jueves, 17 de diciembre de 2009

Del frío

Foto: I.N. Autorretrato nocturno con oso, 2009
Hace mucho frío o tal vez yo me he vuelto más sensible, y ayer recuperé uno de esos abrigos de peluche gigante que en mi adolescencia llamábamos "osos", tal vez porque pesa como un oso, para ir a la presentación de Terrae de Manel Armengol, donde el autor del texto, con un background brillante y particular, Mark Gisbourne, me felicitó públicamente por la traducción de su escrito, en un país donde suele olvidarse tristemente el trabajo del traductor. Mi abrigo tiene realmente forma de bicho: hoy unos chicos me han increpado pensando que llevaba pieles, pero no hay nada animal en él, salvo tal vez yo misma, y abriga tanto como pesa...
Hoy he tenido un forcejeo matinal intentando que G. se abrigara también para su viaje a París (donde se anuncian mínimas de 11 grados bajo cero y ya está nevando), pero a esas edades parece que el frío no pueda alcanzarles, y más, después de ir todos los días al encuentro de esas olas. En cambio la gata Gilda, a pesar de su grueso abrigo de pieles, que nadie podría reprocharle, cuando no sale el sol simplemente se ovilla y duerme, y cuando sale a la terraza un momento a visitar su caja de arena, al volver a entrar se lanza a unas carreras frenéticas por el pasillo, como para reponerse, carreras que siempre acaban patinando en la alfombra de la entrada, arrugándola, antes de volver a ovillarse en su lecho de dacha blanco, cerca de donde yo esté.
Mientras, CHM, ya recuperado, me ha mandado un mensaje de los suyos; me gusta mucho lo que dice y cómo lo dice. También me gustó mucho el texto que escribió para el vigésimo aniversario de Cafè Central. No tuve tiempo de hablar de esa celebración aquí, ni del libro publicado por Antoni Clapés con aportaciones de muchos de los escritores (también una mía, que traduje al castellano e incluí aquí), ni de la multitud que se congregó en el Horiginal ni de los delicados magos que nos sorprendieron con sus habilidades (yo me encontré participando en su actuación de improviso, me hicieron barajar y manipular un juego de cartas invisible, eligiendo una carta en el vacío; fue bonito a pesar de mi torpeza con la baraja imaginaria). Esto es lo que me escribe CHM: He llegit al teu blog la intervenció d'en Toni Clapés a la presentació del teu llibre. Molt bé. De debò que em va saber molt greu de no poder dir quatre coses sobre el teu libre. Amb tot el que escrius, sense distincions dins el tot, vas reflectint, o més ben dit, vas construint un personatge i el seu rerafons. I això no vol dir pas que encara no l'hagis construït del tot, o sí. No és un camí, on escrius, sinó una mena de territori fet de fragments. Tot plegat va adquirint no pas una solidesa, sinó una liquidesa que, si no ho forces, es pot anar desenvolupant com fins ara o vés a saber com. Penso que l'important es deixar-se anar de la manera que ho fas. És dolent de plantejar-se objectius. Que tot et vagi rajant com a tu et raja, amb dificultats i dubtes (com tu dius) o sense bloquejos. La intenció de ..., la voluntat de ... poden ser una plaga en contra d'aquest territori ja construït i alhora en procés de construcció. I bé, m'ha sortit d'escriure't això.
Y después, cuando le he pedido autorización para ponerlo aquí, ha respondido:
Ep, ep!, I tant que ho pots posar! A més a més, m'agradarà ser present al blog zbelnusià, oh constructora de tu mateixa! Eco li qua.
Ayer a mediodía, entre Rambla Catalunya, Diagonal y Passeig de Gràcia había un atasco de grandes proporciones y los conductores típicamente incívicos de esta ciudad cada día más zafia y maleducada tocaban el claxon como niños caprichosos. Si deciden hacer sus compras (o sus merodeos, puesto que según los comerciantes, apenas hay compras) en coche, ¿por qué nos martirizan a los envilecidos peatones (compartir la acera con las motos y las bicicletas y los camiones de carga es arriesgado y molesto, pero el ayuntamiento de Hereuville glorifica el transporte en automóvil y los parkings siguen siendo prioritarios respecto al patrimonio histórico, los árboles y el transporte público tiene que adecuar su trazado para respetar los parkings) con sus caprichos ruidosos?
De madrugada, animados sin duda por esa fea y excesiva iluminación navideña, unos borrachos vociferaban villancicos cerca de mi casa. Esas canciones primitivas, que tanto me recuerdan a las navidades franquistas, no les ayudaban a entonar; el resultado era patético y estuve dudando cómo podía aislarme de ese sonido y leer. El reverso de esa fiesta que a mí nunca me gustó, como es lógico, son esos amigos que compran mi libro para regalarlo en Navidad. Ayer un novelista valenciano y poeta de sopetón (como él dice) me dijo cosas muy buenas de mi libro, algo como que no había ningún libro que con tanta gracia y tanta profundidad interna hablase de esa época y que él estaba convencido de que ejercería su poderoso efecto.
Al final de una mañana llena de pequeños conflictos (la calefacción estropeada, el técnico negacionista, la alternativa, los mensajeros que llaman como si los estuvieran matando, el frío...), me ha alegrado entrever lo que yo quería y necesitaba decir de DP en mi ensayo, lo que mañana escribiré.
Más tarde he visto a mi antigua shrink, que ya había leído mis cuentos. Para mí, al cabo de los años, ir a verla es casi una celebración. Su manera de explicar(me), las cosas que ella sigue traduciéndome aun en estas conversaciones me han llenado del coraje que necesito para volver a esa novela. Ella dice que todos estos libros, con registros tan distintos uno del otro, me han permitido sublimar muchos aspectos y prepararme para poder entrar en ese lugar de la novela. Hablaba de ese personaje de buscadora que recorre el libro y de lo que encontraba y veía desde el presente en cada uno de los cuentos. O del valor necesario para mostrar cómo pensaba el personaje entonces, cómo veia el mundo antes de mirar las cosas desde ahora. Y en cuanto a las comprobaciones dolorosas de que casi todo sigue igual que fue con algunos personajes de la infancia, según ella también implican un alivio de ver que no me imaginé aquello, que era real y que cada vez puedo observarlo con menos dolor y convertirlo en materia literaria.
Al salir he ido a la inauguración de Àmbit, ahora con Manel Valls y su mundo ecléctico, que reúne cuadros, piezas y artistas con un criterio de pasión coleccionista, su mundo, lo que le define, lo que le gustaría tener en su casa. Estaba lleno de gente, muchos de siempre, tal vez porque en estos tiempos de crisis, que alguien se arriesgue y apueste por algo es ya una razón festiva. Y al salir, mientras andaba hacia arriba, sonriendo sin darme cuenta, intentaba mirar sólo los tilos de Rambla Catalunya, que parecían respirar su humilde magnificencia incluso con su iluminación.
Pero también hoy, esta mañana, con una ola de tristeza por el mundo que fue mi mundo y que desaparece, ha llegado la noticia de la muerte de Albert Ràfols Casamada. (He llamado a Àngel V., "Estamos muy tristes, me ha dicho, aunque Albert estaba tan mal ya... Ha sufrido tanto, es injusto, no lo merecía, siempre fue un hombre bueno, que ayudó a tanta gente en la peor época, regalando cuadros".) Recuerdo el primer ràfols que vi, en la cocina de Queralbs de los Cirici, cuando yo era adolescente. Tenía un azul y una textura que me recordaban a Miró, pero también a Cadaqués, a las sillas, a los paños de la cocina y al mar asomado a una ventana pequeña, a toda una belleza de lo cotidiano que yo recién descubría, como una arte povera. Yo no sabía entonces que años después, en la casa de Federico Correa de Cadaqués, que alquilaba mi padre, conviviría con dos ràfols que tenían más que ver con la tierra e incluso con el Tàpies de otro tiempo. Ni podía imaginar entonces que visitaría aquella casa luminosa suya de Cadaqués, ni que antes me iría a vivir a la misma escalera donde Albert Ràfols tuvo el estudio, en Herzegovina 1, y que podría ver lo que estaba pintando y la multitud de telas formando un pasillo y la luz que entraba, que también era suya, ni que sus silencios amables, su seriedad y su sonrisa tenue se convertirían en algo cotidiano para mí, que subía cargada de esa otra belleza falta de palabras que dan los años jóvenes, con todo el ímpetu de aquella era batalladora y esperanzada, y seguía subiendo, ya con las escaleras teñidas de sus azules, sus sienas y su luz.

2 comentarios:

Ephemeralthing dijo...

En este texto usas un verbo que me gusta mucho aunque no esté en el diccionario: "ovillarse".
De alguna manera sirve para expresar "esa belleza de lo cotidiano" que en esta ciudad se está convirtiendo en algo casi privado ya que en la calle está tan maltratada.

Belnu dijo...

Sí, Eph, hace dos horas mirábamos un amigo y yo lo espantosamente feas que quedan esas farolas de autopista (homologadas misteriosamente con no sé qué negocio) en las calles pequeñas, y yo recordaba aquellas placitas y callejas pequeñas de París o incluso de Bruselas, con sus árboles de verdad y sus farolas decimonónicas, y el suelo adoquinado de Berlín, en fin, que me muero de nostalgia y sólo me consuelo en los libros. La belleza cura y la fealdad nos enferma. Yo recuerdo esa gente que nos recibió en una reunión hace poco: ellos´mismos (de unos 40 años de media) me parecieron mutantes y la belleza allí la representaba elegantemente la mujer octogenaria que defiende los árboles