábados, no hacer planes para agosto, pasear o ir al cine en solitario- somos considerados muy raros, si no locos. Pero hoy era el día de los muertos. Y tal vez la gente coma todos esos dulces para olvidar lo amargo, como decía Bel M. O tal vez el mazapán, que es indigerible, como goma dos pero en dulce, sea una metáfora de todo lo que la gente tiene que tragar en este pobre país.
He vuelto recobrada del paseo, casi radiante. Mientras andaba se me han ocurrido tres cosas para los distintos libros, que he anotado en un cuadernillo: esos pensamientos que sólo surgen andando. Luego he estado corrigiendo ese libro y no me parecía terrible, a ratos incluso me gustaba, aunque a veces aún me invaden oleadas de duda. He visto a Rufus visitando a su amiga felina en la casa de al lado; Rufus me miraba atónito: ¿qué haces tú aquí?, parecía preguntar. A veces, cuando me acerco, intenta jugar con mi pelo como si fueran hilos...
Ayer escribí dos poemas. Lo hice como ejercicio, ya que desconozco ese lenguaje, el misterio de lo poético y ese sindecir se me escapa por completo. Pero me divirtió el ejercicio, sobre todo porque una poeta con paciencia me ayudó a podar un poco el primero (no me atreví a enseñarle el segundo). No tengo ningún futuro como poeta, ni expectativa alguna, tal vez por eso lo pasé bien, como dibujando, aunque no impidió la caída de mi état d'âme al llegar a Ciutat Vella.
Y en cuanto a los muertos, a mí me visitan los míos; no me hace falta un lugar donde ir a buscarlos, hay incluso lugares de la ciudad donde su memoria me asalta. Vienen volando a murmurarme, se acercan levemente, como mariposas.