domingo, 31 de enero de 2010

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Foto: I.N., Cielo de poniente en la Bonanova, enero 2010
El sábado logré cierta sensación de deber cumplido con mi reseña y además tuve una conversación interesante que no sólo despejó la inquietud de los malos entendidos sino que me hizo descubrir algo, algo que tal vez esté conectado a mis problemas para abordar esa novela mía, que sólo existe en mi cabeza.
Vi La infancia de Ivan, de Tarkovsky (basada en un cuento de Vladimir Bogomolov), me encantó. Qué manera de contar la guerra, tan táctil, tan cercana, muy sencilla, despojada de esa narrativa banal y didáctica de tantas películas, sin pretensiones épicas ni redobles de tambor ni siquiera al final en las escenas de la derrota nazi, ajustando bien música y silencios. El paisaje, el barro, el río con los árboles hundidos, ¡el bosque de abedules! (al ver aquel bosque estuve a punto de echarme a llorar, preguntándome por qué sigo viviendo en un país donde talan los árboles, que yo necesito para respirar, para ser), los sueños de infancia de Ivan (la luminosidad de su playa era la mía, mi única escena dibujada hasta la obsesión y ahora traducida al inglés de esa extraña novela), los juegos, el carro, las caras de su hermana en movimiento, la luz del verano, la sonrisa de la madre, los dos asomados al hondísimo pozo, la estrella en el pozo ("para nosotros es de día, para ella siempre es de noche"), el niño endurecido, sus ideas de venganza, su misión contra los nazis, en la guerra, los soldados, las pausas, la sensualidad contenida en esas pausas, el gramófono, y al final el suicidio de Goebbels y el hallazgo siniestro. Silencios, murmullos, conversaciones, con una poética sutil y la musicalidad suave y melancólica de la lengua rusa en esos huecos.
El domingo, tras bañarme todo el día en la música del festival de Nantes, la Folle journée retransmitida por Arte tv y France Musique, en homenaje a Chopin, pero con Berlioz, Listz y otros compositores, logré reunir valor para entrar en esos archivos y hacer nuevas probaturas. Sin éxito, naturalmente, lo cual me produjo un nuevo desaliento, pero salí contenta de comprobar que podía seguir intentándolo, aunque siga sin conocer la salida del laberinto.
Luego me fui con T. a ver a Cesc Gelabert, y me gustó: es un solo muy distinto a todos los espectáculos anteriores, con música de Bach. Desprende cierta melancolía, habla del paso del tiempo y de la muerte y se mueve en un bosque invernal, minimalista, de estilizados árboles-estacas de oro. Pero también está en su gestualidad -aunque interiorizado- el Cesc niño que juega a andar a la pata coja por un muro, el pájaro que volaba y puede aún volar, aunque sea para correr a saludar, y todo tiene una gran delicadeza educada y generosa, y su sonrisa maliciosa de siempre. Baila despacio y con ligereza, dibuja sus movimientos, llena con su coreografía el espacio de cenefas y pensamientos gestuales, muestra esa curvatura craneal inconfundible y (lo ha dicho T.) ese traje gris y ese abrigo fino y amplio son como un guiño a la bailarina germánica que vi en el Mercat, Suzanne Linke, salvando todas las distancias. Como mi gata cuando contempla su cola como si fuera un bicho ajeno, Cesc juega a que los brazos, las manos, le muevan la cara y la cabeza como si fueran de otros, siguiendo una tradición suya. Sutil, va desplegando posibilidades de movimientos en un abanico. Recoge su historia bailando La sección áurea del coreógrafo Gerhard Böhner. Se derrumba y le van recogiendo esos mismos brazos ajenos. Se tiende en el suelo y sueña o se despide del mundo. Con esa leve ironía suya. La sala estaba abarrotada.
Alguien me mandó un mensaje felicitándome porque había visto mi libro recomendado en Página 2. Mientras, vuelvo a mis lecturas japonesas.
Una entrevista canaria que me hicieron para La plaza del azufaifo en Radio Ecca.
Y aquí mi entrevista balcánica con una radio vasca, con Roge Blasco.
Y otra entrevista azufaifa (con larga intro rapera!) más reciente.

sábado, 30 de enero de 2010

Otra vez el viento

Foto: I.N. Árboles de invierno, 2010
Y la chimenea o tubo de ventilación que golpea otro conducto en el edificio de al lado y da a las noches una atmósfera de película de terror. Llamé a quien podía resolverlo, pero no quiso ayudarme y me recomendó que fuese a la guerra. Antes de denunciar, ¿no es mejor hablar, advertir al menos?, pregunté yo. Él no consideraba esa opción.
Ya lo dije al dorso de este espacio. En un momento de agitación y fallos de conexión y llamadas irritantes, ante las interrogaciones de mi amiga americana, traduje a mi inglés tentativo el párrafo de mi novela que me sé casi de memoria por lo que ha llegado a obsesionarme y que sin embargo me obligaría a un tono que no puedo mantener, y en el mismo instante en que empecé a encontrar palabras para decir precisamente eso y empecé a verlo todo, la playa y el aire salado y el camino umbrío en otra lengua fue como si la oscuridad del mundo desapareciese y sentí una felicidad sospechosa, y me preguntaba por qué me da tanto miedo lo que más poderosamente puede alegrarme.
Pero el miedo venció, aunque esos dos párrafos brillan ahora tras las negociaciones furiosas -yo peleo por cada palabra a cuchillo y mi amiga no se arredra, objeta y cuestiona mis metáforas y al fin encuentra algo que proponerme o simplemente acepta la fuerza de las cosas- también en inglés, y volví a la parálisis y a las tentativas de búsqueda de financiación.
Más tarde, cuando me dirigía Muntaner abajo a varios recados, surgió otro posible approach para esa difícil novela y anoté en una agenda algunas frases, de pie en la acera. Pensando en la infelicidad de la infancia me crucé con dos niñas. Una llevaba dos pastelillos en las manos y le daba bocaditos a la otra, que no tenía nada. Y esa niña que llevaba las manos libres y sólo recibía los donativos de su amiga parecía lanzar destellos con su sonrisa de felicidad, iluminando la calle con sus pasos energéticos e ilusionados. Me pregunté entonces si existiría una infancia feliz (aceptando una cohabitación de esa joie con las oscuridades del Edipo, los forcejeos imposibles, los celos, la novela familiar, la frustración de los aprendizajes, de la socialización, del compartir, de perder, una felicidad sarinagara...) y recordé algunas escenas alegres y llenas de la vitalidad de un G. pequeño, teatral y payaso, jugando sin fin. Al aterrizar en casa, apareció G. un momento y le pregunté: "¿Recuerdas tu infancia como algo feliz?" Desconfiado, me preguntó si lo decía porque ahora le veía sombrío, ¿o por qué, ahora de pronto, esa pregunta? Le dije la verdad, que pensaba en mi novela y me había preguntado si existía una infancia que pudiera recordarse como algo alegre en conjunto, y me volvían escenas de la suya pero quería saber cómo las recordaba él. Me dijo que sí, que para él había sido feliz, que precisamente, observando cómo jugaban unos pequeños en el que fuera su colegio, al pasar, había sentido deseos de volver a aquel entonces, a jugar. G. se fue, yo olvidé darle su Simon's cat (que compré el otro día en esa librería de Marià Cubí que tanto me gusta, Gàbia de paper, junto con un Zweig, cuando ya estaba cerrada) y me dirigí a una cena con ese escritor entusiasta, poeta y novelista, que ha novelado el 13 de la Rue del Percebe y ha convertido la Barceloneta tierna y vil de los sesenta en materia literaria de su Hotel Dorado. Al atravesar la estrella del metro de Catalunya vi una reunión de homeless. Eran una mujer y tres hombres que departían animadamente sentados en el suelo; ella llevaba mitones negros como los míos. En el restaurante, muy cerca de nuestra mesita había una viejita diminuta, digna damita sin techo pero impoluta (on se rétrécit en vieillir, se me ocurrió en francés) que se caía de sueño en su silla y a mí me preocupaba. ¿No tendrán una butaca mejor para ella?, le dije a mi amigo, y él se reía de mí y me decía que yo no acabaría indigente. Mi amigo habló generosamente de mi libertad y mis agallas y de que esta sociedad hace pagar esas cosas. Pero yo no he sido nunca D'Artagnan y mis opciones me parecen a veces producto del azar... o de mi ética del buen persianero. Es cierto que hay un cierto goce en lo libre, a pesar de todas las limitaciones. Y de pronto cambió la suerte de la viejita; antes de que pudiera decírselo al propietario, se había vaciado una mesa de cuatro y le habían hecho un sitio allí, en una butaca con brazos, y ahora podía derrumbarse con mucha más comodidad y holgura. Yo me sentí feliz, pero entonces fue mi amigo quien fue presa de un malaise, por una combinación demasiado cargada de acontecimientos en estos días suyos, una pérdida con sentido y un ritmo trepidante de las cosas. Así que tuvimos que concluir.
Yo volví andando hacia el metro, contenta de poder andar sobre la Tierra, pasé junto a un precioso magnolio que se yergue frente a la muralla (al menos a ti no podrán talarte para hacer un parking, le dije mentalmente), cerca del lugar donde Parcs i Jardins ha decidido ocultar los relieves romanos históricos plantando palmeritas (talan los árboles centenarios y cubren la historia con pretextos), contra la opinión del MUHBA, atravesé la catedral y al bajar, en la estrella subterránea de Catalunya ya no estaban los tres indigentes de antes, sino uno solo, en peores condiciones, echado en el suelo junto a un charco, con un brazo que se le movía convulso, la boca abierta y dos agentes de la Guardia Urbana en actitud de espera. Acabé pasando por la frescura solitaria del jardín del azufaifo.
Anteayer fui a una inauguración en la galería Bassas donde Enric Casasses leía unos poemas en prosa y algunos en verso para apoyar a una pintora, Pilar Estabanell. Yo iba sumida en pensamientos negros, tal vez por una tristeza estúpidamente hormonal, que veía como tristeza del mundo, sin perspectivas ni futuro para mí tampoco. Pregunté por la calle Betlem, pero en Gràcia ya nadie sabe las calles, no hay tiendas antiguas y todo el mundo es extranjero. Al fin llegué mágicamente y había unos grabados que me gustaron y aquello estaba lleno de viejos conocidos con los que bromeamos sobre la ley antitabaco y el apocalipsis y el hoyo de la crisis. El día antes, en Colectania, me había encontrado a mi amigo fotógrafo, que siempre se ríe imaginando lo peor: "Nos juntaremos todos, haremos comedores populares..."
Le dije a Casasses que había ido por una frase suya que aparecía en la invitación sobre pintar -o escribir- con miedo ("ho has fet amb por i sense por", decía), le dije que estaba aterrada y que no sabía cómo lograr escribir con miedo. "S'ha de provar tot", me contestó con una de sus sonrisas. Sus poemas me gustaron mucho. Algunos eran sólo apuntes -aforísticos, dijo mi vecino, y era verdad- irónico-poéticos de la contemporaneidad y del mundo y los personajes literarios y la pintura y la vieja naturaleza. "La voluntat és una eina molt bona, però no té mànec", dijo una vez (cito groseramente, de mala memoria). Le escuché de cerca, a pesar de las carcajadas de alguien detrás de mí, que pugnaba por devorar sus palabras como una cueva. Al acabar me dijo EC: "Ja ha passat la por", y hablamos de que media hora antes él también sufre ese miedo escénico. Y me contaron él y M, de ese lugar lleno de árboles gigantes, al otro lado de la frontera, donde ahora habita la tercera hermana, y yo sigo pensando en visitarla un día. Y como siempre, no le hice a EC la pregunta que desde hace un tiempo tengo pendiente, aplazada una y otra vez.
Gracias a Francis me di cuenta de que tal vez ahora pudiera enfrentarme a algunos poemas de Beckett sin sufrir, y me hice con ese librito precioso de Minuit.
je suis ce cours de sable qui glisse
entre le galet et la dune
la pluie d'été pleut sur ma vie
sur moi sur ma vie qui me fuit me poursuit
et finira le jour de son commencement
O también
que ferais-je sans ce monde sans visage sans questions...
O aún
rentrer
à la nuit
au logis
allumer
éteindre voir
la nuit voir
collé à la vitre
le visage
Y esa mirlitonnade, casi una oración, que citaba Francis y que me acosa, como decía Gil de Biedma que le acosaban los poemas ajenos, nunca los propios:
nuit qui fais tant
implorer l'aube
nuit de grâce
tombe
Yo volvía en el metro acabando Rimbaud le fils de Pierre Michon, y el final está lleno de todo su fulgor, a pesar de esa misoginia ciega que escribe como si las mujeres no escribieran, no leyeran, sólo existieran como objetos amorosos de los poetas, en esa venganza una y mil veces repetida contra sus madres, contra esa horrible madre de Rimbaud (pero me gusta lo que dice de esas Heavenly Powers): "Qu'est-ce qui relance sans fin la littérature? Qu'est-ce qui fait écrire les hommes? Les autres hommes, leur mère, les étoiles, ou les vieilles choses enormes, Dieu, la langue? Les puissances le savent. Les puissances de l'air sont ce peu de vent à travers les feuillages. La nuit tourne. La lune se lève, il n'y a personne contre cette meule. Rimbaud dans le grenier parmi des feuillets s'est tourné contre le mur et dort comme un plomb."
Y el viento se ha llevado la grisaille y ha traído un día radiante de sol, aunque el aullido sigue ahí (con la muerte de Salinger y sus enigmas y la estela que nos dejó y esos dos libros suyos que me cambiaron, y recordando que cuando G acabó de leer a los 10 años El guardián... me dijo: "Dame otro como éste", pero no existía), y sus golpes de hierro siniestros, que dibujan un paisaje imaginario de fábricas del Este, sin esperanza, como en una película helada de Bela Tárr. No sé si lograré reunir coraje, o esa voluntad sin mandos para nuevas probaturas novelísticas, y que no me venza el tramposo desaliento. No sé si saldré del hoyo o me reuniré con los indigentes de la estrella subterránea. Non possiamo saperlo.
Y me voy ya, con mis repentinas prisas.
Mañana domingo se repite en TV2 el programa Página 2 donde recomiendan fugazmente mi libro.

miércoles, 27 de enero de 2010

Televisión y lecturas

Foto: I.N., Rambla del Prat, 2010
Ayer en Página 2 (TV2) recomendaron mi libro Algunos hombres... y otras mujeres, y se me olvidó anunciarlo... ¡y verlo! Puede verse la repetición el próximo DOMINGO, a las 20.30h. O se puede ver en la web del programa, al final de todo, cuando recomiendan libros...
Mientras, siguen llegando comentarios de lectores, un psicoanalista culto y refinado en sus lecturas y sus músicas, escribe: Querida Isabel: No pude ir a la presentación de Algunos hombres y otras mujeres. Mientras tanto he leído tu libro y ahora tengo un mejor motivo para escribirte. Ha sido una curiosa experiencia, Isabel, un verdadero viaje en el tiempo en el que me he sentido identificado con bastantes situaciones, escenas y personajes. Salvando las distancias (muchas), me pasó algo semejante cuando leí la crónica de Pepe Ribas sobre los setenta y el libro autobiográfico de mi amiga Laura Freixas, Adolescencia en Barcelona hacia 1970. Creo que fuimos unos privilegiados de poder vivir intensamente esa época de los setenta y los ochenta, con sus luces y sus sombras, y tus cuentos retratan con gran fuerza esos libidinosos y contradictorios tiempos. Respecto del estilo debo decirte que me ha gustado mucho –hay pasajes memorables, como el del caballo por ejemplo- y me ha parecido diferente del de los cuentos de Crucigrama aunque, de momento, no te sabría decir muy bien en qué percibo esa diferencia. Quizás tendría que releer aquellos relatos.
¿Cómo te sentó aquella crítica del Culturas en la que se te calificaba de promiscua y egocéntrica? Es probable que algunos lectores masculinos, al leerte, experimenten un súbito deseo hacia ti e incluso no me extrañaría que te llegasen algunas proposiciones. Por el contrario, del lado de las mujeres habrá probablemente dos actitudes: algunas simpatizarán de inmediato contigo y otras te odiarán más o menos conscientemente. M.B.
También mi amigo escritor serbio, que siempre ha sido mi crítico estructural más duro y por tanto, de confianza:
Querida:
Por fin he leído el libro. La lectura duraba más de lo que suponía, pero tenía que dejarlo a veces. Es que es un libro bastante rico. Creo que de un modo decisivo plantea el tema, pero lo bueno también es que se permite alejarse del tema -algunos hombres- o de los microtemas que se plantean en los cuentos diferentes. Lo que no me parece tan bueno es la estructuración de ciertos cuentos que por ser irregular, creo yo, disminuye su calidad (por ejemplo "Caballos"). Por otro lado, esa irregularidad a veces permite que el cuento tenga más gracia (el último cuento, por ejemplo). Creo que en Crucigrama tienes más cuentos extraordinarios (el primero -"Crucigrama"-, el último -"El efecto García"- y "Autobús", y aquí, creo yo, el cuento de "La lechuza" y "Just in Time"), pero el nivel aquí es en total mucho más alto, con mucho menos oscilaciones y siempre con cierta gracia y una melancolía auténtica que de un modo convincente prueba un progreso personal indudable de tu escritura. Sinceramente Ig
Un amigo del pasado, que reaparece con este libro:
Hola Isabel, Generalment compro els llibres d'amics i coneguts, els fullejo per fer-me una idea, i finalment desisteixo de llegir-los. Si em trobo algun amic o conegut escriptor, assidu o temporal, no li comento que he comprat el seu llibre per no haver d'opinar, ja que em costa un gran esforç ser hipòcrita, fins i tot em costa comentar-li en el cas que m'hagi agradat. Amb el teu llibre he tingut una sorpresa molt agradable pel to de "je ne regrette rien". Si bé el to de lletra i el to de la cançó mai m'ha semblat que s'adigui amb el seu títol, els teus contes em sembla que transpuen molt bé aquest sentiment de "així ha estat i no passa res". També m'ha agradat la sensació que les històries sempre se situaven a la primavera i/o l'estiu, i encara que no sé el perquè, a moments, m'ha recordat a Mi familia y otros animales d'en Gerald Durrell, que sempre m'ha semblat una obra deliciosa. Una abraçada
J-A.G.
En Facebook, una lectora escribe de mis cuentos:
Un libro que vale la pena leer; de vez en cuando me gusta dar publicidad a los libros que valen la pena, y éste lo vale y mucho. Os lo aconsejo; leeréis algo diferente, y cautivador.
A.S.
Y otra lectora especial, con un criterio importante para mí, cuando hablábamos de la película de Haneke, me escribió: A mí también me vuelve, como tus cuentos, regresan y ganan y ganan a cada regreso. Algún día se reconocerá lo que has hecho, Bel, esa ruptura con el discurso femenino establecido, tanto el del lamento, de las "ay, nosotras sí que somos sensibles y ellos qué mal nos tratan", como el de las "folladoras agresivas", que me gusta tan poco como el otro. Lo que tú has hecho es excepcional y sabes que no halago por halagar. Un abrazo, IM
Ella misma había escrito en FB sobre mis cuentos:
Se dice muchas veces, a propósito de alguna novedad literaria, "una nueva voz". La diferencia es que ésta realmente lo es. Totalmente distinta a las voces, todas, tanto masculinas como femeninas, de la narrativa en español. Isabel Núñez nos narra, directa e implacable, quiénes fuimos y quiénes en consecuencia somos. Son cuentos que interpelan. Extraordinarios. Yo los recuerdo todos y cada uno.

domingo, 24 de enero de 2010

Blog is a drug for me

Foto: I.N. De la serie Casas de mi ciudad, 2009
Sé que debería abandonar. Mi impulso es cada vez más escribir aquí y abandonar lo demás. Es un impulso de derrota, lasciate ogni speranza. No puedo vivir de la literatura, ni de los cursos, pero tampoco sé si podré traducir: ayer supe que grandes traductores premiados y que han traducido con brillo libros importantes tienen ahora dificultades para encontrar trabajo, mientras que otros, más baratos, más sumisos, más inexpertos, siguen traduciendo. La prueba es lo que yo estoy leyendo para reseñar, atravesando las dificultades de un castellano zafio y torpe, que no se entiende ni significa, un castellano deshonroso, de alguien que no sabe lo que es el amor a su lengua, de alguien que no ha leído, de alguien sin recursos ni talento para traducir.
Debería abandonar este espacio que me consuela y casi impide que aborde otras tareas, pero mi impulso es refugiarme aquí, como en un bar nocturno y oscuro donde parece que el paréntesis de la noche se apoderase de lo real, que la ensoñación dominara sobre lo demás, que no hubiera que enfrentarse al ruido de las obras y la mediocridad de esta pobre polis vencida y sumisa, maleducada y desconsiderada, sin rastros de humanismo ni de humanidad. Sólo leer, leer como quien bebe, ver películas como quien sueña, y escribir sólo aquí en lugar de todo lo demás.
Veremos qué ocurre. Leí que la última película de los Coen es una crítica al judaísmo, y sin embargo (sarinagara), su pregunta -"¿Por qué Ashem nos manda estos signos? ¿Qué significan?"- es la mía, aunque pueda sustituir a Dios por el inconsciente o por un destino vago e inextricable, ¿qué significa todo esto? ¿adónde me lleva? ¿cómo salir de Matrix? ¿Cómo encontrar mi vía? Como en la vieja canción, paso junto al retrato de mi padre y pienso "Show Me the Way; Gimme Strenght", como si en cierto modo me lo debiera, puesto que sólo me salvó en parte, puesto que no pudo reunir valor para -según sus plabras últimas- "estar a la altura. Veo la frase jeroglífica egipcia, más bonita y significante dibujada que transcrita al inglés, del himno a Osiris: "The indestructable stars are under the throne of His face". Lo pensaba temblando mientras veía en Arte Tv a unos refugiados en Yemen, a una joven que ha enloquecido por la guerra y se niega a comer y repite unas frases, a un niño contando, con una sonrisa, todo lo que había en su casa -sillas, mesas, camas, fuego...- antes de que la destruyeran. No sólo es Haití, es este mundo que se ha vuelto demasiado doloroso y esas voces flotan en el aire mientras la banalidad liviana y la mediocridad pegajosa se apoderan de todo lo demás...
Yo sé que ahora he entrado al fin en el mundo en el que quise vivir de pequeña, cuando aprendí a leer. Mi primer cuento fue uno de Andersen y tuve la revelación de que existía efectivamente ese otro mundo donde algunos pensaban como yo, donde mi sentido de la justicia y de la hospitalidad podían verse acogidos. Siento que al fin he llegado ahí y vivo entre ellos, aunque siga siendo una hormiga oculta, aunque tal vez nunca logre escribir lo que debo, lo que podría si... Yo me prometí entonces que huiría con los cuentos de lo que me pisoteaba, de la falta de hospitalidad, de la hostilidad aquella en la que yo no podía apenas respirar. Que no sería como ellos. Y el camino ha sido muy largo, al principio lleno de hoyos tremendos, pero también de refugios, no sin autosecuestros que encerraban a su vez otros peligros. Ahora estoy de verdad en ese otro mundo, ese otro lado del espejo, puedo ver de cerca a todos mis monstruos, me admiten secretamente como uno de ellos, pero no tengo ninguna garantía, ni siquiera una sujeción material y el peligro de morir es tan grande como entonces, el peligro de enloquecer, el peligro de la calle, todos los peligros bailan en un coro con el miedo, el placer y la risa, como el de aquellas figuritas de papel que recortaba de niña.
Y al mismo tiempo, los que tenéis la paciencia y generosidad de leerme, no me hagáis mucho caso; ya sabéis que todo es también mentira, que yo dramatizo, que nada es lo que parece, que quizás sólo necesite recogerme un poco...

sábado, 23 de enero de 2010

Intersecciones

Foto: Ansel Adams (1902-1984), Orchard, Portola Valley, California, c. 1940.
Tengo amigos que viven en territorios mentales muy distintos. Siempre me acordaré cómo me gustaba, en mis matemáticas adolescentes, el concepto, por muy básico y simple que fuera, de las intersecciones. Yo veía que mi vida estaba hecha de esas intersecciones. Yo misma era una intersección de mis distintos amigos. Compartía unas ideas con éste, otras con aquélla, mientras que me oponía o no conectaba con partes de todos. Eso no ha cambiado con el tiempo, mientras cambiaba casi todo lo demás. Todos nuestros amigos tienen zonas oscuras o zonas que no podríamos sospechar ni mucho menos comprender ni compartir cuando las descubrimos. Ése es el sentido de aquella escena de Proust donde un personaje se escandaliza de que tal amigo se haya enamorado de tal persona y un tercero concluye: "Eso es como extrañarse de que un bichito tan pequeño pueda causar la malaria" (estoy citando sin memoria, groseramente, como en las recetas de cocina, hachez grossierement...). De pronto un amigo se empareja con alguien que los demás no pueden entender y sobre todo, a algunos les cuesta aceptar que su amigo es también eso, aunque hasta ahora lo haya ocultado o aunque con nosotros ese aspecto no salga, no pueda salir a relucir... Pero existe. Y otros sí que afloran y nos irritan, pero los perdonamos o aceptamos, o bien peleamos siempre, pero seguimos dándoles cancha porque conectamos con ellos en otras cosas, a veces más importantes. Hasta que un día ese aspecto en el que disentimos se vuelve tan decisivo que tenemos que dejar de verles, por un tiempo o para siempre. Tengo amigos nacionalistas catalanes y nacionalistas españoles y amigos que no están interesados o están hartos de que todo se reduzca a ese tema, amigos cientifistas dogmáticos (en realidad creyentes sin saberlo) y amigos que admiran la ciencia como algo abierto y sujeto a cambios, amigos fervientemente esotéricos y otros que detestan esos temas a muerte, amigos filósofos, ateos y casi místicos, amigos psicoanalistas o admiradores agradecidos de ese lenguaje y otros a los que la sola palabra les produce violentos sarpullidos, amigos activistas y amigos que sólo quieren olvidar y enterrarse en libros, música y viajes. (Por cierto que mi amiga más esotérica me habla de un arpista que con su música "te saca de Matrix". Y escuchándola pienso en la frase del póster de Mulder, I want to believe!) La lista podría seguir ininterrumpidamente... La clave es la intersección, lo que comparto con cada uno... Y una conexión casi magnética, empática, una afinidad personal, que se prolonga en el tiempo. Y es que necesitamos coincidir y sentirnos afines, pero también sentimos la básica atracción de los opuestos y esperamos que con su visión distinta nos interpelen, nos hagan interrogarnos...
Aunque hay límites, naturalmente y tendré que decirlos aunque sean muy obvios. No tengo amigos fascistas, ni completamente misóginos (hasta el punto de no poder ver), ni sádicos o traidores, ni completamente mentirosos (porque me aburren), ni corruptos y defensores de todo lo que yo intento -humildemente y sobre todo simbólicamente- corregir. No tengo amigos que no lean (pero sí alguno que habla como si yo no escribiera o guarda silencio cuando yo hablo de mi escritura y yo ni siquiera sé si nunca me ha leído). Ni tampoco puedo conservar a los falsos amigos, esos que se sienten atraídos por nosotros y se acercan y nos atraen con sus encantos, pero no pueden dejar de traicionarnos o agredirnos en momentos clave, porque sus propios demonios internos les arrastran a ello; han ido apareciendo cíclicamente en mi vida, como una representación o un eco de mi familia, sólo que cada vez tardan menos en quitarse la máscara y en ese sentido hacen cada vez menos daño.
Había escrito estas líneas cuando he leído casi conteniendo el aliento la entrevista a Kenzaburo Oé en el Babelia. Hacía tiempo que ese suplemento no se abría con algo tan emocionante para mí. He sentido casi dolor de no estar leyéndole, de no saber japonés para convencer a un editor de que tradujera inmediatamente las Notas de Okinawa (1970) o las dos segundas partes de esta trilogía suya. En la entrevista habla de T.S. Eliot, habla sobre todo del Quijote y lo que revela sobre su posible otra novela quijotesca y asociada a su hijo es maravilloso (ojalá la escriba), y su personaje ético y la relación con su álter-ego Kogito (cogito) y su uso de la escritura del watashi (del yo; la llamada autoficción) de forma en que lo real y lo ficcional son inextricables... Yo reconozco que dos o tres de los libros que leí suyos me cambiaron la percepción y dejaron en mí un eco y una sensación que sigue latiendo (hice que G. leyera La presa cuando era más pequeño y sé que le gustó mucho). Una cuestión personal, no tanto Un grito silencioso, y también Dinos cómo sobrevivir a nuestra locura. Creo que voy a buscar enseguida esas Notas, aunque me había prometido no comprar libros hasta avanzar más en este atasco que tengo y salir de este momento de incertidumbre y vacas flacas (Más tarde descubro que no están traducidas ni al inglés ni al francés. Falta buscar el italiano, pero...). Oé habla generosamente de Murakami y dice riéndose que los libros de M. se venden más de cien veces que los suyos; pero yo me siento más afín a Oé, aunque me ha convencido de que debería leer justamente ese libro de Murakami que no se ha traducido aquí (y no es casual), Underground. Oé habla de ese entierro de la historia que también se produce aquí, dice "Los gobiernos de Japón están invitando a la gente a que olvide. Lo malo es que la izquierda, que puede luchar contra ello, ahora es demasiado débil en este país." Y yo pienso: nosotros ni siquiera tenemos izquierda. Nuestra mal llamada izquierda ha sido la propiciadora de ese olvido. Esa mal llamada izquierda que tala kilómetros de bosques y arruina el paisaje y destruye el verde de las ciudades para sembrarlo todo de cemento. La misma que apoya a los Bancos y las grandes fortunas. La misma que permitió que no se rompiera con el pasado de la dictadura y que siga actuando legalmente una fundación con el nombre del dictador (¿se imaginan una Fundación Hitler en Alemania, que siguiera existiendo legalmente y haciendo declaraciones en los periódicos y con la propiedad de archivos cerrados a los historiadores?) y que muchos de los que colaboraron en atrocidades, y tienen aún fotos con el brazo levantado y en compañía de nazis, estén disfrutando de sus puestos, pensiones y honores. Oé no tiene reparos en decir que su padre era un fascista (a la japonesa, se suicidó en un bosque al no soportar la derrota).
Me gusta cómo habla de esa amistad que se basa en una empatía intelectual y afectiva, de esas extrañas parejas (beckettianas; por cierto que gracias a Francis busqué unos poemas suyos hace poco, que estarán al llegar; pues mi relación con Beckett es complicada), de interlocutores que se inspiran y que siguen su conversación, diría yo de mis amigos, a través del tiempo. Aun que las disensiones justamente, de las que yo hablaba más arriba, antes de leer esta entrevista, propiciaran un distanciamiento largo. Hasta que uno de los dos desaparece bruscamente y ese dolor impulsa su escritura, para hacerle renacer. Buscaré las películas de Juzo Itami. Todas las entrevistas con Oé me trasladan a otro mundo aunque hablen de éste, me alivian por la afinidad, por el humanismo tremendo, por la humildad, esa humildad que ayer fue una vez más mi conclusión, cuando supe de un nuevo fracaso mío, un fracaso que parece absoluto y que tal vez debiera liberarme en cierto modo, si no supiera que puede no ser verdad y que podría llevar en él la semilla de uno de esos falsos amigos, de alguien que tal vez ha preferido mentir y traicionar, aunque sea por poco, y esa incertidumbre me sume en cierta melancolía (en medio de mis batallas para que ese escenario se transforme, para cambiar la opacidad actual y la vulnerabilidad de los escritores por la transparencia necesaria, para que podamos saber), y repito como un mantra eliottiano The only wisdom we can hope to adquire is the wisdom of humility. Humility is endless. Al menos, para mí, hormiga de Figueres (sólo puede esperar ese contacto de antenas benéfico y afín de otra hormiga, el que me mandaba hace unos días el sabio Dr. Frikosal).

viernes, 22 de enero de 2010

Anoche

Foto: I.N., Serie "Mis balcones", 2010.
Cuando me quedé sola, pensé que, en medio de las dificultades, no podía entender por qué me seguían ocurriendo algunas cosas inesperadamente felices, y tal vez por eso me siento aún más agradecida de que ocurran. Luego me puse a leer el librito de Luis Antonio de Villena, Retratos (con flash) de Jaime Gil de Biedma y aunque ya era muy tarde me quedé despierta hasta acabarlo. El prólogo de Ana María Moix era ya precioso. Hablaba de los que se decían amigos del poeta una vez muerto y de que Villena no se atrevía a considerarse tan cerca. Yo no fui, ni muchísimo menos, amiga, ni siquiera conocida, aunque tuve la suerte de verle dos veces, de escucharle durante las deliberaciones del jurado de la Sonrisa Vertical y seguir escuchándole en la comida que siguió. Antes había tenido que llamarle por teléfono un par de veces, ya lo conté aquí, diría que la primera yo estaba tan impresionada (porque sus poemas me habían hablado a mí, y no sólo por mi nombre "Isabel, niña Isabel, ten cuidado/ Porque estamos en España/ Porque son uno y lo mismo/ los memos de tus amantes,/ el bestia de tu marido.") que al menos mentalmente tartamudeaba y lo que él dijo aún me asustó más, aunque me gustara; pero no viene al caso. La cuestión es que ayer, leyendo, le veía con claridad (y oía su voz, su carcajada) en esos relatos de los encuentros de Villena con él, encuentros literarios que acababan siendo encuentros callejeros, donde a pesar de lo festivo y excesivo y de toda esa nocturnidad y cacería que al parecer Jaime Gil consideraba la vida (La vida la recuerdo, pero dónde está), por una Barcelona que yo también recuerdo y que ya no existe y un Madrid que pude entrever en los ochenta, y eran retratos intensos pese a que siempre quedaba en Villena una reserva y un delicado silencio, una forma de mirar y una consideración en esa relación ("yo creo que sí, que puede considerarse amigo de Gil de Biedma", concluía Ana María Moix). El libro me encantó y ejerció un efecto poderoso en esa zona intermedia entre el sueño y la vigilia, como si se hubiera infiltrado por algún otro conducto de mis sentidos.
Al fin me dormí y como la gata me despertó dos veces en la noche con incursiones inesperadas, recordé tres sueños enigmáticos que procuraba memorizar sin anotar, agotada como estaba, hasta que en el tercero logré apuntar algo para mi libro de sueños...
Y sigo buscando sin encontrar y esperando sin que llegue, pero mientras, me escriben lectores amigos. Uno de ellos pasó el 23F en mi casa de entonces y esas cosas quedan en la memoria, dónde estábamos cuando ocurrieron hechos históricos... Sé que he tardado pero ya terminé tu libro de cuentos, que por cierto se puede leer como novela perfectamente. La semana pasada tenía que entregar un guión y cuando venía al ordenador sólo me ocupaba de eso, perdóname Belnu. Te he leído con intermitencia pero también con placer y nostalgia, que los dos somos del 57... Me gustó muchísimo Veraneo (cito títulos de memoria): es muy bueno, muy redondo y bien armado. Y también los últimos, especialmente el primero de los hombres con los que no te casas, donde me parece que no sólo retratas con maestría algunas actitudes de los no-maridos sino que despliegas una franqueza femenina infrecuente y extremadamente valiosa, un tono literario nuevo y fresco, libre de esos remilgos habituales. Te felicito mucho... Yours since February 23rd 1981,
A.T. Otra lectora, pero esta vez de Crucigrama (a mí, como a ella, tampoco me parecía triste ese libro, sino irónico y alegremente melancólico; pero para detectar el humor de otros hay que compartirlo y hubo un lector-escritor que calificó esos cuentos de "deprimentes"...)
Estimada Isabel: Este mes, es para mí unos de esos meses duros por mi trabajo... Harta de tantos números y papeles, busqué leerme algo corto, algo que me permitiera un pequeño paréntesis. Opté por Crucigrama. Resulta que me ha encantado, más que cualquier otro. Me gustan todos, pero este especialmente me ha encantado. Pero... contrariamente a lo que había oído en tu blog... no lo puedo evitar, yo no lo encuentro nada, nada triste o melancólico, todo lo contrario, lo he encontrado alegre, gracioso y encantador. A mí por lo menos me ha levantado el ánimo, más que levantarme el ánimo, me ha producido un ánimo sereno, que es el efecto que más me gusta. Te escribo, por esto. Lo voy a poner en mi blog, pero no voy a poner que es triste, sino alegre. Un beso, Tu lectora
Un escritor que fue corresponsal de El País, cuando le recordé que había calificado en un artículo La plaza del azufaifo de "libro delicioso", me responde en Facebook: "El libro es una joya, como tu memoria". Estos elogios les llegan a mis libros, también al del árbol...
Hace dos días conocí a otro escritor que ha reseñado mi libro (saldrá en un mes) en un diario; había sido poeta antes que novelista y me dijo que en mis cuentos yo iba bordeando las cosas, como se hace en poesía, y en vez del núcleo dibujaba lo que lo rodea y tal vez por eso le había gustado tanto a él. Dijo que los había leído despacio, a sorbos, paladeando cada cuento y no a la carrera; tal vez sea una clave.
Hoy, tras una serie de intentos agotadores en el terreno de lo práctico, he hablado con un amigo seráfico que quiere incluirme en un proyecto sugerente de la ciudad y su narrativa.
Estos días procuro no pasar junto a los árboles cortados, la plaza destruida, las ruinas de la belleza. Anoche me llamó MT, la señora octogenaria y humanista que ha liderado la resistencia contra esta barbaridad y me decía que para consolarse había ido a ver ese Tristán tan horrible, con sólo dos cantantes dignos y una escenografía fea y que dramáticamente le había parecido muy flojo. A mí me gustaba mucho el Tristán.. Esa obertura... Dice mi primo artista del retrato que habría que escucharlo cada semana... Yo dejé esas músicas al morir mi padre, las abandoné, pero las iré recuperando poco a poco.
Mientras, leo un libro para reseñar y tropiezo constantemente con la traducción: "Ahora no, mamá, estoy leudando la masa", dice un niño o una niña en el primer cuento. ¿Quién hablará así? Tal vez es que yo he perdido la perspectiva, pero en todas esas páginas el castellano me parece farragoso, nada fluido, se nota que hay otro idioma detrás, a veces asoma claramente el inglés, otras sólo lo farragoso. Pero a veces los editores prefieren esa especie de traductores. O tal vez sea el corrector. No hace tanto, donde yo traducía "llegaron de Alemania" el corrector me puso "llegaron procedentes de Alemania". ¿Por qué procedentes?, me preguntaba yo. Al fin y al cabo, era una novela...; pero cuando la vi, estaba ya impresa. ¿A quién le preocupa que un traductor haga bien su trabajo?
Para mi sorpresa, a veces me consuela Facebook, convertido en un hervidero de voces, de agitación de distintos niveles (más interesante entre los amigos franceses), de humor, de furia activista, de ironía y de juegos en los que no participo. A veces...
El otro día un hombre que conozco me contó que en su trabajo, le había preguntado a un colaborador: "¿Eres feliz?" y el otro se había ruborizado intensamente. Y otro de la empresa había dicho después: "¿Se habrá creído que eres gay?" Quizás simplemente no esperaba una pregunta tan personal. O quizás pensó en algo que le hacía feliz y que no podía explicar...
Veo que Acantilado publica un libro de Stefan Zweig sobre los celos (¿Fue él?), y de Anagrama me mandan el de Catherine Millet sobre el mismo tema. Recuerdo el capítulo maravilloso de Colette en Lo puro y lo impuro donde confiesa haber llegado al turbulento fondo de ese sentimiento, con todos sus juegos y variantes. Hay otro libro genial de Julian Barnes sobre la misma espinosa cuestión, Before She Met Me (Antes de conocerla) donde habla de los celos retrospectivos y el protagonista es un profesor de historia, obsesionado, claro está, por el pasado... Un buen tema para la literatura, mejor que para la vida.
Seguiré leyendo para reseñar y para olvidar la situación de mis arcas...

lunes, 18 de enero de 2010

Yo sé

Foto: I.N., Balcón en Marià Cubí- Camp d'en Vidal, 2009
... Yo sé que a veces parezco sombría y melancólica, incluso pesadamente quejumbrosa, pero en el fondo nunca he dejado de ser una hormiga de Figueres y conservo una extraña inocencia que me permite alegrarme por nada, a pesar del mundo, sin saber por qué.
Salgo a la calle, veo la maraña enramada de nuestros almeces invernales contra el cielo de Joaquim Folguera y las farolas de Brassaï o de Magritte con el suelo mojado -sé que los han condenado y ahí están esas horribles zanjas para recordármelo, pero déjenme disfrutar de la belleza que queda-, miro las casas más antiguas, una ventana alta iluminada con un globo que dibuja una atmósfera sugerente o un balcón abierto como la falda de una bailarina, y me siento arrastrada por una energía danzante.
Voy a un gimnasio germánico, a fortalecer mis tejidos musculares para no volver a lesionarme, y todo se ve pulcro bajo la claridad del tragaluz, todo parece bruñido, eficaz y curativo; la gente habla bajito, no hay músicas horribles, las máquinas son silenciosas, aunque el otro día un monitor intentaba explicarme el funcionamiento y ¡no tenía palabras! Yo tuve que írselas prestando, sugiriendo, porque él no sabía, como si no fuese su lengua... ¿Y cómo se puede vivir sin palabras? me preguntaba yo, conmovida.
Y anoche también les preguntaba a T. y a L. cómo vivirá toda esa gente a la que le preguntas y no sabe ninguna dirección, empleados de tiendas y negocios en Gràcia, por ejemplo, que desconocen los nombres de todas las calles por donde pasan a diario y no saben decirte dónde hay un café o un estanco o una ferretería, no saben nada, no miran nada, no recuerdan nada, tal vez van a su trabajo como autómatas y no alzan los ojos para ver los nombres de las calles, no se preguntan, no sienten curiosidad, y un día yo había quedado en un restaurante de la calle Perill (precisamente la calle Perill! Donde Broggi se salvó milagrosamente -o alguien le salvó seráficamente- de un peligro; una calle que salía en uno de mis cuentos, gracias a los comentarios repetidos de los taxistas del franquismo, que asociaban Peligro y Libertad al pedirles que me llevaran a un lugar entre las dos calles, en el fondo como nuestros gobernantes mundiales, que han decidido arrebatarnos toda libertad de movimientos engañándonos con el peligro o creando ese peligro...) y no recordaba exactamente dónde estaba y nadie supo decirme, hasta que encontré alguien lo bastante viejo para saber algo.
Anteayer, una amiga poeta y traductora intentaba decirme que en una primera lectura tal vez demasiado rápida no había conectado con mis cuentos, le había parecido que había un exceso de núcleo, la habían aturullado, y aunque prefería leerlos otra vez para estar segura, en parte porque había leído dos o tres antes de publicarse y entonces le habían gustado, temió molestarme con sus reservas. Como por email no se puede precisar el tono, la llamé para decirle que no se preocupara, incluso si en esa segunda lectura no le gustaran. Aceptar que a tus lectores favoritos o a tus amigos no siempre les guste lo que escribes, que no siempre puedan o quieran seguirte allí donde quieras llevarles puede resultar duro en un primer momento: nos gustaría que siempre nos entendieran, pero ¡es imposible! Los lectores que te siguen van cambiando, sólo algunos se mantienen alegremente ahí. Es verdad que a los amigos siempre hay algo que les gusta, pero pueden preferir tus libros anteriores, tal vez hubieran deseado que tomaras otras direcciones, tal vez les remueva lo que leen, o quizás se fijen en algo que les repele y no vean lo demás...
En algunos momentos me asusta esta situación generalizada sin trabajo y vuelven mis fantasías de indigencia (la otra tarde vi al mismo homeless viejuzo y enfadado que antes pedía en las escaleras de los FFCC de Provença diciendo: "Tinc fred, estic refredat, sóc català com vostès!" apostado en una acera de la Rambla Catalunya y decía otras cosas: "Tinc gana! Doni'm una ajuda, sisplau!" con el mismo tono de indignación que le distingue de otros, además de su aspecto, enjuto y desabrigado, de una digna sobriedad). Me pregunto cómo resistiré. Y otras veces voy andando por la calle (¡leyendo o mirando árboles y balcones) y no puedo evitar esa alegría que me arrastra.
Una vez, una niña italiana seráfica que tenía que digerir cambios espectaculares a su alrededor, a sus 8 años, cuando íbamos andando cerca de mi casa vio la luna llena en el cielo y dijo "La luna! Il mio pianeta!" y cuando le preguntamos qué deseo le había pedido, dijo, como si fuera un monje budista y no una niña de 8 años: "Accontentarmi da tutto!" Tal vez tenga yo que contentarme también de la pérdida y desposesión de todo, tal vez tenga que aprender a desaparecer.
Hoy he ido a buscar esos Cahiers de la guerre de Marguerite Duras (me encanta la foto de la portada de Folio) que me recomendó Bel Mercadé, he leído una página al azar sobre su infancia, tan distinta de la mía aunque igualmente doliente y precisamente gracias a esa diferencia me he puesto a escribir, primero mentalmente, mientras andaba, y luego en un cuadernillo.
Al llegar a casa, me ha llamado la señora octogenaria afrancesada que defiende los árboles de Joaquim Folguera. Me ha dicho que han cortado dos almeces sanos, contraviniendo todas las promesas que nos hicieron (de que nos avisarían antes, de que veríamos el proyecto, de que los árboles sanos serían trasplantados). Como siempre, mienten a los ciudadanos, los desprecian, no recuerdan que nosotros pagamos sus sueldos y que nos deben al menos lo prometido, si es que realmente tienen derecho a hacer todo lo que están haciendo en plena era del cambio climático, cortando todos los árboles centenarios, llenándolo todo de cemento, contaminando aún más, aumentando el ruido... He empezado a avisar a los vecinos a quienes todavía nos importan los árboles para que mañana todos llamemos a quienes nos mintieron.
Y una vez cumplido por hoy mi deber moral o mi impulso de dríade, me vuelvo a mis lecturas, entre la atmósfera melancólica y esperanzada de Sanshiro y esa Duras febril que me interpela, el Michon de Rimbaud et le fils, y el Ce que j'ai doné de Giono, no me falta compañía (eso sí, sólo me compro libros de bolsillo estos días, y de los franceses, que suman 6, 7 o máximo 8 euros). Y aquí está G., que se queda una semana más conmigo y se desespera porque nos cortan la conexión cada dos por tres, y la gata ovillada y los que me escriben, visitan y llaman...
Plus tard...
Olvidaba decir la fascinación mía por la mañana viendo un programa científico de Arte TV que contaba el origen del petróleo en este planeta y viendo las moléculas en el mar y las células dividiéndose, y los nómadas sentados en el desierto frente a esas llamas eternas, sacralizándolas y construyéndoles templos, y envidiaba esa visión de las cosas, esa posibilidad de ir al principio a analizar la base física, biológica y química de la realidad de nuestro pobre y viejo planeta maltratado, en lugar de simplemente sulfurarse y desesperarse como yo...
Vean aquí las primeras fotos de la destrucción de la plaça Joaquim Folguera. Y aquí mi artículo en La Vanguardia sobre los Cuadernos de notas de Henry James.

sábado, 16 de enero de 2010

Sábado silencioso

Foto: I.N., En Barcelona, las mejores puestas de sol son las de las calles más feas, Mitre, como Aragó y Travessera de Dalt, tal vez como compensación nemesiana a la falta de belleza, 2009
He tardado en escribir este post, sin duda reacia a abandonar la foto de M.A., su hora azul de cabellera arbórea y ventosa que me servía como atuendo. Ya sé que no podré sustituir su efecto.
Anoche vi Sauve qui peut (la vie) y no sólo no me gustó, sino que me irritó tanto que tuve que dejarla. Vi a Godard exactamente como la expresión que tiene en la portada de ese paquete de DVDs, me recordó un poco a una foto de Bauçà en Carrer Marsala, una expresión de ferocidad misógina unida al deseo, un deseo rabioso y resentido que no está en Vivre sa vie ni en Une femme mariée. Harta de su obsesión por las putas, por la humillación, o de la mirada cargante del padre que quiere tocar los pechos de su hija adolescente, abandoné la película añorando a mi Rohmer o por lo menos, otros Godards. Sin dejar de admirar la gestualidad implacable de Isabelle Huppert en la película, inundada de luz a pesar de todo. Había tenido una discusión telefónica con una amiga artista, fan de Godard, que había leído hacía poco Portrait of a Lady de Henry James y le parecía misógino (a mí me parece uno de los escritores menos misóginos que he leído) porque ella esperaba "modelos femeninos positivos". Yo le dije que para mí, la literatura no tiene que ver con modelos, sino todo lo contrario, y que la propia Margaret Atwood decía en una conferencia que ser feminista y novelista no obliga a describir a las mujeres como si fueran perfectas ni a renunciar a describir mujeres ambivalentes, que pueden ser mezquinas, o misóginas, celosas, contradictorias, débiles, aunque sean inteligentes y tengan otras virtudes y convivan junto a otras mejores, pues los personajes contradictorios son parte de la realidad, nos ponen en conflicto y nos interesa leer de ellos. Creo que las flaquezas humanas tienen que estar y son lo mejor de la literatura, que si no sería sólo folletín o autoayuda o pura fábula esquemática. Otra cosa son esas novelas misóginas donde todos los personajes femeninos se caracterizan por su estupidez o acaban siempre mal, a diferencia de los hombres. Lo curioso es que pocos lectores suelen darse cuenta de ese rasgo tan común, por pura costumbre. Como esas escritoras e intelectuales reconocidas que siempre son compadecidas por una supuesta infelicidad afectiva o porque, como dijo un periodista de El País de una escritora y ensayista balcánica, "llevan un exceso de carmín". Ahí sí se reconocen los gestos misóginos... La cuestión es que yo acabé la película añorando a Rohmer, que a mi amiga le aburre soberanamente.
Pero me queda buscar Le Mépris (que mi amiga me recomienda y yo no recuerdo) y ver dos Godards más, para seguir pensando.
Hoy he ido a esa misteriosa tertulia, Jacarandá, coordinada por José Luis Espina, que cuenta con un brillante historial de escritores invitados: Juan Marsé, Nora Catelli, Rodrigo Fresán, Clara Usón, Cristina Fernández Cubas, Fernando Valls, Ignacio Martínez de Pisón, J.A. Masoliver Ródenas, Joan de Sagarra, Carlos Pujol, Javier Tomeo, Robert Juan Cantavella... y yo he sido la invitada treinta y ocho, para hablar de mis cuentos. Ha sido agradable (para mí), me han preguntado por mi proceso de escritura, por el género y el acercamiento a la novela, por la topografía y la crónica de una época, por el título y la portada, hemos hablado también de mi libro balcánico, que siempre sigue ahí, y una asistente a la tertulia, refinada lectora, ha trazado una reseña entusiasta y generosa de ese libro, además de sus buenas palabras para mis cuentos. Algunos asistentes han seguido la charla en silencio y yo me preguntaba: "¿Qué piensan los que no hablan?" Es una pregunta que me he hecho desde mis tiempos de estudiante, cuando tanta gente se quedaba siempre callada. Lo pienso en las presentaciones de libros, y también lo pensé en aquella lectura poética de la cárcel de Quatre Camins, con mucha más intensidad y miradas más oscuras, más fijas. Yo he hablado de Shalámov y sus Relatos de Kólyma, que algunos han apuntado para buscar, de Carver y Lish, de Vila-Matas (a quien en la tertulia Jacarandá siguen deseosos de recibir, sin perder del todo la esperanza), del espíritu de Julien Sorel en Marsé y en Luisa Castro, de Flannery O'Connor y su editor, de Jean Rhys, de Chéjov y Maupassant, de tantas lecturas.
Hoy Félix de Azúa hablaba en El País de los temas de mi libro balcánico, me ha avisado C. y me ha dado no sé qué no poderle convencer de que lo leyera, aunque viva aquí cerca y me lo cruce a veces por la calle, naturalmente sin saludarnos, aunque yo sepa bien quién es él y él sin duda se haya acostumbrado hace años a verme como parte del paisaje humano, en algunos premios literarios o comprando verdura en el mercado. Y Manuel Rodríguez Rivero contaba en su crónica del libro y la terrible enfermedad de Tony Judt, a quien yo leí y cité en Si un árbol cae, y no sabía de su drama ni de ese libro insomne dictado por un hombre que vive sólo con la mente y sin vida en el cuerpo, convertido según sus palabras en la cucaracha de Kafka, especie de Gregor Samsa inmovilizado y pensante. Y eso tras las páginas haitianas de horror contemporáneo y la dosis de mentiras oficiales que tanto me irritan y que todos parecen compartir hasta que caen las máscaras (como esas vacunas dudosas para una gripe inexistente que hemos pagado todos y que ahora venden a países pobres, y la ridiculización que los medios hicieron de los argumentos de "la monja", y ahora se demuestra que ella tenía razón sin que nadie diga: Rectificamos.)
En el camino leía La Parure de Maupassant, una delicia. Hemos vuelto C. y yo bajo la lluvia, en autobús, hablando. Y al llegar a casa, junto a la gata ovillada en su plácida hibernación felina (aunque hoy nos ha despertado a las 4 am), durante un espacio breve de tiempo, me he atrevido a entrar en el archivo de mi proyecto de novela, que es como mi habitación de Barba Azul, con la llave manchada de sangre y todos los cadáveres colgados de la cabellera, pero también todos los tesoros de la cueva de Alí Babá, y he hecho algo, muy poco, pero algo, a última hora, cuando el cansancio impide adentrarse más...

martes, 12 de enero de 2010

Horas azules

Foto: Manel Armengol, Tardes blaves, Cadaqués, cap d'any de 2009
Yo sigo envuelta en mi enigma, sin saber por qué esquivo y aplazo el momento de la verdad de la escritura, sin saber cómo se me escapa el tiempo. Anoche, ya tarde, reuní un momento de valor y entré a mirar. Quería volver a leer un fragmento para mí clave en esa novela, aunque sigo dudando si debería ser el principio, si... Primero lo deseché mentalmente. Luego me gustó. Lo escuché imaginariamente en una voz alta interior y me gustó, aunque me sorprendió que ése pudiera ser el tono, mi tono para este libro. Aún no lo sé. ¿Debería seguir esa vía de la lentitud vondoderiana y ampliar con macro-objetivo el paisaje físico de esa bomba de relojería que es mi infancia? ¿O lograr como una de mis escritoras favoritas que el paisaje hablara y contuviera todo lo demás? ¿O debería seguir el para mí extraño consejo de mi amigo escritor serbio? ¿Y para cuándo mi coraje en ese empeño? Estas palabras se han borrado dos veces de este espacio virtual y he tenido que recomponer mis dos entradas, no sé por qué, misteriosamente.
Leía de esa biografía que han escrito Anna Caballé e Israel Rolón sobre Carmen Laforet, galardonada con el premio Gaziel y que se publicará en primavera, y me gustaban sus reflexiones. Dice la autora que, a diferencia de Cela, quien la ninguneaba y temía su competencia, Laforet “nunca se construyó un personaje que mediara entre ella y el público (cosa que sí hizo Cela, por ejemplo)." Y la compara con Greta Garbo, que estuvo huyendo de los fotógrafos toda su vida. Y Anna Caballé va más allá: "Dice Philip Roth que un escritor debe disponer de la fuerza necesaria para resolver este conflicto insoluble y seguir adelante. Pero esa fuerza, ¿cuánta fuerza es? ¿cómo se consigue? Laforet lo intentó y escribió cuatro novelas más, pero sólo fue libre escribiendo Nada”. Es una cuestión importante, que me devuelve a la frase de JRJ sobre "ser hocicada", y también a esos personajes que no logran seguir a flote a pesar de las tentativas de rescate, y que a mí siempre me atraen, aunque necesito sobre todo a los que a pesar de todo sí logran flotar, a pesar de sí mismos y del peso que les ha llevado al fondo tantas veces, como Jean Rhys o Dorothy Parker. Y también habla de ser libre, de esa necesidad de dejar jugar libremente al niño -la niña- interior, una criatura salvaje, sin moral, a veces casi terrorista, pero que sólo ataca literariamente y que necesita carta blanca para no enfadarse y bloquearnos. He leido del horror de Haití, una sola imagen que sobrecoge. No puedo decir nada. Me da la sensación de que el planeta se agite apocalípticamente.
He empezado a buscar traducciones sin desearlas, y eso significa que pueden lloverme o puedo no encontrar nada, porque los modos del inconsciente son múltiples, pero de momento, esa búsqueda va propiciando un gracioso acercamiento a algunos editores afines. Quién sabe lo que ocurrirá, como ya dije, todo está lleno de misterio...
Me ha llamado un antiguo amigo de la adolescencia, un guionista de éxito en las televisiones que de muy joven viajó por el mundo con varios circos, dando saltos mortales. Dice que se compró mi libro, lo leyó en un día y le gustó mucho y pensaba recomendarlo, y su entusiasmo generoso me ha alegrado la tarde.
He puesto aquí una foto que hizo Manel Armengol la última tarde del año, sin saber, mientras buceaba en el azul, que esa noche de fin de 2009 saldría una luna azul... Anoche G. y yo hablábamos de esas extrañas conexiones con alguna gente, que nos llevan a adivinar cuando nos llaman, aunque hayan pasado meses de silencio. Recuerdo a un artista conceptual que tenía una extraña conexión conmigo, casi telepática. Yo soñaba con él una noche y a la mañana siguiente reaparecía telefónicamente tras meses de silencio. O le encontraba en un restaurante japonés y me decía: "He soñado que estarías aquí". Creo que ya lo puse en algún cuento...

sábado, 9 de enero de 2010

Hay cosas que no podemos decir

Foto: I.N., Árboles franceses, 2009
Porque no se entenderían o porque, si las dijéramos, el hechizo del momento se desvanecería con argumentaciones. Hay rincones de gratitud que nos quedan ahí, como una especie de victoria, con su felicidad secreta, para animarnos de pronto, cuando se posan en la memoria como pájaros en la rama, que tiembla un poco con su peso. Y también matices más oscuros.
Hoy andaba, aprovechando el cielo barrido por el viento y las calles vacías para pensar, cuando me he encontrado inadvertidamente en el lugar donde vivió un antiguo amigo, nos he visto a los dos un momento juntos hace mil años y la conciencia dolorosa de su muerte -hace ya años- ha estado a punto de arrancarme una lágrima, pero me he puesto a pensar que tal vez, de no haber seguido la dirección que le llevó a acortar bruscamente su tiempo en el mundo, no nos habríamos vuelto a entender, tal vez le habría perdido de otro modo, y esa clase de pérdida no produce lágrimas, sino una mezcla de desaliento endurecido, como el roce del viento. Porque entonces pensamos que las cosas podrían cambiar, por eso la muerte es lo único definitivo, y con todo... (sarinagara)... Esos que se fueron siguen ahí y aparecen de pronto en una esquina, obligándonos a repensarlos y a revivir fragmentos de otra vida, convertidos extrañamente en fantasmas dickensianos.
También pensaba que algunos lectores nos devuelven imágenes insospechadas de nosotros y es un alivio reconocernos en ellas, no por buenas o malas, sino por la exactitud con que detectan una tendencia inconsciente en nuestra historia, un empeño al que no habíamos puesto palabras, una prioridad o una actitud, que para otros no significa. T. me decía ayer que al leer mis cuentos le había sorprendido la libertad del personaje; dijo que otros concedían más valor al confort, la calma o la seguridad en la vida, y no necesitan tanto ser libres.
Es cierto que cada libro es un trozo de nosotros y que refleja sólo ese trozo y bajo un prisma que es la estructura, el ángulo a partir del cual interpretamos una historia, la contemplamos. Sólo uniendo los distintos fragmentos podría recomponerse a un autor, ayer lo pensaba leyendo ese libro que de verdad explica a DP, Dorothy Parker in her own words, una biografía honrada que hila fragmentos de sus entrevistas y su ficción. Y es muchísimo más interesante que esa sórdida biografía sin hilo, de puro cotilleo sin escrúpulos, sin tesis, que escribió Marion Meade, y que no le recomiendo a nadie.
Luego, antes de salir de casa, mi escritor contemporáneo favorito en esta lengua me ha escrito sobre mis cuentos: "He leído algunos de tus relatos y me he encontrado con las mismos aciertos que ya te conozco después de haberte leído bastante. Mientras leía, no sé bien por qué, el tono lo emparentaba a veces con la música de tu admirada (también admirada por mí) Jean Rhys. Está bien el juego entre ficción y realidad, es más dificil de hacer de lo que la gente cree... También tengo que decirte que las apariciones de lugares comunes a nuestra generación de Barcelona y a nuestro entorno me parecían muy vivas y me producían una extraña nostalgia (extraña porque no soy nada nostálgico, me interesa siempre lo que vendrá), me sumían en un mundo perdido; un mundo, en todo caso, distinto al tuyo, claro. Pero me remitían a algo perdido. Y bello. Nuestro, también tuyo, claro. No sé explicarlo mejor."
Para mí está muy bien explicado y me he ido andando en el aire helado hacia el cine casi volando (la joie), como la imagen de Baryshnikov del programa Philosophie de hoy en Arte Tv, que trataba justamente de la libertad, y decía que "toda libertad es contagiosa". Es una conversación preciosa entre Raphael Enthoven y el filósofo Frédéric Worms; no se la pierdan.
He ido a ver la película de los Coen porque el crítico de cine de El País la asociaba a Dietario voluble de EVM y a Kafka. A mí me ha gustado la perplejidad que envolvía al pobre personaje protagonista, envuelto en problemas encallados, que se arrastran sin resolverse, y en signos asombrosos que no sabe cómo interpretar y para los cuales los rabinos que visita no parecen tener respuesta, excepto quizás otras preguntas. Anoche escribí: "Todo está lleno de misterio", y me dormí, y tuve un sueño teatral, lleno de una belleza insólita o muy ajena que aún no sé cómo interpretar. Sólo al apagar el ordenador surgen las ideas de mi escritura y el deseo, o cuando ando por la calle, y luego todo parece desvanecerse... hasta que reúna valor.
Se ha muerto Rohmer, tantos de mis amigos éramos personajes de Rohmer; yo le echaré mucho de menos, su mirada y sus historias. También he pensado que tal vez dejemos de existir esos amigos y yo, si quien nos escribía y animaba desaparece... Le robo a Eph este fragmento de Trintignant hablando de Rohmer.

viernes, 8 de enero de 2010

Inquietud

Foto: I.N., Perpinyà, 2009
Reconozco que el frío me acobarda, sobre todo con este viento helado: soy mediterránea y echo de menos la primavera. Hoy he sabido que el primer día de la primavera pasada murió un hombre que defendía los árboles ; vino a pedirme ayuda para proteger el Parc de la Ciutadella y fui a verle a l'Escola de Jardineria de Montjuïc. Fue un encuentro encantador de viejos humanistas, que no olvido. Luego me escribía a veces, desde la masía en el bosque donde se había retirado. Estaba convencido de que yo podría hacer algo. Cuando les dije, a él y a un amigo suyo también octogenario y encantador, convertido en ciudadano británico, que no teníamos instituciones a las que recurrir, me dijeron: "Creémoslas nosotros". Yo les miraba sonriendo, asombrada de su energía. Me contaron la historia del parque con unas diapositivas preciosas y antiguas. Aprendí algo de jardines con ellos. He leído de su muerte con el estruendo del viento. Una delgada chimenea del edificio contiguo se ha soltado y ahora golpea contra una tubería más grande, y produce un ruido que parece de película de Hitchkock, un ruido que se filtra en mis sueños de estas noches. Cada noche me propongo llamar para que pongan remedio y luego se me olvida y sueño con esos golpes. Las predicciones del tiempo son amenazantes. No puedo evitar pensar en todos los árboles talados que mitigarían ese viento y siento que estamos desprotegidos, con esos políticos que sólo piensan en parkings y cemento.
Mis sueños son sombríos, aunque todos hablan del proceso necesario que tengo que hacer para abordar esa difícil novela, evitando la autocompasión, el victimismo, el perrillo que lamía las heridas de la protagonista en las novelas de Allison Lurie.
En Arts Santa Mònica, he visto las fotos de Centelles (aún en aquella penuria había una belleza compositiva, una arquitectura humana, una luz suya... el polvo del suelo parecía nieve, pero era verano. C. y yo hablábamos de elaborar ese sufrimiento o sólo sufrirlo, le subir) en el campo de concentración y he recordado que había estado allí esta noche. Primero en un zulo donde apenas cabíamos y nos faltaba el aire. Luego en un campo de concentración donde no tenía zapatos de mi número y donde había que desbeber delante de los demás, en un lugar estrecho entre dos bancos donde ya olía fuerte y acre. V. me ha ayudado a interpretar los signos. Sé que nada será fácil, pero como ella dice, también hay una alegría en ese miedo. Y a veces bailo por la casa, con una canción que me obliga a levantarme como en Las zapatillas rojas, pero sin más consecuencias que mi divertimento.
Un amigo entusiasta y recuperado que tiene algo seráfico para mí ha venido a ayudarme a asuntos tecnológicos y didácticos. He leído (por Francis) dos libritos de Fleur Jaeggy, buscando algo que no he encontrado en su escritura fina, fría e incisiva, a veces silenciosamente violenta. Las dos primeras páginas de I beati anni del castigo me apasionaron y me sirvieron para desechar mi último método. Su narradora hablaba del colegio del Appenzell donde estudió y donde había paseado y muerto Robert Walser. Hablaba de las fotografías que lo mostraban muerto en la nieve, de la huella de su cuerpo y de la idea de dejarse caer en ella como un sepulcro natural. Esa melancolía conectaba con un fragmento de mi novela donde mis recorridos hacia el colegio tenían impreso en el aire y el viento el recorrido anterior, fantasmagórico y multitudinario, aún más melancólico y desesperado, de todos los que emprendieron el camino del exilio en aquel helado febrero de 1939, y del viento y el hambre y los niños. Algo que comprendí cuando participaba en un memorial del exilio en el museo de La Jonquera, sólo que entonces no podía decirlo. Tuve que contener mi emoción confusa e inexplicable, pero entonces el alcalde de Petra, un hombre corpulento y plácido que se sentaba a mi lado lloró en silencio, hablando de los muertos de su isla. Como aquello que decía Françoise Davoine de esas cosas que si uno no expresa, las expresa otro, o si no, acaban por decirlas los muebles. Me gustó cómo Fleur Jaeggy hablaba de las monjas asociándolas a la muerte y definiendo a la elegante directora como una gran dama de los sepulcros. Hay algo en ella que me recuerda a los poemas de Ingeborg Bachmann. Me gustan las ediciones de Adelphi, con sus portadas delicadas de belleza melancólica y significante. Y me he reconciliado con Assouline, lo reconozco. me enfurecí por una entrada suya donde me pareció detectar un desprecio por los que llamaba escritores invisibles, entre los que me sentí incluida, que nunca llegarían a ser leídos, etc. Y ahora, sus entradas sobre la correspondencia de Céline, sobre un extraordinario jardín, sobre ese poeta bouquiniste de origen español aislado y recalcitrante adorado por todos los grandes poetas pero desconocido por el público, sobre el ensayista inglés que rechaza a Hannah Arendt en su totalidad, con una ferocidad o un absoluto algo sospechoso, o sobre la muerte de David Lévine el mejor caricaturista de la new York Review of Books (incluyendo adivinanza), o sobre la legitimidad de querer leer o publicar esas notas desechadas y ocultas de Kafka me han parecido tan llenas de pasión por la literatura que me he quedado un buen rato leyéndole y pensando que ahora, las mejores revistas literarias son algunos blogs.
En el Arts Santa Mònica he visto una extraña foto mía muy oscura y contrastada entre los personajes de la movida de los ochenta de la fría barra de bar en la exposición de Quim Monzó. También he visto robots de luciérnagas y robots que forman una célula madre con sus sensores, que detectan el calor del cuerpo humano. E instalaciones que reflexionan sobre el impacto y el uso político de las nuevas redes sociales. En Le Monde des livres he leído sobre el resultado literario del curioso contencioso de "plagio psíquico" y sobre el fin de los derechos de las obras de Freud y sus consecuencias editoriales y las opciones de los traductores. Mucha gente me ha escrito y llamado después de la crítica de J.A. Masoliver en La Vanguardia. Cada uno hace su lectura, como ocurre con los cuentos y todas completan mi visión con otros matices. Yo me siento agradecida y contenta. Es el camino de mis cuentos, que ya navegan solos por ahí. En febrero me han invitado a un nuevo café librería muy activo en Girona, a hablar de nuevo de mi libro balcánico. El sábado 16 de enero participaré en una tertulia literaria llamada Jacarandá, sobre Algunos hombres... y otras mujeres. Aún no sé cuándo, pero tal vez, si no se borra esa emisión de Borradores, el programa de libros Antón Castro en la televisión aragonesa saldré un momentito hablando de estos cuentos.
Una vieja amiga del colegio, a la que no había visto desde los 11 años, me encontró el otro día por un comentario mío en Internet contra los arboricidios municipales y me invitó a verla a Sevilla. Un abogado madrileño que conocí una vez en un bar me localizó ayer con la reseña y ha aparecido hoy para decirme que iba a comprarse el libro.Una amiga poeta y novelista me escribió el otro día un mensaje que me alegró:
Hace días que quería escribirte, porque leí tu libro con verdadero interés y placer. Me siento muy próxima a tu mundo, a pesar de todas las diferencias, ya te lo había dicho antes. Lo que más me gusta es la voz envolvente y despojada de tus cuentos, y esa melancolía áspera -la de quien coge tu mano y al mismo tiempo te aparta. Porque escribir es también compartir la soledad, como en los abrazos se intenta compartir con otros cuerpos, ay. Alguno de tus personajes sabe mucho de eso. A veces, un libro te deja menos solo. Yo estaba menos sola mientras leía el tuyo. Un beso grande, Esther Z.
La gata Gilda está casi hibernando, duerme mucho más con este tiempo.
Se acaban las vacaciones y en cierta manera llega una hora de la verdad y se afianza la incertidumbre. Los periódicos están llenos de malas noticias. La política de la paranoia se extiende cada vez más, todos parecen empeñados en la mentira. Una vez leí que la antigua jefa de los servicios secretos británicos, que ahora escribe novelas de espías, disentía de la actual política "antiterrorista" y decía que habría que ser más sinceros y decir a los ciudadanos que "no podemos protegerles de toda amenaza", y dejarlos en paz. Por desgracia, nadie la escucha. Quieren someternos aún más a sus terribles métodos que convierten cualquier viaje en una pesadilla y ni siquiera protegen a nadie de nada. Y el clima nos azota. A veces leo artículos que me parecen delirantes. Hoy MM contestaba con acierto en El País al delirio de alguien que pretende que los creadores no tenemos derecho a cobrar por nuestro trabajo, con el argumento de que nada se crea a partir de cero. Según eso, los escritores no podrían cobrar por su trabajo...
Todavía siento los ecos de la biografía de Jean Rhys que me ha sorprendido porque inesperadamente me hablaba de mí (y de mi posible novela), aunque sólo fuese una pista y la solución tenga que encontrarla yo, entre los sueños y las ensoñaciones. Me alegró ver que Bruguera ha reeditado el Curso de literatura rusa y el Curso de literatura europea de Nabokov (le copio la foto a Déjà vu), que son espléndidos y de los que hablé hace meses en este blog, preguntándome por qué no se reeditaban. Cuando acabe de leer y escribir sobre Natsume Soseki, volveré a ese Nabokov de la literatura rusa, para encontrar tal vez más claves, aunque sea por una espcie de ósmosis. Sueño despierta con irme a vivir a otra ciudad, una ciudad calmada, tranquila, con árboles gigantes como los que vi al otro lado de la frontera estas navidades. Ayer me llamó M., desde ese otro mundo suyo, y le costó mucho encontrar palabras. Yo sólo intentaba ayudarla, prestándole algunas, que ella aceptaba sin más; cualquiera le servía, se ha resignado a la pérdida y para ella ya casi sólo cuenta el tono. Ella había visto la foto de la crítica, pero no creo que pudiera leerla; todos los significados se han reducido tanto al perder la memoria de las palabras. Alguien más me llamó para decirme que le había entristecido mucho verla. A veces me gustaría ovillarme como la gata Gilda y olvidarme del mundo y sus temporales, olvidarme de la tristeza de esa media vida de M, y de las miserias necesarias para mantenerme, sólo leer y escribir. Me siento como los personajes de Jane Austen, que sólo salían cuando hacía buen tiempo y esperaban días y días. El viento silba locamente y en los intervalos de las tuberías entrechocando me parece oír un mar embravecido. Volveré con Soseki.