lunes, 30 de junio de 2008

Día de la presentación


Foto: I.N. Mi mano en el abedul, Vojvodina, Serbia, 2007

Al fin, en esta mañana de final de junio he logrado podar y restringir mi reseña dylaniana al microformato que ahora tenemos en el Cultura/s. Lo cierto es que al enviarla he puesto Blood on the Tracks y he pensado que no había dicho nada de esa tristeza suya, ni de su manera de hablar del azar, ni de tantas cosas, ¿pero cuántas caben en 2.300 espacios? Siento sobre todo que no le he puesto su música.
No sé qué pasa en este país con la crítica literaria, que se reduce cada vez más. Al parecer, cada vez más prevalece en los consejos de redacción la opinión de que las reseñas son algo obsoleto, y de que en los suplementos y las revistas hay que hablar de temas otros y si acaso, entrevistar a los autores de best-séllers, mientras que todo el mundo con quien hablo me dice que utiliza las reseñas para encontrar libros. ¿Acabaremos encontrándolas sólo en los blogs?
No es sólo en ese terreno. En las grandes tiendas de alimentos dietéticos apenas tienen productos minoritarios y se esfuerzan para que no falten las patatas fritas en bolsa o los embutidos. Éste es un país inseguro, que no se atreve nunca con lo alternativo ni lo minoritario. ¿O acaso es el mundo? Antes, en política, la oposición consistía en plantear otra manera de hacer las cosas, y ahora muchas veces los dos grandes partidos a los que se reduce la opción se disputan únicamente el espacio tradicional de la derecha, mientras que la supuesta izquierda calla misteriosamente y la gente deja de votar o enloquece votando a personajes que les llevarán al hoyo y les sepultarán sin contemplaciones.
El mundo es un lugar misterioso y yo aún no me he dado cuenta de que dentro de un rato tendré que acarrear sillas y negociar con el barrendero para que los del sonido puedan enchufarlo en el mercado. Seguiré sin pensarlo. Tampoco quiero pensar en los mensajes que he recibido lamentando no poder venir. La verdad es que no he contado los que me han dicho "allí nos veremos" y algunos de esos son importantes para mí. Me pondré las gafas para mirarles porque ver esas caras amigas entre la gente siempre me produce un efecto benéfico considerable. Hay unos pocos incluso cuya presencia es una garantía simbólica de que nada podrá salir mal. No sabría decir por qué, pero así es. Tampoco tengo la más remota idea de si vendrá gente del barrio, si serán cuatro, cincuenta o doscientos. Ni he vuelto a mirar o pensar en lo que yo leeré, que será muy breve, ni en que alguien me insiste en que es una lástima que siempre lea y no hable. Y cuanto más me lo dice más deseos siento yo de leer y no hablar porque me gusta saber cuánto tiempo tardaré, y porque me gusta convertir lo que se dice en un texto que resuene en mis oídos, como los cuentos. Y porque siempre me gustó hacer algo distinto cuando siento una presión en contra (por eso tal vez escribo cuentos, porque los escritores sólo quieren novelas y dicen: "Cuentos, no"). A lo mejor hasta tengo algo de eso en común con Dylan...
Le he pedido a Casasses que él sea el último porque es el más teatral, o hipnótico (esa palabra le ha sorprendido), o todo lo contrario, agitador y catártico, porque tampoco sé lo que hará... Y en cuanto a Manuel Delgado, no he podido hablar con él, pero cuando presentó Crucigrama, dijo que había pensado lo que diría en el trayecto a pie hasta el lugar de la presentación...
Fuera hace mucho calor y G ha llegado en pleno desconcierto del verano, esa desnudez repentina del sol en la que, como diría el I Ching, "Es propicio tener adónde ir". Y es que este cielo agita la nostalgia y el deseo y en esa época arrebatada y primeriza tan pronto significa felicidad como crisis y la atmósfera puede cambiar en un pestañeo, with a simple twist of fate... Luego, J y él me han invadido la casa con macetas y una sospechosa conspiración, justo antes de irme a por las sillas... Al mismo tiempo ha llegado un mensajero de Ariel con dos ensayitos de viaje de Mary MacCarthy, El mundo y mi cámara de Gisèle Freund y un libro sobre Sylvia Beach y su joyceana librería Shakespeare and Co. Me gustaría reseñarlos...
Acabé la maravillosa biografía de Chéjov escrita por Natalia Ginzburg. Tan breve y tan atinada, con su mirada honda sobre el fracaso y la tristeza y la arbitrariedad del éxito y el fracaso en el teatro, los abucheos y silbidos terribles que resonaron tiempo en los oídos del autor (una vez, hace muchos años, Cesc Gelabert me contó cómo se había sentido en el escenario, como si le lanzaran cuchillos, en un fracaso precoz de su carrera; también Dylan habla mucho de esos abucheos cuando aparecía por sorpresa con guitarra eléctrica o con teclados o versionaba de forma insospechada, y asocia esos abucheos agresivos -incluso con golpes y proyectiles, con energúmenos que suben al escenario a pegarle por romper su sueño-, a ciudades de esa vida incansable y nómada de giras que ha llevado) y que en tres días podían verse sustituidos por un éxito clamoroso. O la amistad con un amigo bribón y sin escrúpulos, del que Chéjov admira la energía vital y que a su vez comprendía a Chéjov, tal vez porque "Los seres humanos tienen a veces múltiples fisonomías, discordantes entre sí, insospechadas." O la amistad entre Tolstói y Chéjov. Tolstói adoraba los cuentos de Chéjov pero su teatro le irritaba: "Como sabrá, detesto a Shakespeare. pero las comedias que usted escribe son todavía peores." O la pareja (o más bien correspondencia) libre e independiente que formó con la actriz Olga Knipper, y cuando ella se disculpaba por permanecer actuando en Moscú mientras Chéjov tenía que quedarse en Yalta por su mala salud, él le escribió: "Nadie tiene la culpa si el diablo te ha metido la pasión del teatro y a mí, los bacilos de la tuberculosis." Y es que a Chéjov le fascinaba su fuerza vital (Por cierto que una vez vi en un teatro de las Ramblas un magnético montaje -¿de Peter Brook?- de las cartas entre Olga Knipper y Anton Chéjov en el que Michel Piccoli asumía el papel del autor ruso y Natasha Parry era Olga).
Y ya no escribo más. Seguiré mañana, cuando ya haya pasado la marabunta y yo vuelva a ser persona.
Presentación de La plaza del azufaifo. Plaça Joaquim Folguera. 20.30h. Con Manuel Delgado y Enric Casasses.

sábado, 28 de junio de 2008

Tomas de tierra


Foto: Linda Danz, Central Park, Nueva York, 2007 (ciudades que protegen los árboles, a diferencia de nuestro municipio arboricida)

Yo tuve una vez un affair breve y gozoso con alguien que no vivía en ninguna parte. Tenía una base de operaciones en casa de unos amigos, en Toronto, ciudad que detestaba, y organizaba su mundo, sus artículos, sus encuentros internacionales y su activismo entre la virtualidad y las ciudades del mundo. "Tendrá el chakra raíz muy fuerte", me dijo enseguida P, admirada, y yo pensé que mi caso era el opuesto, siempre pegada a las casas como la tortuga a su concha: hace años que me preocupa lo que ocurrirá cuando se acabe mi contrato de alquiler, y aún no me he repuesto de los últimos traslados ni de la pérdida y desorden que implicaron, aunque hayan pasado treinta años. Como Grace Paley, tengo que reprimir el impulso de llamar a la puerta de mis viejas casas, que sólo he visitado en sueños, pidiendo por favor que me dejen entrar y mirarlas porque siguen siendo un poco mías, si no en el sentido brutalmente material de la ley de propiedad capitalista, sí en un sentido más romántico e histórico, porque algo de mi espíritu debió de quedarse ahí. Mi amigo (el del chakra raíz fuerte) se ha posado un tiempo en Londres y aparece de vez en cuando, aunque sea virtualmente, pero hay en su vida una mezcla de secreto y exhibición (no digas en tu blog que he estado en BCN, me pidió una vez, con razones vagas) que me parece familiar y contemporánea, aunque a veces me he preguntado si no será simplemente un espía.
Tengo una amiga que detesta las casas viejas: "están llenas de fantasmas", dice. En su caso es comprensible, ya que probablemente, los fantasmas le hablarían, le pedirían atención y quién sabe qué, como el fantasma de la señora Muir (una película recomendada por un librero que escribe y que si no me equivoco, ahora está en Figueres). Mi amiga me aconsejó que no visitara al azufaifo de noche, porque todos los espíritus se agazapan supuestamente allí. Pero a mí, porque no los veo, como tampoco veo auras a la gente (en sentido estrictamente esotérico) ni imágenes del futuro en los pasamanos de cristal o los vasos de agua, no me disgusta la supuesta presencia de esos fantasmas o sobre todo sus vestigios históricos: ¡qué emoción me produjo cuando, al cambiar el contador de la casa de la calle Herzegovina, encontré un contrato de la luz de un alemán hecho en 1932! Ya he dicho aquí que me gustan las casas abandonadas (en Barcelona ya apenas existen, las tiran cuando los ocupantes acaban de bajar las escaleras, ya no hay historia que buscar) y que hace años me colaba en ellas siempre que podía.
Alguien que no para de moverse pese a su crisis me llama, y como llama tanto y siempre aprovecha el momento en que coge taxis (es un gesto que se repite simétricamente: primero me saluda, luego dice: "Perdona..." y añade: "Vamos a Ciutat de Balaguer con Arimón..." o bien lo dice en portugués, o pronuncia una calle madrileña) o cuando espera a coger un avión, y en tal caso se oye sonido de aeropuerto... Yo siempre olvido dónde está y le imagino en un espacio intersticial entre Madrid, Barcelona, Extremadura, ses illes o Lisboa. Curiosamente, si quiero comunicarme con él, es inútil llamarle: él nunca contesta o no suele. La única manera es esperar a que vuelva a llamar. Su identificación telefónica tiene una característica particular, cierto poder que nadie ha sabido explicarme, pero que su hijo ha comprobado igual que yo. Si estoy hablando con cualquier persona por el teléfono fijo y llama él, se corta la llamada en curso y aparece su voz. Si le pregunto cómo se hace, se ríe y no dice nada al respecto. En realidad, no oye la mayor parte de cosas que le digo, o sí las oye, porque puede repetirlas, pero no las computa realmente. Tiene cierta capa impermeable a lo que oye, y hace años, cuando traducíamos juntos, él siempre olvidaba lo que habíamos traducido. "¿Y qué pasa con X?", me preguntaba. "¿Pero no te acuerdas? Lo mataron en el capítulo anterior..."
Ayer, en el metro, estuve leyendo la deliciosa biografía que Natalia Ginzburg hizo de Chéjov. Fue V quien me la pasó (yo se la había regalado) y me hace gracia descubrir cómo Ginzburg lo ve o en qué aspectos se detiene (yo tuve que incluir fragmentos biográficos de Chéjov en dos reseñas de La Vanguardia y en los textos de portada de una edición barata de El jardín de los cerezos y La gaviota), pero me la compraré en italiano porque leer libros ajenos significa no poder doblar las páginas que me interesan, las que querré citar más tarde, en algún momento, a veces al cabo de mil años. Habla de un cuento titulado "Tristeza" que no recuerdo haber leído, donde el cochero ha perdido a su hijo pequeño pero no encuentra a nadie dispuesto a escucharle y le cuenta la historia al caballo: "'Mi querido rocín... Kuzmá Iónich ya no está entre nosotros... se murió de repente...' La ciudad está cubierta de nieve y de barro, es una noche gélida, en la cochera el aire es sofocante, y los demás conductores entran y salen, indiferentes. El caballo echa el aliento en las manos de su amo, come avena, escucha. El cochero se lo cuenta todo." O también habla del horrible sacrificio de la hermana, que Chéjov pretende no saber... Y tantas otras cosas en un texto tan breve y maravilloso, y sobre todo, Ginzburg sabe bien el valor de la escritura de Chéjov, su sequedad, su falta total de lágrimas y autocompasión, su asombro y extrañeza al no comprender el mundo, todo lo que ella (y todos los que intentamos escribir cuentos) aprendió leyéndolo.
Y sigo con la oleada dylaniana de la reseña que aún no he hecho, y que espero hacer esta tarde. Y no pierdo la esperanza de que esta tarde se me ocurra qué puedo decir en la presentación de La plaza del azufaifo sin repetirme. En cuanto a la película de ayer... (que tanto decepcionó a V. pero que hizo pensar a J.) no puedo decir que me molestara verla, pero tampoco podría recomendarla.
Por cierto que yo suelo tirar directamente a la basura suplementos de ocio, viajes, tv., etc. de los periódicos que compro y hoy el nombre de Magrinyà en una de esas páginas (así me he dado cuenta de que otros escritores colaboran ahí. En el mismo suplemento, Jorge Wagensberg habla complacido de la ciudad, habla de árboles y no dice nada de las inminentes talas ni de las talas ya habidas, como esos mentirosos documentales que muestran una vida salvaje que ya no existe y ocultan los estragos) y lo he leído. El artículo Las ventajas de una guía de viaje caducada vale la pena: cita Redburn de Melville como el primer caso y acaba hilando graciosamente algunas escenas de divergencias entre las guías y sus propios viajes, reales o construidos, secretos o exhibidos, como el bar de asesinos que visita sin sospecharlo en NY., en una época bienhumorada en que llevaba el pelo de dos colores, "blanco y negro, como una vaca)" me ha hecho reír y recordar inevitablemente mis esfuerzos por localizar en el mapa las calles con nombres siempre cambiados en Belgrado, y era inútil haberme aprendido un poco el distinto abecedario, o buscar los sitios con mis indicaciones escritas por las calles sin nombre de Pristina, y el único tip interesante que encontré en una guía inglesa casi clandestina de Belgrado, donde explicaba que en esa ciudad, nada es lo que parece y los mejores lugares son imposibles de encontrar mirando la fachada; se descubren en la incredulidad, atravesando portales y patios oscuros, al fondo de los cuales puede haber un jardín lleno de música y gente conocida.

viernes, 27 de junio de 2008

La ciudad no es para nosotros


Foto: I.N. Yo viví en esta casa, calle Herzegovina 1, en 1976 y hasta 1981, diría... Pero mi balcón daba a la calle del Camp.
En el ABC del domingo, Alfonso Armada comentaba la Última oda a Barcelona, de Lluís Calvo y Jordi Valls y citaba a Vila-Matas en el prólogo de La plaza del azufaifo. Que nadie crea que me he repuesto de los últimos disgustos arbóreos. En el reverso, una comentarista me recuerda la historia de Dafne, que perseguida por Apolo se convirtió en árbol, como contaba Ovidio en sus Metamorfosis, y lo pintó Poussin, y tal vez lo comentó John Berger, y ya salió aquí.
Los libros y las críticas me consuelan de noche, cuando se apaga al fin el estruendo de las obras. De día apenas hay reposo. Grúas y máquinas perforadoras y polvo nos rodean y el calor multiplica la sensación de vivir en el infierno. Cuando las máquinas paran un momento, la radio ensordecedora de los trabajadores, que sufren sordera hace tiempo y siguen trabajando sin casco ni protección alguna. He salido a hacer unos recados y he vuelto agotada de calor y estruendo. He hablado con el florista de la plaça Joaquim Folguera, que es naturalmente partidario de los árboles y me ha dicho (porque se lo han contado los jardineros) que el ayuntamiento tiene planeada la muerte de los elegantes lledoners (almeces) para principios de 2009. Tendremos que encadenarnos, eso está claro (vayan a Polis a leer mi carta a los periódicos), y antes armaremos escándalo. "No hay muchas plazas como ésta", me ha dicho el florista, que disfruta de esa sombra y esa visión todos los días durante el buen tiempo. "Mira este tronco... seguro que tiene más de cien años..." Me ha contado que él llegó hace 25 y el árbol era como ahora...
Ayer G. y sus amigos de la facultad estaban estudiando en la plaça de la Revolució (algo insólito en ellos, incluso en época de exámenes) y unos miembros armados de ese cuerpo policial municipal de acción que va de azul marino (no sé qué policía es esa, tienen pinta de cuerpo de acción y ataque, y mi confusión sobre las actuales fuerzas de seguridad me hace sentir aún más fuera d'eixè món) procedieron a desalojarles, eso sí, en lengua catalana, como precisa un comentarista al reverso. "¿Pero qué cosa mejor podíamos hacer nosotros que estudiar?", me dice G. A pesar de todo los echaron. "Aquí no pueden estar", les dijeron los agentes. Si hubieran sido turistas... Pero la ciudad tampoco es para ellos.
¿Y el mundo? ¿Acaso el mundo no se está convirtiendo en un lugar inhóspito? La ominosa directiva de retorno, con la demagogia de Zp y otros que defienden lo indefendible, a saber, que los inmigrantes puedan ser retenidos sin cargos durante dieciocho meses(!), que los niños puedan ser repatriados y confinados a un país ajeno con el que haya acuerdos, entre otras muchas cosas que atentan contra los derechos humanos básicos, o la semana de 65 horas, rompiendo una conquista social que tanto costó conseguir, o el tribunal estadounidense que ratifica el derecho de todos los habitantes a llevar armas... Cada vez más, leer el periódico me produce la sensación de estar viviendo una broma amarga, que en realidad no tiene ninguna gracia. ¿Para quién es el mundo? Cada vez me parece más claro que no es para mí.
Y en mi micromundo, a medida que se acerca la presentación del libro, me invade la inquietud. Cómo me gustaría una presentación en una pequeña librería, sin tener que pensar en sillas, tráfico, electricidad, sonido, locos voluntarios que intentan intervenir, etc. És la última vez, me prometo a mí misma. Y aún no he pensado qué diré. Desearía saltar directamente al martes... He pasado por la librería Jaime's y se les habían acabado los ejemplares de La plaza del azufaifo, pero habían pedido más. En La Central había una buena pila. Y me ha dicho el editor que en la Casa del Libro de Madrid tenían otro generoso montón (en cambio en la del Passeig de Gràcia ni uno, ¿será que los de allí leen más a Sagarra que los de aquí?).
Ni siquiera he conseguido aún pergeñar mi reseña para La Vanguardia. Y esta noche me iré al cine a olvidar. A la vuelta pasaré junto al mágico azufaifo...

jueves, 26 de junio de 2008

Arboricidios: la amenaza continúa


Foto: I.N. Jardines de la Casa de Escritores, en Čortanovci. ¿Hasta dónde habrá que ir para encontrar árboles? Nuestros políticos han decidido acelerar la desertización, adecuar Barcelona a su futuro nordsahariano.

Ayer me llamó N para decirme que estaban talando los maravillosos pinos de los Jardins de Ca n'Altimira, en Mandri. Justamente el otro día paseaba yo por allí y pensaba: aún nos queda esta sombra, esta frescura. Debieron de oírme. Los funcionarios de Parcs i Jardins que están procediendo a la tala desde ayer con sus implacables sierras se burlan de las preguntas de los vecinos y alegan que se trata de "efectos colaterales".
N puso una denuncia en el Telèfon del (In)Civisme. Por desgracia, esas denuncias no sirven para devolvernos los pinos ni para detener la tala, que hoy continua con el siniestro sonido de las sierras. Yo llamé a Parcs i Jardins: "Si som nosaltres", me dijo mi interlocutor fortuito, que pretendía no saber nada, "segur que hi ha una raó". Eso me pareció gracioso: "Sí, una muntanya russa, com a Collserola, o un tramvia, com a la Diagonal, o qui sap... totes les raons són bones per a vostès, que es dediquen només a tallar arbres..." Él sólo matizó: "També en replantem", me dijo. Y yo le dije que lo que replantan nunca crecerá como lo que había y él estuvo de acuerdo: sequía, contaminación, alcorques diminutos y además, él mismo añadió que se necesitan muchos años para que crezca un árbol. Pero ellos siguen cortando. Una razón posible, dijo, es la seguridad. En efecto: para estos funcionarios, todos los árboles están enfermos y corren peligro de caerse, y en lugar de reforzar cualquier árbol que se inclina, como ocurría con el pimentero falso de Méndez Vigo, prefieren talarlos. Cuando necesitemos sombra tendremos que entrar en los feos bares de franquicias, que sustituyen a los antiguos cafés. Así disfrutaremos más de la contaminación y el calor. Y además, ya lo dije aquí, los espacios frondosos resultan "opacos" a nuestros políticos: podría cometerse algún delito. Imaginen qué distinto sería Inglaterra, el propio Londres sin sus parques frondosos. O Berlín. O París. O Luxemburgo. Allí no se corta a los árboles con cualquier pretexto. Aquí, si seguimos así, pronto no quedará ninguno.
Luego me escribió un señor, ya jubilado, que ha dedicado la vida a los árboles. Había tenido cargos en otro tiempo y acabó apartándose precisamente por disentir del arboricidio, según tengo entendido. Me dijo que el Parc de la Ciutadella está más amenazado que nunca. Que la destrucción empezó hace tiempo, pero que está previsto completarla muy pronto. Tal vez el ayuntamiento quiera construir allí también. Todo esto es ya incomprensible, a menos que aceptemos la tesis de Saviano de la penetración de las mafias rusa y napolitana entre nuestros políticos. Si no, que alguien me lo explique.
Me cuesta comprender lo que está ocurriendo. Pero sin duda el resentimiento del que hablaba el otro día influye también, además de la corrupción. Tal vez piensan que todo jardín, todo árbol es sospechoso de tener un pasado burgués. El apego a la naturaleza también se considera sospechoso. Una frivolidad, sin duda alguna. A pesar de la sequía. Deberían leer Orlando donde la tradicional pasión por la naturaleza, mal de los ingleses, no puede competir con la de los gitanos, que poseen libremente la de todo el planeta.
Al reverso alguien dudó si yo atribuía el mal a los "otros" extranjeros. Nada más lejos de mis pensamientos. Me temo que el espíritu arboricida es muy español y muy catalán. Lo dijo ya Stendhal en sus Chroniques italiennes. Y no se cura. Es pura burramia. Acabo de saber que nuestro ayuntamiento quiere cortar también los hermosísimos almeces (lledoners) de la plaça Joaquim Folguera, con el pretexto de cambiar la boca del metro. Todos los pretextos son buenos para la salvaje tala del ayuntamiento de la pobre, pobre Barcelona. Mi carta al director en Polis. Convertiré mi texto de la presentación en una llamada a encadenarse, a rebelarse, a resistir. Es un enigma que se me escapa y alguien se lo preguntaba al dorso. ¿Quieren que no quede ni un árbol antiguo que oxigene la ciudad o pueda traer lluvia? ¿Han decidido vender esos troncos a una papelera lujosa? ¿A quién interesa todo esto?

martes, 24 de junio de 2008

Solsticio y ruido


Foto: Francesc. Un personaje de este blog contempla la mesa con varios volúmenes de mi libro La plaza del azufaifo en el restaurante La Taula, en la calle Sant Màrius, cerca del famoso árbol chino por el que hemos batallado.
Yo reconozco que el solsticio de verano tiene cierta influencia histórico-simbólica para mí, que ficcionalicé en mi Crucigrama, y que en esa noche, aún siento el viejo impulso de salir huyendo hacia algún lugar. Y aunque cada vez me sería más fácil neutralizarlo y quedarme leyendo en medio de la pirotecnia (y lo he hecho alguna vez), el estruendo en mi barrio es tan grande que no podría evitar preguntarme una y otra vez con cierta irritación qué significa ese simulacro de guerra, o contemplar esos padres hombres que superan largamente los impulsos destructivos de sus hijos y se arriesgan y les animan a arriesgarse con los petardos. No podría evitar, al oír las ambulancias, interrumpir mis lecturas o aún peor, mi escritura.
Y al mismo tiempo, sonrío recordando la hoguera ilegal a la que asistí hará diez o doce años, organizada en su barrio por un antropólogo amigo que, cuando le pidieron explicaciones, declaró a la guardia urbana: "Yo tengo que ser coherente. Mañana sale un artículo mío explicando que se trata de una demostración popular simbólica de fuerza, en que los ciudadanos recuerdan a los poderes públicos que podrían rebelarse". Esa explicación romántico-libertaria me gusta más que mis propias ideas: aún recuerdo que en mi adolescencia, en el loco Sant Joan que se celebraba en Ciutadella, los más agresivos en la calle y más borrachos de gin, los que intentaban arrojarnos bajo los caballos y nos atacaban literalmente eran siempre los personajes más tímidos y reprimidos en la vida cotidiana de aquel lugar, como un farmacéutico que se ruborizaba al atenderme y al que vi convertirse en ogro en la noche del fuego, y no puedo evitar concluir que somos un país de gente pasiva, que traga con todo y no se rebela por nada, que acepta lo que se le impone sin preguntarse siquiera, que paga los precios más desproporcionados por las casas, aunque eso les suponga vivir mal (ayer una chica parisina me confirmaba que ahora hay pisos en París mejor de precio que en Barcelona), aceptan que les destruyan el paisaje y que las compañías les cobren precios abusivos por los suministros, no se quejan del sueldo bajo, viven en medio de un estruendo constante de obras, pagan fortunas por mala comida y nunca protestan. Y a cambio, celebran el solsticio con una simulación bélica.
También recuerdo un pueblo de Galicia en verano, en la fiesta mayor, donde la pirotecnia excluía todo efecto visual en el cielo y se reducía a un estruendo brutal, de auténticas detonaciones que resonaban desagradablemente, sacudiendo las casas. Alguien me dijo que aquello era más barato que los fuegos artificiales pero yo siempre pienso que se ajustaba más a la idea de mi amigo antropólogo. Y por cierto, en la verbena siempre me vuelven imágenes de aquella noche de la hoguera ilegal: cuando volvimos a su casa y él procedía a hacer estallar sus municiones en la azotea, el vecino del tercero le mandó a la guardia urbana. Los agentes reconocieron al antropólogo de inmediato. "¿Otra vez usted?", le dijo uno de ellos, y él desplegó entonces toda su excéntrica elocuencia y ellos acabaron sonriendo comprensivos. Pero en cuanto se fueron, él reorientó el fuego hacia el vecino. "¡Tercero, morirás!", le gritaba, y los demás casi llorábamos de risa.
Casi todos los años suelo juntarme con amigos para ver una película o charlar hasta que pasa la tormenta. Una vez llegamos a ir al cine, que estaba felizmente vacío esa noche: lo malo fue que, al salir, los petardos estaban en pleno apogeo. "Ya sabes", me recordó ayer una psicoanalista con la que hablé por teléfono, "Quema esta noche todo lo que quieras eliminar de tu vida..."
Anoche me refugié en la hermosa terracita del "palomar" donde habita el partner italiano de V. Cenamos allí, en medio del estruendo y el olor a pólvora, y estuvimos hablando unas horas con chales bajo la brisa, y vimos cómo a los beligerantes vecinos se les iban acabando por fin las municiones, hasta que pareció que la furia pirotécnica bajaba y que se podía atravesar la ciudad sin más problema.
B. me había llamado para anunciarme que se había comprado una botella de vino blanco y pensaba irse con su perra al parque, en una celebración privada. Hoy me ha dicho que a su perra, más que los estallidos, le inquietaban los silbidos de los cohetes. Yo dejé a la gata Gilda dentro de casa, para que los petardos no le chamuscaran la cola. G ha aparecido este mediodía y hemos comido juntos unos fideos udon con un calabacín de huerta que me ha traído B con otras verduras, a cambio de que le echara unas cartas. He visto que los cohetes que tanto atraían a G de pequeño le disgustan cada vez más. Le había molestado el estruendo de ayer y además, tuvo ocasión de confirmar la teoría de Nick Hornby sobre la peligrosidad de la música.
Me he levantado en un silencio maravilloso, acompañado de brisa, he leído unas paginillas de la interesante biografía de Mercè Rodoreda a la que aún no puedo dedicarme, y he pensado con ilusión en el día que me esperaba, sin cita nocturna, dedicada tal vez a la escritura de mi conferencia o a acabar mi lectura/reseña de Dylan. Pero luego se han despertado los pirotécnicos y ahí están, aprovechando las municiones sobrantes y llenando el aire de pólvora. Y G me ha estado interrumpiendo con su conversación y preguntas técnicas hasta que se ha ido a casa de una amiga (reconozco que una interrupción constante se convierte para mí en una forma de tortura, aunque siendo G tengo un poco más de paciencia. Otras veces me sorprendo maldiciendo el teléfono o la puerta...) ¡Ahora ya no tengo excusas!
P.S. En el blog del mundo editorial El ojo fisgón recomiendan mi libro arbóreo. Por cierto, ya no sé si lo dije aquí. Pasé por la librería Platón (en Balmes/Mitre) y me llevé una sorpresa al ver mi libro en el escaparate. Me dijeron que aún siguen vendiendo mi Crucigrama.

jueves, 19 de junio de 2008

Del resentimiento y los adjetivos


Foto: I.N. La que fue mi casa en la Diagonal, 2007

Yo también he sentido simpatía por Julien Sorel, sobre todo en un país como éste, destruido para siempre en lo cultural por una Guerra Civil que fue de clases, y que nos llevó para siempre a la burramia y la pasividad, que desterró de las Universidades toda ilustración y la sustituyó por simple lealtad al régimen, aunque fuese analfabeta. Yo nací en Figueres, pero crecí en la Diagonal, y curiosamente, a pesar de haber sido comunista en la clandestinidad y haberme arriesgado por lo que creía, y haber defendido siempre lo que me parecía ético en los espacios que he tenido y no haber heredado y haber tenido que trabajar siempre, parece que tengo que seguir pidiendo perdón por ello. (De haber podido elegir, habría preferido una familia más intelectual, más de izquierdas y sobre todo, más hopitalaria, pero por desgracia, no me preguntaron.) Lo que me parece mal es que a nuestros políticos, de la izquierda sólo les queda ese resentimiento, y no dudan en apoyar al mercado y dejar que nos gobiernen los lobbies y que las grandes corporaciones decidan cómo debe ser la Universidad y a quién se beca o financia, y asignan a la policía poderes extraordinarios y la sitúan por encima de toda crítica, y sustituyen toda inversión en conocimiento e investigación por inversión en ladrillo... pero eso sí, les queda intacto el resentimiento... o la culpa. (Siempre vuelvo a aquella banda de nombre genial, Os Resentidos de Vigo).

Iba yo hoy andando hacia mi destino -una heladería japonesa de Urgell, donde comprar el postre para llevar a una cena, ni burguesa ni derechista, sino simplemente intelectual- y he cruzado el Turó Parc, pensando: "No todos podemos vivir en estas casas, ni mucho menos, pero todos podemos atravesar estos jardines." Luego he cruzado la Diagonal, mi antigua calle, ahora que la casa en la que viví ha pasado a otras manos y nunca más podré visitarla (qué importa, lo que se veía por las ventanas ya no existe, ha sido arrasado y engullido por el cemento), pensando: "No todos podemos tener un piso ni un despacho en la Diagonal, pero podemos atravesarla, bajo la sombra pequeña de esos pobres árboles altos y flacos, sin lugar para expandirse, que el ayuntamiento ha decidido sacrificar. ¿Por qué? Por dinero, sí, y corrupción y política derechista al servicio de los intereses de un mercado que nos ha llevado a la crisis, pero también por resentimiento.

No son de izquierdas ni son revolucionarios precisamente los que califican Sant Gervasi de barrio burgués y lo condenan a muerte. No es casual que sea éste el barrio donde menos edificios han sido declarados monumento: no será porque hubiera menos... La voluntad de nuestros políticos municipales era clara (aunque algunos de ellos procedan de aquí, pero hay que pedir perdón y pagar, por un extraño masoquismo). Creo que nunca entendieron realmente a Julien Sorel. Es una falsa crítica, sin distancia ni razón, ese resentimiento que sólo se indigna por la frustración de un deseo o que destruye aquello que no cree poder poseer en un "la maté porque era mía".

Un comentarista de El País, escritor cuya novela reseñé yo con entusiasmo en este blog, considera hoy en su espacio que aquí, los poetas bailan una "danza lírica burguesa alrededor del azufaifo". Quizás yo esté equivocada, pero me parece que el adjetivo de burguesa sirve para condenar o ridiculizar todo esto y muestra sólo un prejuicio, un estereotipo, como cuando detuvieron a un millonario por estafa y añadían siempre el adjetivo "judío", pero curiosamente no lo añadían al citar a un prestigioso teórico de la ciencia que gobierna una institución cultural, o un artista, o un escritor, a menos que él se autodeclarase así. ¿Y por qué es una danza burguesa? ¿Porque cuestionar a un ayuntamiento que se ha aliado a las inmobiliarias es de burgueses? ¿Porque se "baila" en la escasamente burguesa calle Arimón? ¿Porque este barrio es tan sospechoso que lo "progresista" es abandonarlo y dejar que lo destruyan?

Antoni Puigverd supo matizar en La Vanguardia sus ideas sobre este barrio, donde sin duda hay alguna calle o franja de calle de ricos, vestigios de alguna zona burguesota, pero también hay -y si no, que le pregunten a quienes llevan la asociación de vecinos- mucha gente mayor en este barrio que pasa hambre, que no llega a fin de mes, profesionales con medios escasos, gente anciana sin recursos y mucha "clase media apretujada", como dijo Puigverd al visitar mi calle. Me gustaría que el comentarista de El País se diera una vuelta por aquí; tal vez concluyera que el origen no lo es todo y que él mismo vive más holgadamente. Es un barrio que fue pueblo, barrio de menestrales, que coexistían con los señores y sus mansiones. Y ahora, cornudos y apaleados. Para el ayuntamiento, tenemos que pagar nuestra culpa y por tanto, no tenemos biblioteca, ni gimnasio ni apenas escuela pública, ni servicios. No nos dan la plaza del azufaifo porque estamos castigados. Aquí apenas llegan los coches de limpieza y una barrendera nos dijo que era "menos prioritario", que sólo venían si les sobraba tiempo: órdenes municipales. Todo es más caro, y no se sabe por qué. Antes, había menos contaminación, más verde, más frescura. Ahora sólo quedan cemento y grúas, ruido y polvo. Pero las tiendas siguen siendo más caras (por cierto que enviar un ejemplar de La plaza del azufaifo por correo a Nueva York, a la fotógrafa que me cedió una foto, me ha costado 16 euros. Me pregunto si también la estafeta de correos será más cara en Sant Gervasi, ya que las farmacias sí lo son).

Es cierto que el resentimiento o esas fantasías sobre la suerte de los otros se pasan con el tiempo: nadie tacha a Mercè Rodoreda de burguesa por haber nacido en Sant Gervasi ni dejan de leer por eso sus novelas. Ni se lo dicen a Casasses, que nació aquí, o a Todó o a tantos escritores. Pero no tenemos derecho a defender un árbol aquí frente al cemento, porque es una actividad burguesa. Tal vez el comentarista no hojee el libro porque lo considera burgués, ya que él, aunque sólo sea por su origen, tal vez se considere revolucionario. Y el origen no lo es todo, y si no, que le pregunten a Nicolás Sartorius, o a algunos empresarios voraces e implacables venidos de clases humildes. También cuenta lo que uno hace, lo que elige y el valor de lo que escribe. ¿O acaso la literatura también tiene que pedir perdón para ser leída, demostrar previamente que no es de clase? Y la demostración necesaria es emigrar de este barrio, no defenderlo jamás, sino echar leña a la hoguera pública.

No se le ocurrirá al comentarista que la ciudad es también territorio común, para todos, y que pasear por una zona arbolada o con casitas antiguas sería bueno no sólo para sus propietarios. Con más árboles llovería más. ¿Acaso Collserola no era el pulmón verde de la ciudad y no sólo para hipotéticos propietarios de pequeñas torres? Los ingleses, que sí protegen su patrimonio verde, ayudan a los propietarios de jardines a financiarlos con la condición de que los abran al público de vez en cuando.

Cada uno tiene su parcela de resentimiento, veamos lo que queda del mío. Como burguesa, creo que sólo tuve un sueño, un espíritu, ya que mi padre dilapidó y mi orfandad material fue para siempre. Tampoco privilegios ni aceptaciones en el mundo literario, que se rige a veces por lo social. Más bien puertas pequeñas y estrechas y condicionadas a quedarme en mis márgenes, donde he aprendido a vivir con cierta felicidad. Márgenes de resistencia y años de trabajo, aunque fuese en un terreno elegido. Libre, inseguro, sin facilidades.

En la antigua Yugoslavia, hubo lugares donde el resentimiento no ganó, y se preservó la arquitectura austrohúngara junto a las mezquitas turcas, las catedrales ortodoxas y al lado se construyeron avenidas arboladas estilo soviético. Pero en Pristina triunfó el eslogan "Destruyamos lo viejo para construir lo nuevo" y la hermosa ciudad turca fue arrasada y conservó su estructura, reedificada feamente con cemento. El comisariado político fue más fuerte. Los censores de nuestro ayuntamiento pretenden hacer lo mismo con Sant Gervasi, y sin duda lo están consiguiendo.

Por suerte, hay comentaristas que juzgan leyendo. Màrius Serra ha leído La plaza del azufaifo y le ha gustado. Lo ha recomendado en su Lecturàlia de Catalunya Ràdio con estas palabras:

Recomanàrius. La plaza del azufaifo, d'Isabel Núñez (amb pròleg d'Enrique Vila-Matas) ... (Melusina, 2008) Isabel Núñez és una escriptora de contes i crítica literària que viu a Sant Gervasi i que, ara fa un any, va engegar una exitosa campanya per salvar un ginjoler bicentenari en un solar del carrer d'Arimon que estava amenaçat per una obra. Aquest llibre reprodueix les entrades que va anar escrivint en un blog durant un any (de maig a maig), i narra la complicitat del barri, de poetes, escriptors i periodistes, com Enric Casasses, Oriol Bohigas, Lluís Maria Todó, Antoni Puigverd, Pi de Cabanyes (que recorda que els murcians també en diuen jinjolero ). Les reflexions poètiques i filosòfiques d'Isabel Núñez s'alternen amb les cròniques dels recitals pel ginjoler i la correspondència amb l'Ajuntament, sobretot amb Imma Mayol. Nuñez no estalvia gens de crítiques a la Barcelona aquesta del Visca per decret. Construlàndia, en diu. Entre les firmes per salvar el ginjoler destacaven les dels pares de l'alcalde Hereu. El blog arriba a llibre per suggeriment de Vila-Matas, que va ser el primer d'escriure sobre el cas a "El País".

Last Minute News:

He recibido un comentario de un escritor amigo que entiende mejor que yo "el caso del comentarista de El País" y elogios aparte, lo explica con precisión y ecuanimidad. Respecto a las razones de los otros, a mí me ha convencido. Dice así: "Jo sempre tinc present allò del pare del Gatsby: que coses que a mi, i altres com jo, ens van ser donades de naixement, com qui diu: l'accés a l'alta cultura, llibres i diaris a casa, bona música i conversa intel.ligent, etc, etc, etc, tot això hi ha molta gent que ho ha hagut de conquerir, aprendre o prendre. No crec que sigui un resentit. Potser té un sentit moral molt rígid, una mica calvinista, i deu pensar que ja tens prou padrins amb els que tens (suposo, no tinc cap dada que em permeti pensar això)... Ah, i no t'enganyis: sí, que has heretat, has heretat moltíssim, des d'uns gens esplèndits fins una manera de parlar, de llegir, de moure't, de sentir música, de relacionar-te amb la gent, has heretat molt, i és tan absurd renegar-ne com enorgullir-te'n, és així i prou. "

La Diagonal, en peligro

Foto: I.N. La Diagonal, 2008
No lo digo yo. Ya me avisó Cachodepan que lo había oído en la radio. Y ahora Jazzy me manda un artículo de Espinàs. ¿Por qué esa saña del Tripartit en destruir Barcelona? ¿Tanto dinero se están embolsando nuestros políticos? ¿Por qué esa insistencia en borrar la fisonomía de la ciudad? ¿Resultará que son aún peores que los otros? ¿Es el puro resentimiento contra los barrios que no les votan? ¿O es pura burramia incivilizada? Ya sé que esto debiera ir a mi otro blog, pero tengo que decirlo también aquí porque la Diagonal fue la calle de mi infancia, y también nos la van a arrebatar. Cuando yo era pequeña, el tranvía circulaba por el lateral, junto a mi casa. Luego lo quitaron torpemente, cuando en las ciudades europeas los mantenían, ¿y ahora hay que reponerlo? Como esos cafés antiguos que destruyeron en esta ciudad (pobre Balmoral afeado y convertido en Mussol, pobres tantos cafés convertidos en Bancos o zapaterías) para luego rehacerlos imitándolos en el más puro pastiche (léase Salón Rosa o tantas cadenas de cafés que imitan torpemente lo de antes. Para que nada sea auténtico, y siempre volvemos a Guy Debord). Ayer una señora me contó de un municipio cercano donde el ayuntamiento les expropia la única zona verde y boscosa, de árboles centenarios, para talarlos y construir una escuela. Dice que el pueblo está lleno de solares vacíos, pero el ayuntamiento prefiere expropiar (sin pagar) y talar. Otra chica me contó que en la Rambla de Gavà talaron toda la avenida de viejos y frondosos árboles y ahora no hay sombra y no se puede pasear por ahí en cuanto empieza el calor.
Van a cortar esos pobres árboles frágiles de la Diagonal que han sobrevivido al tráfico y la contaminación, sin poder ensanchar los troncos como en otras ciudades, con alcorques mínimos que no pueden compararse con los de París, Londres o ni siquiera Madrid, las altas y delgadas palmeras, los bonitos y desgarbados plátanos, todo lo que hay en la avenida central. Oh sí, luego dirán, para consolarnos, para engañarnos -como es tan fácil- que los trasplantan, cuando sabemos que el índice de fracaso es importantísimo, o aún peor, que replantarán. Si alguien se cree que ningún árbol puede llegar a serlo, a tener un volumen de árbol, plantado ahora en esta ciudad, entre máquinas, ruido, contaminación y la sequía que ya no se irá... No, yo no creo que nadie deba situarse, como propone un blogger que me confunde con otra persona al reverso, en una posición de hacer pedagogía. Yo no me siento por encima de nadie. Sólo intento resistirme a la destrucción, a la uniformidad, al cemento que ya ahoga esta ciudad, resistirme a la tala generalizada, a la destrucción del patrimonio, del paisaje urbano...
JOSEP MARIA Espinàs

Se habla de prolongar el trayecto del tranvía que, desde el Baix Llobregat, llega hasta la plaza de Francesc Macià, pasando por la Diagonal. Seguiría por la misma Diagonal, hasta conectar con el Trambesòs. No conozco el detalle del proyecto, pero es evidente que si esta prolongación se realiza, la Diagonal central, la que va de la plaza de Francesc Macià hasta el paseo de Sant Joan, quedará afectada. Supongo que deberán suprimirse carriles, cortar árboles y el espacio que va a necesitar el tranvía separará más los dos lados de la avenida.¿Es necesaria esta notable modificación? Esta Diagonal central es un eje básico de comunicación para coches, autobuses y, desde hace poco, bicicletas. No puede decirse que el espacio sobre. También hay que tener en cuenta que la Diagonal es un camino natural para los vehículos de entrada y salida de Barcelona, una línea recta que une dos puertas de la ciudad. No sé si han calculado las consecuencias que puede comportar estrechar este camino.Yo creo que la idea de abrir una diagonal en la parte alta del Eixample fue acertada, y me maravilla que fuera diseñada con tanta anchura. Es una calle relativamente moderna; hasta 1884 no se urbanizaron un par de centenares de metros, a la derecha del paseo de Gràcia. Hace solo 30 años, aún había bastantes solares no edificados a la izquierda de la plaça Macià, y yo los había visto. El estilo arquitectónico de los edificios que se encuentran allí --no solo los grandes bloques-- es significativo. Lluís Permanyer explica en un libro dedicado a esta avenida una anécdota demostrativa. El marqués de Robert, cuando había empezado a vivir en el palacete que lleva su nombre --en la esquina del paseo de Gràcia, la calle de Còrsega y la avenida de la Diagonal-- iba a menudo al Liceu. Asistía vestido de etiqueta... y con una pistola. Porque al ser funciones de noche, cuando regresaba a casa tenía que pasar por unos descampados en los que no se sentía en absoluto seguro.Ahora, a pesar de su anchura, la Diagonal central va repleta. Me cuesta imaginarme que se pongan en marcha unas obras que, para hacer pasar un tranvía, desmonten una estructura viaria tan importante durante años --tenemos larga experiencia de obras públicas-- y un importante eje comercial y de negocios quede afectado. Ni vivo ni tengo tienda en la Diagonal. Solo pienso que, a veces, Barcelona tiene mucha afición a la cirugía y demasiado poca al jabón y el desodorante.

martes, 17 de junio de 2008

La voz humana... y las voces del mercado

Foto: Antxón Gómez, yo en 1980
Hoy me he pasado casi todo el día en un estudio de grabación de Poblenou, para registrar la versión audio de mi libro CRUCIGRAMA, que edita Llibres de Veu. Pensaba que necesitaríamos dos días, pero no. Me preguntaba si mis cuentos resistirían la prueba: han resistido. Hay pequeñas cosas que ya no escribiría así, pero son excepciones. Hay palabras que me sé sin saberlas, las leo antes de que toquen, las adivino. Se ve que todavía me arrastra lo que me llevó a esa escritura y todo se anima y levanta al leerla. Hay un placer, una fruición, un deseo de contarlo. La editora ha dicho: "Si la gente que lo escucha se emociona tanto como yo..." A mí me gusta leer en voz alta. De pequeña me hacían leer en todas las funciones y rituales, ya lo conté aquí. Y también contar historias, películas, lo que fuera cuando llovía. Creo que hay algo mágico en la voz, porque al leer, ponemos algo en las palabras, una fuerza, un contenido, las coloreamos con matices que les dan otro sentido, las proyectamos y lanzamos como bombas: sin que el oyente se dé cuenta, lo convencemos, lo arrastramos, lo seducimos.
Al salir llovía y yo estaba algo perdida al dejar los bonitos edificios industriales de ladrillo para entrar en esa horrible mediocridad que han construido por allí. ¿Por qué todo lo nuevo tiene que ser tan feo en esta ciudad? Yo pensaba en Berlín, en los edificios industriales aprovechados para el arte y el ocio, y en esos patios maravillosos (Hoffe?) y en la habilidad para que lo contemporáneo no estropee sino que apoye lo histórico. Aquí se trata de borrar la historia con una mediocre superficialidad, una especie de fantasía convencional de familias modernas, y todo es feo por inculto, por falto de sensibilidad y sobre todo, por falta de conciencia histórica. Y en cambio, a la ida, he podido recorrer calles con algunas hermosas y melancólicas casas viejas y mis recuerdos saltaban agazapados: la casa de Llorenç Torrado, la primera vez que fui y me hizo unos macarrones. El cementerio en una visita muy extraña, con aquellos ángeles escultóricos. Y más allá, en una atmósfera similar, manchesteriana y solitaria, aquella cárcel donde encerraron a dos de mis amigas.
Leo despacio lo de Bob Dylan (traducción de lo intraducible), robo algún momento de tiempo para asomarme a la sugerente biografía de Mercè Rodoreda escrita por Mercè Ibarz (ayer leí esa declaración de principios que me sirve para mis notas de "No hay escritura sin memoria", por la asociación de escritura e inconsciente, y dice así: "Digo lo que no pienso y pienso lo que no digo. Pero en definitiva siempre digo lo que he pensado, sin pensar en lo que he dicho." El mundo de la Rodoreda me parece hipnótico, melancólico y quebrado, me atrae seguir). También he picoteado algunos extraños, a veces herméticos (y por eso pueden entenderse, como dijo Gild de Biedma que decía Coleridge, "de una manera vaga y general") y deslumbrantes Ossi di sepia de Eugenio Montale. Dijo Montale: «Obedecí a una necesidad de expresión musical... Quería que mi palabra fuera más adherente que la de otros poetas que había conocido. ¿Más adherente a qué? Me sentía vivir bajo una campana de vidrio y, sin embargo, me sentía cerca de algo esencial. Un velo sutil, un hilo apenas me separaba del quid definitivo ( ... ). Quería torcerle el cuello a la elocuencia de nuestra vieja lengua áulica, tal vez a riesgo de una contraelocuencia».Y añoro tiempo para corregir y podar mi libro balcánico, y para hacer más cuentos.
Mientras, seguimos con los obstáculos para la presentación de La plaza del azufaifo. Se me ha ocurrido una forma de negociar, que mañana intentaré, y que resolvería una parte de las cosas, la visibilidad. Luego faltará lo auditivo y tantas otras cosas. Y mi impaciencia para que el libro llegue a las librerías. Ayer me dijeron en La Central que la gente lo pide. Más tarde, me entrevistó Jordi Beltran en RAC 1 (No som perfectes), citando a Sagarra y a su primo Vila-Matas (quien ahora tal vez pasee por una ciudad lluviosa y literaria). Me llamaron de Localia para una entrevista en julio, etc. Hoy todo parece quieto, pero con la prensa nunca se sabe. A veces me pregunto si de verdad el libro tendrá eco, si le harán caso, si llegará algún día a las librerías. Por suerte, mi amiga la Pitonisa de Muntaner me tranquiliza diciéndome que todo eso se andará.
Tengo que decirlo: es terrible despertarse con el sol y la brisa y descubrir que sigo viviendo en un campo de grúas. No hay reposo. El fragor me hace pensar que vivo en una pesadilla. Intento ser impermeable, indiferente, pero no lo consigo. Me pregunto cómo lo harán esos que siguen diciendo que Barcelona es maravilloso. Hay que cerrar las ventanas para soportarlo. Mi pobre gata se ensucia tanto en la terraza que no logra adecentarse. Barro la terraza de polvo y cemento todos los días, Penélope triste, pero es en vano.
Ah, y salió Amazonas y modelos, la publicación de Mapfre con el texto que Lydia Oliva y yo hicimos cada una sobre nuestras conferencias en el Instituto de Cultura el pasado noviembre. Edición impecable y cuidada.
Plus tard... Miércoles (de luna llena, creo)
Ardua negociación en el Mercat. Un representante del distrito había pasado por allí dándoles una información equivocada, porque había confundido nuestra presentación con otro acto. Y no había manera de entenderse. Por suerte, venía conmigo Ratachina, que procede de una familia frondosa, amante de los árboles y lectora fan de Vila-Matas, con su temple firme y plácido y sus ojos verdes. Yo ya no tengo temple ni nada que se le parezca: cuando han empezado los problemas me he enervado, pero ella ha sabido hablar con todos, el Districte, la carnicera y jefa, el subdirector, el dueño del bar y al final, todo dependía del barrendero, pero hemos llegado a un acuerdo con él (alguien del mercado tenía que quedarse para que tuviéramos electricidad y sillas). Mientras esperábamos ha aparecido Casasses, con el pelo al viento, y ha dicho que en esa plaza no se oirá nada con el tráfico y que pidiéramos la otra. El problema es que nos ha costado meses que nos dieran un permiso, que nos contestaran siquiera y es el distrito quien ha elegido el lugar. Pero los dioses son compasivos: al llegar me encuentro con que
Màrius Serra ha mandado un mensaje al editor: "Enhorabona per aquest magní­fic llibre. Ja l'he llegit. Demà dijous el recomenaré des del 'Lecturàlia' de Catalunya Ràdio, al programa de l'Antoni Bassas..." (Si puedo, pondré esa radio a las 10 am...) Estas cosas me ponen tan contenta... ¿Pero cómo volver a concentrarme en mi trabajo? Si ni siquiera me he acordado de comer...

lunes, 16 de junio de 2008

El artículo de Joan de Sagarra


Foto: CC Javier Romero, Ephemeralthing, junio 2008

Mis Barrios
JOAN DE SAGARRA
La Vanguardia, 15/6/2008
El viernes me zampé La plaza del azufaifo, un libro de la señora Isabel Núñez, con un prólogo de mi primo Enrique Vila-Matas. El prólogo de Enrique no tiene desperdicio. Comienza así: “Este libro debería dejar mudos de la sorpresa a todos aquellos que tan intensamente hablan maravillas de Barcelona. Este libro habla de la otra ciudad, la que no llegan a ver nunca sus múltiples y entusiastas visitantes. Este libro quedará como uno de los testimonios más lúcidos de la destrucción general de Barcelona a principios del siglo XXI”. Toma castaña.
El libro de la señora Núñez trata sobre un azufaifo (un ginjoler) centenario y hermosísimo, un árbol situado en una finca de la calle Arimon, en Sant Gervasi, y cuya vida peligraba a consecuencia de unas obras que se hacían en aquella calle el pasado año. Pues bien, la señora Núñez organizó una campaña, que tuvo amplia repercusión mediática, y logró salvar el azufaifo, pese a la indiferencia mostrada por lo que la señora Núñez denomina, con frase un tanto proustiana, por no llamarla de otro modo, “nuestro magnífico Ayuntamiento de Hereuville”, y de manera especial por la señora Imma Mayol, la jefa de los verdes municipales.
El libro de la señora Núñez, amén de una muestra de civismo, es también un recorrido por una Barcelona, la de su infancia y adolescencia, prácticamente desconocida.
La señora Núñez es uno de esos ciudadanos de los que habla Enrique en su prólogo, “que han perdido las referencias urbanas y que vagan como almas en pena, como expulsados de unas calles que ya no reconocen”. No tengo el gusto de conocer a la señora Núñez, más joven que yo, pero podría muy bien haberme cruzado con ella, cuando la niña Isabel Núñez pasaba delante de mi casa, en el paseo de Sant Gervasi esquina plaza Bonanova, para ir al colegio de Jesús y María.
La señora Núñez habla en su libro de un territorio –el barranco junto a la torre Castañer, la torre de los Güell– que también es el de mi infancia, y en cuanto a su colegio, del que la señora Núñez no guarda muy buen recuerdo –la expulsaron–, también forma parte de mi adolescencia: con dos compinches de los jesuitas (de Sarrià) saltamos una tarde la tapia de aquel colegio de monjas para ir a ver una chica –no recuerdo cual, pero podría ser muy bien Nuria de Arana (todos estábamos enamoradísimos de la guapa Nuria)–, y a punto estuvieron de expulsarme de los jesuitas por aquella proeza (pero, desgraciadamente, no lo hicieron, entre otras razones porque mi papá era el autor de La ferida lluminosa, y su hermana, la tía Pilar, una monja muy importante en Jesús y María).
Desde que murió mi madre, hace ya veinte años, no he vuelto a poner los pies en la Bonanova. Cuando murió mi madre, ya no tenía nada que ver con la Bonanova que conocí, recién llegado de París, al final de nuestra guerra.
Aparte de un par de cines –el Murillo y el Adriano– y de la pastelería del señor Cortacans, la Bonanova no fue nunca mi barrio (la Bonanova era el punto de partida para descender a Barcelona).
Yo descubrí el barrio, la vida de barrio, cuando me fui a vivir donde actualmente vivo: en la parte alta del paseo de Sant Joan, en el Eixample. Cuando me instalé allí, lo desconocía por completo, así que me apropié del barrio, de los recuerdos de mi primo Enrique, que vivió su infancia y adolescencia justo al lado de donde yo vivo.
Mi barrio era el del cine Chile, de la bolera del paseo, de la pastelería Baylina (sólo esta última sigue en pie). Mi barrio, con el tiempo, se fue convirtiendo en una mezcla del actual y del antiguo paseo del general Mola, con la fábrica Elizalde muy dañada, pero todavía en pie. Era mi barrio y el de mi primo escritor. Pero, a partir del mes de diciembre del pasado año, mi barrio se ha convertido en el barrio de otro niño que recuerda haber visto a mi primo Enrique, con pantalón corto, bajar por el paseo Sant Joan camino de los maristas, de su colegio. Ese niño, que hoy es un funcionario que trabaja en el Museu d'Arqueologia de Catalunya y está a punto de jubilarse, no es otro que el señor Enric Sanmartí, cuyo personaje me honro hoy en introducir en esta crónica –crónica de barrio, de esos barrios que van desapareciendo– y que habrá de acompañarnos en más de una ocasión.
A finales del pasado año, el señor Sanmartí me hizo llegar una extensa memoria en la que me descubría cómo era el barrio de su infancia, me hablaba de cines, bares y comercios desaparecidos y me contaba la vida y milagros de muchos que todavía aguantan.
Gracias al señor Sanmartí, dentro de unos minutos, cuando acabe de escribir esta crónica y me vaya a comprar el diario en el quiosco del paseo con la calle Provença, me olvidaré por un instante de que el bar Provença es el bar Provença y entraré en el bar Quiroga, una especie de taberna, con su barra de mármol y sus grandes botas de vino. Un bar en el que está sentado el dibujante Opisso, ya muy viejo, que repite siempre la misma frase: “La vida és com la camisa d'un infant: curta i cagada”. Y unas mesas más allá hay un grupo de gitanos y cómicos que aguardan para ir a visitar a Carmen Amaya que está ingresada en la clínica Puigvert, al otro lado del paseo. Entre los cómicos se halla el actor José Nieto, que le firma un autógrafo al niño Enric Sanmartí. Ese es mi barrio, mis barrios. Moltes gràcies, senyor Sanmartí, pel seu regal.

viernes, 13 de junio de 2008

Plaza del azufaifo


Foto: I.N. Estambul, 2006

Esta mañana, antes de salir a por los periódicos, mi amiga L. me ha avisado de que Joan de Sagarra hablaba del libro en su interesante sección La terraza. El artículo es estupendo y casi todo el mundo me ha felicitado porque es bueno para el libro, aunque mi madre, que acababa de liberar al pájaro herido -recogido, alimentado y reconstituido por ella con granos de arroz integral y guardado en un carrito de la compra con rejilla-, cree que eso de referirse constantemente a mí sólo con mi apellido paterno como "la señora Núñez" me hace parecer vieja, y G. ha dicho que se alegraba, aunque con algunas reservas. Pero a mí, su frase "me zampé el libro", en ese estilo suyo de devorador, capaz de degustar y digerir copiosos banquetes y libros en esa celebración ritual tan particular, me ha parecido un buen síntoma, y la cita de su primo Vila-Matas añadiendo un expresivo "¡Toma ya!" me ha convencido. Y el tono de su artículo y los demás personajes y la historia y la pérdida de la ciudad. Además de la extensión y la difusión que sin duda tiene: me han llamado y escrito unos cuantos que lo habían visto. Su artículo y la referencia irónica de Francesc Arroyo en El País me han alegrado el día. No tengo tiempo de más. Este fin de semana, la vida social y las noticias, junto con ciertos planes de itinerario francés con Tigridia, lo han ocupado todo. No me ha quedado tiempo de quietud y escritura, que también añoro y que temo no poder tener durante la ruidosa semana, llena seguramente de las dificultades para celebrar la presentación (gracias al distrito, todo es muy difícil, aunque eso sí, Casasses ha aceptado la nueva fecha, y Manuel Delgado también; pero cada día surge un nuevo obstáculo. Parece que en el Distrito están tan furiosos de tener que soportar la presencia de un árbol exuberante en lugar de más cemento que han decidido que no podamos presentar el libro). Y martes y miércoles me toca grabar mi Crucigrama para Llibres de Veu. Y si alguien sabe cómo conseguir una tarima y unas sillas para ponerlas el lunes 30 en la plaça Joaquim Folguera sin que nos cueste dinero, que nos avise.

Y en El País Catalunya, en sus "Perlas", Francesc Arroyo dice:

Curiosidades. El libro, una delicia, se titula La plaza del azufaifo (Melusina). Es de Isabel Núñez y se presenta con prólogo de Enrique Vila-Matas. Narra la resistencia de un grupo de vecinos del barcelonés Sant Gervasi para salvar a un azufaifo amenazado por la construcción. Lo consiguieron. Y si se puede salvar un árbol, ¿por qué otras cosas no valdrá la pena movilizarse? El primer ejemplar lo compró Enric Casas, director de comunicación del Ayuntamiento. ¿Lo hizo para ver qué imagen se da del Consistorio? No, es que durante un tiempo vivió en la zona.

Yo pensaba estos días en la música como motor de la memoria. Al reverso, Impromptu decía que la referencia a Robert Walser le sirve para pensar en la memoria, más que la magdalena o los pavés de Marcel. Pero para mí, esa lectura supuso una revolución interna hace muchos años y ya nunca más fui la misma, aunque como ya dije una vez aquí, me alegro de no tener que compartir esa emoción. Y en cuanto a Walser, también forma parte de ese rincón mío de posesividad lectora... Un amigo de treinta y fu se burla de que me gusten algunas canciones de los setenta y yo le digo: "Tú no puedes comprenderlo porque no estabas allí". A veces unas primeras notas nos transportan, de la forma más brusca y violenta, sin contemplaciones, como aquellas olas salvajes de la playa gallega de Las Furnas, que arrojaban a cualquier osado bañista con fuerza contra la arena, con el pelo para arriba, la piel colorada y algunas contusiones. ¿Adónde nos llevan? No necesariamente a una escena concreta pero sí a un espíritu, a aquellos sueños atropellados y furiosos que no podían cumplirse o sólo se cumplirían después, a su manera imprevisible y burlona, o a un deseo imperioso y a veces destructivo, a la pérdida de todo, al arrancamiento de yos jóvenes o infantiles que quedaron atrás para siempre, o sólo a una nostalgia desbocada y abstracta que sólo la escritura puede aliviar.

Anoche volví a ver al azufaifo en uno de esos raros momentos solitarios en que nadie cruza la calle. Había un silencio casi total, de madrugada, y se oía la brisa y el balanceo leve de sus hojas. El tronco se veía negro, viejo, pero extendido con una amplitud asombrosa. Daba la sensación de una sonrisa arbórea.

jueves, 12 de junio de 2008

Las cosas pequeñas

Foto: I.N. La yegua que venía a saludarme en el camino, Menorca, 2008
Hay una canción simple que me hace bailar: es un chico que se pone unos zapatos nuevos y parece que todo a su alrededor se arregle, no hay cosa más tonta, pero me alegra inexplicablemente. Ha venido el del súper (hace dos años tuve un affair con un hombre que tenía celos de los repartidores de caprabo, lo cual siempre me resultó exótico, por improbable -yo necesito una afinidad cultural incluso para algo momentáneo!-, y porque no dirigía sus celos hacia ninguna de las opciones reales). Habían avisado que igual no venían por la huelga y al decírselo, él, que era un joven peruano corpulento, con aspecto de indio y una coleta, y sonreía como un niño, me ha explicado su suerte: por lo visto reparte por el Vallès y Sabadell y milagrosamente no se ha encontrado un solo piquete; en cambio a un compañero suyo le han parado tres veces. Por un momento he pensado que iba a hablar de los ángeles y sacarme una Biblia, pero me equivocaba..
Estaba yo leyendo un librito precioso de Shalamov en italiano "I libri della mia vita" donde dice que no recuerda haber aprendido a leer (al contrario que yo, que recuerdo bien ese aprendizaje y lo que significó para mí, con toda su ambivalencia y la transformación de mi vida y recuerdo aquellas primeras palabras descifradas y mentirosas, cómo me interpelaban), y cuenta (y conociendo sus maravillosos Relatos de Kolyma y su vida, eso duele) que la única biblioteca que tuvo en su vida estaba formada de dos libros: Aj, du, du! y el Silabario de Tolstoi. Es cierto que, como dijo ayer Kalman Barsy, la vida siempre nos derrota (una palabra que no desagradaba a la Ginzburg), antes o después, o al final, incluso a los que parecen tener la fortuna de cara, pero que parece cebarse especialmente con algunos. Y sin embargo, ese sufrimiento (no el de no poseer biblioteca y ser apartado de libros y escritura ninguna, sino su confinamiento en la peor parte de Siberia, el hambre y el frío y la atmósfera más despiadada) ayudó al pobre Shalamov a su escritura luminosa. Como las vicisitudes de Babel ya desde niño, con esa crueldad y esa locura que le rodeaban, le ayudaron a escribir tan bien. Yo siempre vuelvo a aquella frase de Pater que ya puse aquí y que le dije a un atribulado G hace poco, y también le transmití una frase de V que decía: "Yo no me imagino donde estoy sin haber sufrido y vivido lo que he vivido antes... no me imagino ser quién soy y saber lo que sé, sin todas esas historias..." Tampoco yo, pues todo lo que tengo son precisamente mis hándicaps puestos al revés, el dolor seco de la infancia que me hizo comprender, como aquel Double Bind de Hélène Cixous a los tres años en el jardín militar en Orán. Me repito, para variar. ¿Pero qué hacer con las propias obsesiones, si no es dar vueltas siempre con ellas en un perenne baile?
Ayer, cuando le hablé de mis bloqueos de estos años antes, vi que Kalman Barsy también los había sufrido y me contó que su compañera era escultora y ella tenía al menos lo físico. Le dije que siempre envidio ese trazo y gestualidad física a los pintores, porque nosotros, sólo cerebro... a veces pienso en aprender caligrafía china o algo así....Y él me dijo que había probado incluso ejercicios de escritura automática para obligarse... Yo le conté cómo me había consolado comprobar que la frase de Zweig sobre el bloqueo era cierta (al cabo de un tiempo sin lograr escribir, ¡uno escribe distinto, como si se hubiera estado entrenando en sueños, reaprendiendo!) y que también me alivió ver que Isaac Babel (para mí tan exuberantemente creativo) había sufrido bloqueos terribles, algo que leí, si no me equivoco, en un prólogo de La caballería roja (una versión tan mal traducida que tuve que abandonar). Y cuando le conté de cómo se me escapaba la escritura entonces en emails y luego aquí, me dijo: "Ah, tú usas eso para comunicarte..."
Yo seguía preguntándome si vendría alguien a escucharnos esta tarde cuando me ha llegado la noticia de que vienen cuatro o cinco más, entre ellos dos de los más exigentes y para rematar conocedores de mi materia, y me he echado a temblar por una centésima de segundo. Una parte de mí querría que no viniera nadie y se alegra cuando alguien con criterio y conocimiento de causa se disculpa por no venir, y la otra, todo lo contrario: se alegra de que venga gente y sobre todo, escucha inteligente.
Acabo de poner un título a mi dúo de julio en los Diálogos en el jardín que organiza también en el Ateneu el Espai Freud y en concreto el librero de la calle Berlinès. Como ha sido urgente, espero que la psicoanalista que dialogará conmigo esté de acuerdo, porque surge de una idea común: "Sin memoria no hay escritura." Y en versión catalana: No hi ha escriptura sense memòria).

miércoles, 11 de junio de 2008

Un mundo extraño

Foto: I.N. Autorretrato menorquín, 2008
A algunos, la huelga de los camioneros aún nos recuerda a Chile y a la muerte de Salvador Allende. Me lo ha dicho mi vecino (convaleciente, pero mejor organizado que yo en sus provisiones). Sin transportes, todo se paraliza. Alguien lo escribió el otro día: tal vez los responsables caigan en la cuenta de que fue un error abandonar el tren como medio de transporte de mercancías, mucho más ecológico que el transporte por carretera (que no me oigan los de los piquetes). Mientras, en la farmacia ya no tenían mi medicina homeopática y me han recomendado que buscara por ahí, porque ellos ya no pueden encargar nada. Mi editor me dice que algunas imprentas tendrán que parar la producción, porque no tienen espacio para acumular todo lo que van imprimiendo y los transportistas no se llevan.
Mi libro, que ha quedado tan bonito y bien editado, no puede llegar a la distribuidora ni a las librerías, pero si alguno quiere comprarlo, puede recurrir al librero de la calle Berlinès, el único que, prodigiosamente, tiene ejemplares a pesar de la huelga. Seguramente los tiene porque él mismo es un personaje del libro (el librero, que es fan de Vila-Matas, se ha entusiasmado con el prólogo, con la edición y con el modo en que la escritura del blog ha podido convertirse en libro).
Si seguimos así, pronto se acabarán las medicinas, los medicamentos, el papel para imprimir y todas las demás cosas. Pero los que nos gobiernan ya sabían que todo esto ocurriría y no hicieron nada para evitarlo. Es una sensación extraña en la que todo parece incierto. Salgo a la calle sin saber si habrá periódicos o si podré encontrar nada. Casi como en aquellos restaurantes (paladares) o bares de hotel de La Habana, donde tenían que pasar sin tantas cosas: "no hay, no llegó" era la frase constante. Y la gente acarreando cubos de agua por la calle. Y esa sensación de tiempo detenido. Sólo que aquí, de momento, el tráfico y las obras siguen. El portal de mi casa recuerda a una trinchera. Todos los días hay que saltar para no caer al hoyo y atravesar barreras de ladrillos y estruendo. "¿Es que le molesta el ruido?" ironiza el capataz. "Lo que me sorprende es que no le moleste a usted, que trabaja sin casco... Se va a quedar..." "¿Sordo? -dice él-. Ya lo estoy".
Y héte aquí que, después de un mes de llamar todos los días al Distrito para conseguir que nos dieran una respuesta sobre la presentación del libro, un periodista (no un periodista cualquiera, un periodista pensante, filósofo) de El País consiguió con una llamada que le dijeran lo que a nosotros nos negaban. Y con el apoyo de la carta del editor a la prensa. Ahora ya lo sabemos. El libro se presentará el 30 de junio en la Plaça Joaquim Folguera. No sé de dónde sacaremos un equipo de sonido, ni si podremos tener sillas para la gente mayor. Pero allí estaremos. Cualquier voluntario que tenga camioneta y/o sillas será bienvenido. Y todos aquellos que quieran traerse sillas plegables donde acomodarse, también. La hermana de mi amiga de Austin, lectora vilamatiana de ojos verdes, me ofrece su apoyo también verde, energético y ajardinado.
No sabría decir cuál es mi estado de ánimo. Con todo este ajetreo de las dificultades de la presentación en la calle, el libro que Melusina y yo hemos engendrado, la huelga que impide que se reparta, la conferencia de mañana (¡espero que alguien venga! Mucha gente se excusa o tiene otros lugares importantes adonde ir, y yo me temo que seamos sólo cuatro amigos en el Ateneu), y las solicitaciones filológicas de G., llevo varios días sin escribir mis cuentos y ya lo echo de menos. Hoy he retomado un rato (demasiado breve) mi corrección del libro balcánico y sentía otra vez esa alegre quietud y reconexión con mi escritura de peregrinaciones croatas, serbias, bosnias, eslovenas y albanokosovares. Espero que mañana pueda volver a lo mío. Y la falta de sueño no ayuda. Pero a mediodía, en la comida, alcachofas aparte, me he descubierto un gesto que reconozco, un guiño de la infancia que evoca abandono y melancolía.
He ido a la presentación de Los ojos prohibidos de Alberto Hernando. Reconozco que, además de restablecer un diálogo interrumpido, tenía el aliciente de que lo presentara Kalman Barsy, un nombre para mí talismánico porque de no haber ido hace años a la presentación de su sugestiva novela La cabeza de mi padre no habría conocido a mi amigo serbio y no habría retomado mi entonces abandonado libro balcánico, que ahora publicará Alba. Y cuánto más aburrida y limitada habría sido mi vida sin las montañas rusas ex yugoslavas de mis viajes y las relaciones que se tramaron. O sea que yo no sería tan yo si Leonardo Valencia, que entonces era redactor de Lateral y hoy estaba también en Laie, no me hubiera invitado a esa presentación. Y si Kalman Barsy no hubiera creído tener un antepasado de Novi Sad. Y si Mihaly Dés, que presentaba el libro en aquella ocasión, no hubiera dicho: "Aquí tenemos un escritor serbio..." Y si, cuando le dije a LV: "Yo no sabía que teníais ese amigo serbio... me habría servido para mi proyecto balcánico, si lo hubiera seguido...", él no me hubiera dicho: "Escríbele. Le gustará" y no me hubiera dado su dirección de email. A veces las cosas... Así que le he contado eso a Kalman Barsy, tras escuchar su interesante presentación y la lectura de esos ojos hernandianos, llenos de horror marcelschowiano, de fascinación sexual por la reescritura sacrílega del mito y de humor negro. Y Kalman Barsy me ha contado de su novela inédita, que pronto publicará Pre-Textos.
Alguien me ha llamado mientras volvía para decirme que el libro del azufaifo le ha encantado. Yo lo he llevado a la presentación y LV se ha quedado impresionado con la delicada y hermosa edición de Melusina.