jueves, 31 de mayo de 2007

De la campaña y el abandono

Al parecer, los que se ocupan de la destrucción del edificio no han recibido órdenes de tener cuidado con el árbol, aunque la empresa ha tenido que pagar 20.000.-euros de depósito por ese ejemplar, si bien en los documento oficiales lo inscribieron con el nombre de otra especie, probablemente para no dar la alerta a Parcs i Jardins de que se trata de una especie protegida por las leyes europeas y nacionales. Ahora está rodeado de escombros, algunos muy pesados. Los libros antiguos están diseminados en ese jardín junto con juguetes, ositos de peluche, documentos personales de los propietarios, recuerdos, pedazos de muebles olvidados, fragmentos de una casa: es inevitable pensar en una instalación de Boltanski (Tout ce qui reste de mon enfance) o tantas piezas judías sobre la memoria.
He observado un momento a los que destrozan la casa, rompiendo techos, molduras y rosetones como si fueran de papel. Escaleras, vidrieras, bonitas persianas que filtraban la luz con sombras verdosas, finas columnas, un agradable porche. Es una lástima ver tantas energías jóvenes puestas en la destrucción del patrimonio de la ciudad, de su fisonomía, de la armonía de la calle, de la sombra y las flores que caían sobre la acera, por donde pasan hileras de niños diminutos cogidos unos a otros con sus maestras. También me resulta inevitable no pensar que es mi mundo el que cae y que yo no me identifico con la fealdad que crece y se construye a toda velocidad, engulléndolo todo. Nosaltres no som d'eixe món.
La campaña para salvar el azufaifo está en marcha. Tenemos un escrito para recoger firmas en el barrio y el martes presentaremos la instancia oficial. Si conseguimos salvar el árbol contra los intereses inmobiliarios (que no se han ajustado a la ley, y han preferido buscar una vía de falsedad) y contribuimos a paliar un poco la horrible degradación de este rincón de nuestra pobre ciudad habrá sido mucho. Además, resistir ayuda a sentirse vivo y no podremos decir que no lo hemos intentado.
Y desde el punto de vista simbólico, para mí, el azufaifo protagoniza una escena de mi infancia que sigue en mi cabeza, esperando a la escritura. Por eso salvar ese jardín (contra el parking) significa también simbólicamente. La ayuda entusiasta y eficaz de N. ha sido decisiva. Por cierto, una amiga italiana me ha contado que la madera del azufaifo se usa para fabricar las tenoras, y me ha mandado una pieza de Picasso representando una.
Un extraño y contradictorio comentario de Galeno sobre este árbol: "Verdaderamente, yo no puedo testificar en que cosa las açufaifas sean utiles, para conservar la salud, ò expeler las enfermedades. Solamente conozco que son vianda de mujeres, y de niños desenfrenados... no obstante las açufaifas son pectorales, engruesan los humores calientes y subtiles, que destilan al pecho, e mitigan los dolores de la vexiga, y de los riñones..." No curan, pero curan, vianda de mujeres y de niños desenfrenados. Eso me devuelve al huerto de azufaifos cuya tapia salté o de pequeña, deslumbrada por los muros encalados, y a la reprimenda y el castigo que me llevé por el atracón. Y al olor dulce de esas frutas.
Pienso inevitablemente en la atracción melancólica que ejercían en mí, sobre todo de pequeña, las casas abandonadas, tal vez por identificación con mi propio abandono. Entrar en el mundo de unos desconocidos, en sus vestigios, la extraña violencia casi obscena de aquel espionaje, la sensación de pérdida y el paisaje melancólico del extrañamiento. Recuerdo haber guardado mucho tiempo los dibujos bonitos, pero algo torpes de una casa que tiraron detrás de la Diagonal. O la casa más antigua abandonada en el barranco, junto al colegio, con un calendario sucio donde ponía justamente 1939, y de cómo para entrar, me quedé colgada de unas zarzas, en el precipicio, y las otras dos niñas huyeron, y acabé entrando yo sola, con los muslos arañados, empujando una puerta vencida, en aquel lugar abandonado al acabar la guerra, entre la fascinación histórica el miedo de encontrarme una rata.

HELP AIUTO SOCORS AU SECOURS AUXILIO


¡Pedid clemencia para el pobre azufaifo!

Si alguien pasa por aquí, lectores invisibles, por favor, inmediatamente, sin dilación, llamad:
Llamad a Parcs i Jardins, 93 413 24 00 o al 010, o al telèfon (In)cívic de l'Ajuntament, o a la compañía destructora-contsructora SUPORTIS, secretaria Cristina Pérez, tel. 93/2157900, o al Periódico, o El País Catalunya, o La Vanguardia o a Metro, o a la Guàrdia Urbana, y pedid clemencia para un árbol, ejemplar de una especie en peligro de extinción en este país, el azufaifo o ginjoler o zizibus de la calle Arimón 7, esquina Berlinès, que está a punto de perecer bajo los escombros de esa terrible obra, junto a la última casa bonita e histórica que nos quedaba.
Naturalmente, los "ilustres" del barrio con los que he podido hablar están tan indignados como yo por este nuevo atropello. El escritor Lluís Maria Todó es uno de ellos, y me sugiere que contacte a Enrique Vila-Matas, que vivió en esta calle hace años.
Últimas noticias: Parcs i Jardins nos ha notificado que el árbol no se puede destruir, que no se puede arrancar ni trasplantar. La compañía Suportis nos comunica que piensan transplantarlo, pero parece más bien un simulacro de destrucción. En cualquier caso, los vecinos tememos por él y la calle se degradaría.
El técnico que se encarga de ese expediente en el Ayuntamiento nos dice que la empresa obtuvo la licencia falseando la información. En el expediente aparece un solar completamente vacío, sin aludir al olivo, a los dos cítricos, ni mucho menos al ejemplar de zizibus protegido. La empresa tiene prevista la construcción de aparcamientos subterráneos, por tanto pretende destruir el jardín. El técnico me dice que los arquitectos están avisados: ahora no pueden decir que no lo saben. Pero también me advierte que llame a la guardia urbana si atentan contra el árbol. Las excavadoras no pueden acercarse a dos metros del árbol, para no dañar las raíces
He escrito a Imma Mayol comunicándole los hechos.
Necesitamos un biólogo que certifique por escrito que el árbol protegido está ahí.
Mi falta de tiempo se agrava más y más... Cualquier llamada a programas locales de tv, radios, periódicos será bienvenida.

miércoles, 30 de mayo de 2007

Azufaifo, Ziziphus Jujuba, Ginjoler, activismo arborícola























Las fotos no son bonitas y se resisten a colocarse bien. Abajo, izquierda: el azufaifo sobresalía compitiendo con la fealdad de esa casa de ladrillo visto, una muestra de lo que se construye cuando derriban lo antiguo. Arriba, derecha: el pobre azufaifo amenazado con el cartel flamante de una de las compañías.
He llamado al Telèfon Cívic, que debería llamarse Telèfon Incívic: me han dicho que si el árbol está en un terreno privado, el propietario puede hacer lo que quiera con él. Parece que en vez de mejorar, empeoramos.
Casualmente me entero de que el azufaifo está en peligro de extinción en este país, no sólo en la calle Arimón. Pero resulta que al personal del telèfon incívic no le importa. Mañana llamaré a Parcs i Jardins, supongo que me dirán que ellos no pueden hacer nada.
También llamo a la sección "No funciona" de El País, y hablo con Francesc Arroyo. Otro mundo. Escribo deprisa una carta al director de La Vanguardia. Ha aparecido Isabel Lacruz, Ninca, hija de Mario Lacruz y editora de Funambulista junto con su hermano Max. Yo pensaba en ella estos días al ver los estropicios inminentes en el jardín del azufaifo. Sé que ella contempla y sufre el deterioro de este paisaje desde su piso de la calle Berlinès. Sé que protagonizó una campaña para conseguir árboles en Berlinès que tuvo éxito en teoría pero que nunca vio resultados. Ninca me ha dicho que entre los escombros veía libros antiguos. He bajado con ella a inspeccionar y en efecto: hemos visto una antigua enciclopedia Espasa desperdigada (con acepciones en esperanto), un libro de Phaidon de pintura francesa, una edición de Guerra y paz, cerca del árbol amenazado. Es duro ver cómo han destrozado los techos con sus molduras y rosetones, las escaleras, las persianas arrancadas, y cómo invaden el jardín con los pedazos. La destrucción es veloz, esos chicos están en plena forma y ponen todas sus energías en destrozarlo todo, protegidos por la desidia de este ayuntamiento (dicen los vecinos que Hereu nació en esta calle, pero eso no parece cambiar las cosas).
Ninca prepara una campaña de carteles. Berta Muñoz del Taxidermista, vecina también de este barrio, se ha ofrecido para encadenarse al árbol, aunque tenía que ser esta noche, porque mañana se iba a París. Otros vecinos ilustres y también con escasez de tiempo ofrecen sus posibilidades. Por desgracia, no tenemos aquí a ninguna marquesa mediática y el tiempo vuela.
El azufaifo es originario de China, como ya anticipó V, aunque he leído que seguramente llegó a Andalucía a través de la zona arábigo-sahariana. Y está en peligro de extinción. Pero a nuestro ayuntamiento de izquierdas, ¿por qué iba a importarle? Como dice la Guàrdia Urbana: "las obras hay que hacerlas". "El ruido no tiene límite de decibelios". Y ahora el Telèfon Cívic: "si es propiedad privada, todo está permitido".
Que la calle se quede sin ese árbol que salía del jardín, las flores que caían sobre la acera y las ramas que daban sombra, ¿a quién le importa? Si un ejemplar de una especie en extinción es destruido, ¿a quién le importa? Si la ciudad pierde cada vez más su belleza, su identidad histórica, su armonía arquitectónica, ¿a quién le importa?
Lo importante es suprimir una terraza de bar de una bocacalle de Mandri, porque da a una plaza donde no molesta a nadie, y no cumple la normativa porque la acera no es lo bastante ancha. La degradación de nuestro paisaje urbano, la desaparición del silencio y la quietud, la negación de las calles sin comercios, de las casas de siempre, la destrucción de la ciudad que conocíamos, por la que se podía andar, todo eso no es importante...
Para consolarme, trabajo. He logrado reducir un artículo sobre Kosovo a la mitad, para que pueda salir antes del verano. Tamaña heroicidad podadora me ha hecho sentir bien, y recordar aquella conversación de Woody Allen y Scorsese. Decía Scorsese que las películas le salían siempre demasiado largas. En cambio Woody Allen, que cuando cogía la tijera, ¡alguien tenía que pararle para que no desapareciera la película! Un poco como el vértigo de Giacometti y aquellas esculturas diminutas, de las que ya hablé aquí, en mi post sobre los valientes. También recuerdo la obsesión de Giacometti que contaba su pobre hermano. A veces estaban comiendo y de pronto, Alberto le empezaba a mirar fijamente y el otro pobre ya sabía que tenía que engullir a toda prisa y los dos correr al estudio, a posar para un retrato.

Memoria, sueño, pensamiento

Foto: Sello de Nicolás Salmerón Es mi único antepasado ilustre y ético en un linaje familiar derechista. Yo le había oído decir muchas veces a mi madre: "Pues don Nicolás no era mala persona, aunque fuera republicano..." Nació en un lugar de luz blanca y nombre bien bonito, Alhama la Seca, en Almería. Presidente de la I República, dimitió por no firmar unas sentencias de muerte. Aquí tiene cierto prestigio (una calle, un monumento), porque se enfrentó al nacionalismo español para apoyar las reivindicaciones catalanas.
Si lo pongo hoy en este blog es por culpa de un visitante gallego-nipón, que ayer, al ver mi foto de pequeña, escribió por aquí algo como: "si sigues remontándote al principio, no sé qué pondrás después..." Tengo mucho trabajo y cierta melancolía. Me gustaría tirarme en el sofá a leer la biografía de Lacan (la parte realmente biográfica es maravillosa, aunque los fragmentos técnicos me aburren) o acabar el abandonado Lessico Famigliare de Natalia Ginzburg (ayer releí ese pasaje en que el hijo detenido por los fascistas adquiere prestigio porque le detienen con Einaudi o con Pavese) o escribir desordenadamente en cuadernillos. Cuando duermo poco, mi estado de ánimo es peligroso, no para los demás, sino para mí misma. Es fácil que me invada la nostalgia de lo que creo haber perdido, o que sienta un mayor apego por proyectos fallidos, o que eche de menos lo que ya no puede ser. Tras una noche de sueño regular, todo se resitúa y entonces puedo analizar mi auténtico état d'âme y distinguirlo de las perspectivas reales, o recuperar energías para escribir algo con más esperanza. De modo que, sin querer, se establece una arriesgada relación entre el sueño, la memoria y el pensamiento.
Plus tard... Un paseo para buscar las liquidaciones de mi editor, en una trabajosa ruta decimonónica, esquivando las grúas y la fealdad, me ha reconciliado con mi mismidad, barriendo los restos de cansancio, hambre y sueño. Lástima que al llegar he visto la casa del azufaifo envuelta en plástico verde: se acabó. Ni siquiera podré hacer ya la foto con mejor ángulo. RIP.

martes, 29 de mayo de 2007

La vida está en otra parte

Foto: Vuelta a los orígenes, ésta era yo, con mi melancolía y un balón de reglamento. El hombre que sacó la foto ya ha muerto. Era un amigo de mi padre, bigotudo y con una sonrisa entre triste y afectuosa, que vino a mi boda y me dijo: "Yo soy el que te hizo una foto con un balón de fútbol..."

El sábado fui a ver al librero de la calle Berlinès, y no estaba. Parece una tontacanción de Armando Manzanero: aquí no llovía, pero un vendaval agitaba los destrozos de las obras que están destruyendo con saña todo vestigio de arquitectura humanista y ajardinada de esa calle y de la mía y de tantas otras para llenarlo todo de ladrillo, como insinúa Forges. Le escribí y me contestó que los sábados por la tarde cerraba porque "hay vida más allá de la librería". Y cuando me alegré de esa idea, me dijo "ya sabes que la vida está en otra parte". Yo tenía un amigo que pensaba que la vida (o la fiesta) estaba siempre donde yo estuviera. Un día me llamó desde Sant Pere Pescador. "¿Dónde estás?", me dijo. Yo estaba en Tiana, en casa de unos amigos. "Quina sort!", me dijo, con un acento de total sinceridad y alegre envidia. Todo es cuestión de percepción, pienso. "Más que percepción", me dice el sabio librero, "tal vez se trate de deseo".
Una amiga madrileña muy seráfica, cuando le contaba mis amoríos, siempre me decía: "¡Qué fresca!" Y me llamaba Cléo de Merode, y su tono me encantaba, parecía reconvertir el contenido de moral judeocristiana del adjetivo y rescatarlo con la vitalidad de lo floral o frutal. Como la madre de una vecina que, de pequeña, me decía: "Tens la pell tan fina com una poma camusina!"
En todo esto me entretengo mientras la Guàrdia Urbana acude a mi llamada de SOS por el pobre azufaifo de mi calle, amenazado de muerte. Mi amigo B. me llama ya "querida azufaifa" o me sugiere que me encarne en "Tita Cervera de Bonnemaison".
"¿Usted ha visto cómo lo talan?", me pregunta el agente. Le digo que no, que entonces sería demasiado tarde. "Ah, entonces usted cree que lo cortarán..." Esto es como lo del maltrato. Si no hay asesinato, no se puede hacer nada. Sólo esperar a que ocurra para detener al malvado. "Oiga", le digo, "cuando derruyen una casa pueden hacer dos cosas, llevarse el árbol con raíz y darlo a Parcs i Jardins, o masacrarlo, como han hecho con todos los jardines de esta manzana. Pero necesitan un permiso. Yo sólo compruebo que tengan ese permiso..." "Muy bien", dice el agente.
Veremos lo que me encuentro al salir. Y dicho esto vuelvo a mi trabajo... mientras oigo sin querer las fascinantes explicaciones que la profesora de latín le da a mi hijo y siento que la vida está ahí, en esa habitación caótica pero llena de cultura romana, me gustaría dejar lo mío y volver al latín y a los orígenes de la lengua...

lunes, 28 de mayo de 2007

La casa del azufaifo

La foto es mía, la he hecho esta mañana, como recuerdo de lo que va a ser destruido

Fue V quien me contó que al venir a mi casa se cruzaba un azufaifo que le recordaba a la China. Ella no sabía de mi historia con el fruto de ese árbol. De muy pequeña, antes de los 5 años, en el colegio de Figueres saltaba yo una tapia prohibida con otras niñas y nos colábamos en un pequeño huerto, rodeado de muros encalados que refractaban la luz del sol, deslumbrante. Allí había un azufaifo porque una vez nos dimos tal atracón de esos frutos rojos que al llegar a casa, la Bruja aprovechó para ensañarse. "¡Esto para que no vuelvas a comer azufaifas!", me dijo. Así conocí la palabra, tan árabe como acequia o aljofar. Aún recuerdo la luz del huerto y el olor y vagamente el sabor de aquella especie de cerezas gigantes, que nunca más había vuelto a comer (se ve que el mandato de la Bruja tuvo éxito) ni a ver. ¡Y tenía el árbol en mi misma calle! Lástima que el descubrimiento me llega justo antes de su muerte. En su política de entregar la ciudad al diablo (los constructores), como ya dije anteayer en Polis, este ayuntamiento permite perpetrar el asesinato del paisaje histórico. Alrededor de mi casa están tirando todas las casitas viejas, todo rastro de lo que fue, para construir sólo fealdad y mediocridad sin identidad ninguna.
No me cansaré de repetirlo.
Mientras, he empezado a leer la biografía de Lacan escrita por Elisabeth Roudinesco, y aunque es muy prolija en lo puramente psicoanalítico, y a veces me aburre, otras veces sobresale el personaje, el Lacan joven, odiando tan saludablemente a su familia y la ideología que transpiraba, yendo a ver a Dalí, con su ropa siempre agradablemente extravagante, su extraña mezcla de arrogancia y charme y sus hallazgos, y me subyuga.

viernes, 25 de mayo de 2007

Días extraños

Ésta es una vieja foto mía de los 18 años (creo que me la hizo mi hermana Malicia) No sé muy bien qué hace aquí. O sí: un amigo me preguntó hace unos días si nunca me gustaba una foto mía. Es un asunto difícil...
La luz grisácea y opaca del cielo corresponde perfectamente a mi estado interior, desapacible, agitado, pero al mismo tiempo, arañados por esas nubes están múltiples proyectos, tentativas de escritura que me interesan, sueños que intento desentrañar con cierta fascinación -el de esta noche era una misteriosa mezcla de pesadilla y placer, es decir, una pesadilla con momentos mágicos y de gran alivio que me permitían seguir durmiendo, entre Barcelona y Pristina, el caos y la sensación afectiva de volver simbólicamente a casa en un abrazo imposible-, y pese a todo, me despierto a las 6 como si una voz pronunciase mi nombre muy bajito, y con un martilleo de latidos pulsando en mi cabeza. Pasan demasiadas cosas al mismo tiempo, y no hay síntesis posible o si la hubiera sería de una gran ambivalencia.
Anoche leía un poema durísimo de Sylvia Plath para mi conferencia de mañana y en ese mismo momento me llegó el mensaje desesperado de una amiga lejana, que como ella, ha dejado de comer y de dormir, aunque también conserve su ironía y su talento. Ella me hablaba de su niñez asociándola a la mía, a mi encierro en el cuarto de la caldera, porque su resistencia a emprender un análisis en serio la hace caer en las garras de los adoradores del síntoma. O esa es mi visión inquieta, porque temo por ella y a veces siento la necesidad de que se corrigiera esa injusticia, y de que su talento le permitiera vengar a los villanos, villanos enfermos pero villanos al fin. Un poco como en el testimonio de las mujeres de Ravensbruck: mantenerse con vida era su resistencia, "no lograrán acabar conmigo". Y cuando salieron del campo, contar lo que vivieron, como un deber hacia las que murieron allí. Mi infancia fue mi Auschwitz particular (¡oh, yo sé que exagero! no pasé hambre, pero recibí golpes a diario y estaba siempre encerrada, puedo burlarme de mi percepción de ahora, pero a los 2 años, a los 5, todo es más difícil) y escribirla sin autocompadecerme, contarla como el Kolima de Chalamov, sin quejarme como un lloricoso Soljenitsin, es mi obsesión. "Scrivere è il mio dovere", me dijo Arben Idrizi, un poeta albanés melancólico en Pristina, que hablaba italiano.
Me consuelo un momento con Edna St. Vincent Millay, gracias al sugerente blog de Geo, que empieza con una bonita cita suya. Y repito aquí un fragmento de un soneto suyo que me hace sonreír:
I too beneath your moon, almighty Sex,
Go forth at nightfall crying like a cat...
Acabé mi traducción del libro magnífico de Slavenka Drakulic sobre los criminales de guerra. Sólo me queda corregirla. Después de mi conferencia de mañana.

lunes, 21 de mayo de 2007

En la Capella del MACBA

Esta tarde tenía una pequeña reunión en el MACBA y mi interlocutora nos ha recomendado que al salir, pasáramos por la Capella, donde hay una instalación de los artistas Janet Cardiff y Georges Bures Miller, The Forty Part Motet, una pieza coral del siglo XVI, Spem in Allium de Thomas Tallis (1575) cantada por 40 voces, cada una de las cuales tiene salida por un altavoz independiente. El efecto es maravilloso. Al menos para mí, sedienta de conciertos de música religiosa y celestial. Y en ese setting perfecto. Yo he sentido efectivamente cierta reparación, como si algunos fragmentos míos se consolidaran escuchando esas voces y mirando la bóveda de la capilla: cierta respiración feliz, unos minutos de auténtica epifanía. Sólo quedan unos días.

domingo, 20 de mayo de 2007

Dimanche toujours

Es gracioso pensar cómo odiaba yo los domingos, no sólo de pequeña, cuando me costaba decidir cuál era mayor tortura, si estar prisionera en mi "casa" o en el horrible colegio del que me expulsaron (que entonces tenía un jardín inmenso), sino después, cuando ya podía fugarme y abandonarme con nocturnidad a esos paréntesis sin tiempo, la tarde del domingo siempre era, por el horror que suscitaba, peor que la temida realidad del lunes. Y luego, muchos años después, odiaba mi prisión de los domingos porque tenía mi espacio ocupado (de fútbol silencioso o de la simple prolongación en el tiempo de algo bueno ya deteriorado) y sólo en las horas laborables volvía a tomar posesión de mi casa.
Y en cambio ahora, este silencio maravilloso de mi barrio (hasta que vuelve la marabunta), me hace desear la reclusión solitaria, y tras la visita de un amigo y el desorden lentísimo de las mañanas, qué felicidad estar escribiendo a trozos mi conferencia y a trozos un libro extraño, y a trozos leyendo, rebuscando y picoteando para componer un recorrido de ideas: Colette, Lo puro y lo impuro, Carver, What We Talk When We Talk About Love, o "Intimidad" (bien traducido por Jesús Zulaika, debo decirlo), Wide Sargasso Sea de Jean Rhys, el Quijote, la Recherche, Aleksandar Hemon, Dubravka Ugresić, un poema de Dorothy Parker, Sarah Waters, Wuthering Heights, Charlotte Perkins, Alice Munro, y tantos otros, para acabar el trayecto con uno de mis cuentos, que debo elegir entre tres... o cuatro.
Qué placer en la lentitud, los tés como rituales, alguna conversación telefónica y luego vuelta a este quehacer maravilloso que sólo puedo permitirme sin la banda sonora de la semana: teléfono, urgencias de traducción, pobre estado de mis arcas, malas noticias, retrasos en los pagos, pesadas negociaciones, maravillosas clases de yoga que a veces me pierdo por presentaciones casi obligadas y vida social que no cabe, como tampoco caben apenas las pasiones nuevas, y dudas mías y ajenas que trenzan cordones nerviosos desconcertantes.
Y en medio de mi retiro silencioso, me llega la noticia de que están inventando unas impresoras en 3D que permiten mandar por email información que se transforma, "imprimiéndolos", en objetos: muebles de cartón, un reloj, qué sé yo qué. Esa idea me encanta. Pronto nos podremos transferir por email todo eso y mucho más, un robot. Y entonces, inmediatamente, pienso con aprensión: cuando ya nadie pueda salir a la calle sin escafandra porque el aire será irrespirable (y no precisamente por el tabaco, ay) y no habrá oxígeno y el sol quemará aún más peligrosamente, dejaremos de tocarnos, de vernos, sólo nos comunicaremos por cables y nos mandaremos objetos por email.

sábado, 19 de mayo de 2007

Un repentino malaise

Arthur Rackham, La pastora de gansos en pleno "Vuela, vuela, viento alado..."

Un malaise ya inesperado, espectacular, aunque sin consecuencias, me atacó con quasi-nocturnidad y me ha retenido en la ciudad, prisionera yo también como las protagonistas de mi conferencia del próximo sábado. Así que poco a poco, en la medida que mis condiciones y languidez lo permitan, recuperaré este tiempo (que había ya entregado al ocio, a ver a mis amigos, a revisitar un mar familiar, a veces plateado y senil, y los plátanos de troncos gigantes que abrazaba de pequeña y el viento antes de que lo conviertan definitivamente en un mar de cemento, tal como está ya anunciado), para mis escritos mecánicos o en cuadernos o los papeles de hacienda o la pura ensoñación a la que en mi mundo sólo tienen derecho los enfermos...

martes, 15 de mayo de 2007

Viento y barridos

Foto: Manel Armengol, Pins de Cap Norfeu, Cadaqués
El viento, el mismo viento que ha tumbado varias veces a mi pobre castaño de Indias en la terraza y que ha roto la maceta del rosal de pitiminí que me regaló Àngels Ribé (es decir, que no es un rosal cualquiera, sino todo lo contrario), me ha sacudido también a mí, digamos que felizmente, llevándose preguntas y telarañas y revelando una peligrosa desnudez de las cosas, arrastrándome a lo realmente aventuroso.
De pequeña, yo vivía en el país del viento y me gustaba (por destructor, por romántico). En la hostilidad que me rodeaba, el viento sólo podía ser -como el resto del paisaje, como los pájaros que cantaban para mí en exclusiva- un poderoso aliado: si era capaz de descarrilar los trenes, si los barcos naufragaban por él, ¿cómo no iba a poder liberarme de mi encierro y de la Bruja que era mi carcelera? Vibraban los cristales y decían: ya viene la tramuntana. A los locos los llamaban "bojos del vent". Había uno que coqueteaba con los coches, bajaba de pronto de la acera, los amenazaba con cruzar y no cruzaba, se reía, los hacía frenar y enfurecerse... Yo me levantaba sonámbula en las noches de tramuntana. Y pese a todo, temía salir volando.
¿Dije ya aquí que en Belgrado, el viento del Sur, el Koshava, lo trastoca todo? La gente olvida las cosas y llega antes o después a las citas. Aunque no sé si es eximente en casos de asesinato, como el Föhn suizo.
Y ese viento de ayer ha dejado un cielo radiante, que parece casi griego, y con las buganvillas de un color mucho más intenso. Y yo traduciendo sobre Milosevic y Mira Markovic y sus perversiones, leyendo a ratos deprisa a Alice Munro y Grace Paley para mi conferencia coreográfica, intentando hilar en mi cabeza, mientras ando, unas ideas para construir una historia, reprimiéndome todo el día para no estar escribiendo en el sofá, y sufriendo por ello. Como no me den la beca, no sé qué será de mí.

sábado, 12 de mayo de 2007

La muerte y la primavera


Foto: Manel Armengol, Borago officinalis

Ese título de Mercè Rodoreda siempre me atrajo. Yo estaba segura de que en la primavera -como en la adolescencia- había una extraña e intensa combinación de Eros y Thánatos. En estos días, la llegada súbita del calor y la luz que lo pone todo en evidencia -la soledad, el deseo, la renovación vital, el reñido espacio de fuga y asfixia de las vacaciones por llegar, y tantas otras cosas- con una obscenidad implacable, que algunos no pueden resistir, llegan atropelladas noticias de inicios y finales.

Hace dos días, un colega de mi hijo se tiró por la ventana de un cuarto piso de la academia donde estudian. El chico resultó ileso, pero su desesperación (y la imagen de su abuelo célebre que se quitó la vida de la misma manera), su tristeza y la escenografía compartida llegaron con mi hijo a casa, en una vibración que se extendía como una onda acuática. Mi eco es mi propia adolescencia, de la que sólo me salvó el azar o el inconsciente, según como se mire. Pero también, en esta época, se reanudan los viejos lazos míos con el paisaje, de una fisicidad que todo lo arrastra, la vibración más brillante de mi oscura niñez.
Una amiga joven me reveló hace unos días su deseo de quedarse embarazada, y hoy, otra me anuncia que lo está, y mi ex me llama en la misma mañana para preguntarme a qué playa debería ir (lo cual no es más que el anuncio de otro inicio) y yo misma me encontraba ya prendida en un inicio otro, con su estela de desconcierto, oscuridad y perplejidades mezclándose a la libre celebración gozosa. Hoy todo el mundo se va a la playa y yo me quedo a escribir mis Coreografías del deseo. Apuntes literarios, una pequeña conferencia que daré el sábado 26 en el Col·legi de Metges, organizada por Invenció Psicoanalítica y que debería cambiar tal vez de título o añadir un subtítulo que sería Las prisioneras. El tema de esa conferencia, o más bien, la conexión interna conmigo, o su vibración inspiradora, por seguir con la misma metáfora del pájaro que levanta el vuelo y deja la rama temblando, o las ondas expansivas en el agua al tirar una piedra, me ha despertado. Es una de mis dos maneras preferidas de despertarme.
Mientras, sobre la banda sonora de las golondrinas vecinas, el rosal silvestre de mi terraza se ha llenado de rosas (de Pitiminí), han florecido las tres buganvillas y he tenido que lidiar con una plaga de caracoles.
En cuanto a la foto maravillosa de Manel Armengol, es una de las protagonistas de su sutil Herbarium, y me parece la imagen perfecta para estos pensamientos.

jueves, 10 de mayo de 2007

De informáticos, psicoanalistas y humanismo

Foto: Gabinete de Freud, Londres
Héme aquí de nuevo esperando al informático. Media vida esperándole y luego, cuando al fin viene, esperando a que se vaya. Con la misma impaciencia. Se lo dije una vez a un amigo y me contestó: "Antes fue el confesor, luego el psicoanalista y ahora el que ocupa ese lugar en nuestra vida es el informático..." Algo de razón tenía. Sólo que resulta mucho más penoso, no que el confesor, que yo por suerte no tuve, pero sí que mi psicoanalista, a la que yo siempre añoro, y cuando estoy muy enmarañada y voy a verla para consultarle algo, sigue maravillándome con su traducción de mis palabras. Querría incluso grabar lo que me dice, porque tendrá que durarme meses... El informático es esa figura ágrafa que no comprende mis manías, le basta con entender al ordenador, y eso ya es mucho. Me dice: "Cuántos libros... yo a veces querría leer, pero enseguida me quedo dormido..." Creo que los psicólogos de orientación no-psicoanalista, tan aficionados a poner etiquetas, han inventado una palabra para definir a esa gente que no ha leído novelas, ha ido poco al cine y no sabe hablar ni elaborar sus emociones. Dicen que esa patología se da mucho entre informáticos. Y encaja mucho con estos tiempos nuestros, de fin del humanismo, fin de la educación tal como se entendía en Europa, fin de la Francia de siempre, fin de tantas cosas. Recuerdo que cuando le pregunté a otro amigo por sus perros, me dijo: "Ah, els meus gossos! Són els últims humanistes!" Pero esos perros han muerto ya también. Incluso la derecha francesa de Chirac, que no renunciaba a ciertas conquistas sociales (como los derechos de las mujeres) y que tenía, pese a todos sus horrores y corruptelas, el poso humanista de haberse enfrentado al fascismo, también se acaba. Y en lugar de En attendant Godot, yo espero al informático. Para que arregle los desaguisados de la compañía telefónica.

miércoles, 9 de mayo de 2007

Pesadilla telefónica

Foto: Habitación de Maiakovski en Moscú
Mi día se ha convertido en una pesadilla gracias a Terra y Telefónica. Me notificaron que debía cambiarme de terra a telefónica o me quedaría sin servicio, pero prometieron que no me cortarían la conexión. Empezaron el día cortándomela, luego estuve llamando y llamando, pero me decían que yo no era de telefónica (los de telefónica) y que yo no era de terra (los de terra), que mis facturas no existían en sus ordenadores, que yo no tenía derecho a tener conexión hasta dentro de ocho días... etc. Todo eso tras repetir cientos de veces mi DNI, mis números y datos de todo y contar la misma historia a muchos empleados, cada uno de los cuales contradecía al anterior. Pero me he puesto tenazmente borde, he preguntado por responsables, me han puesto una coordinadora (que se dirigía a mí llamándome "Doña Núñez") y que finalmente me ha introducido en su ordenador, y ese gesto ha permitido que los del servicio técnico accedieran al fin a ayudarme. Ya tengo conexión, aunque no sin estragos. Tendrá que venir el informático (que cobra) a ponerme los ordenadores en red. Ahora están desprotegidos y yo tengo acceso a un ordenador desconocido, de modo que tal vez otros estén accediendo al mío: esa idea me hace estremecerme. Espero no caer en manos de un desaprensivo... Pero pondré una reclamación a la compañía, que nadie lo dude.

martes, 8 de mayo de 2007

Vecinos

Foto: Isaïes Fanlo
Cada año, en primavera, una pareja de golondrinas viene al patio de mis vecinos, donde anidan -ellos y sus antepasados- hace mucho tiempo. Curiosamente les gusta este patio ruinoso y tan urbano. Tal vez saben que uno de mis vecinos tiene nombre de pájaro. En ese patio de cocinas y lavadoras, hay unas cuerdas de tender, que no utilizo porque la ropa se ensuciaría con los vapores de las comidas ajenas, pero les sirven a las golondrinas. Se ponen una frente a otra y entablan agudas discusiones.. Cuando me asomo, se callan y me miran, moviendo constantemente la cabeza para adquirir una visión más completa. Si salgo al patio, revolotean y se alejan un momento. Y luego vuelven a sus conversaciones. La gata los observa con nostalgia casi sufriente. A veces la encuentro subida al repecho de una ventana, calculando un imposible ataque. Una vez parecía incluso de acuerdo con la gata vecina, frente a la alada presa.
Debería incluir aquí un texto que escribí de pájaros para leer en la cárcel... tal vez. Vuelvo a enterrarme en una montaña de trabajo imposible. No tengo tiempo de contar aquí lo que querría... más tarde. Son tres semanas de frenesí, y al estrés se añade un forzoso cambio de router que tal vez me deje sin conexión: es duro depender de Telefónica. Los cables de todos los teléfonos de esta casa pasan por mi terraza, como en un pueblo africano. Mientras ningún gobierno obligue a esa gente a reinvertir y les deje embolsarse todo lo que nos quitan, sin límites...

sábado, 5 de mayo de 2007

La resaca


Foto: Elena Vilallonga, The Twins, 2007

He puesto esta foto aquí porque me alegra la vista y el espíritu y creo que ejerce un efecto terapéutico sobre mi extraña resaca, que no es una resaca alcohólica, sino tal vez oriental, cinematográfica y también virtual, de una especie de lucha de espadas de pensamientos e impulsos que acabó en humo y en unos posos que aún tengo que analizar, como las brujas que miraban los del té o la vieja lapona que veía el futuro en unos trozos de bacalao seco, en el cuento de Andersen.
Ayer vi dos películas más en el Baaf. Una china, Qinchun ji o Sacrifice of Youth (1985) de Zhang Nuanxin, una narración poética y contenida de una China fronteriza, casi tailandesa, campestre aunque tal vez fantaseada, por lo que me dijo V (mi asesora en temas chinos), con alusiones críticas muy de fondo al régimen maoísta, y estaba yo extasiada y en plena epifanía, pensando en la belleza de todo lo que veía, cuando de pronto surgió un final absurdo e inexplicado y rematado con una canción kitsch.
Después, me disponía a trabajar y concentrarme, pero ese criscrossing de impulsos y pensamientos al que antes aludía, y que parecía un clímax negativo de una especie de escalada de encantamientos, me dejó tan estupefacta que accedí a la proposición de la autora de la foto y me fui a ver la taiwanesa I don't Want to Sleep Alone, del director malayo Tsai Ming Liang, creyendo, en una ingenuidad que sólo se debió a mi confusión momentánea, que podría verla impunemente. Es una película negra y en realidad excepcional, sin apenas diálogos, y se diría una contemplación desnuda de la pura verdad urbana antropológica y asfixiante de nuestro mundo. En Kuala Lumpur, en un edificio abandonado, en plena miseria e intoxicación del aire, se refugian y mueven lentamente unos personajes al margen, entre la compasión y las pasiones perversas, en unos rituales de cuidados -a un comatoso, a un desheredado, a una masajista- físicos y rituales de limpieza en un lugar imposible, que recuerda efectivamente a la India, donde no hay buenos ni malos y todo puede reconvertirse, con un trasiego de grifos que gotean, de colchones transportados de la calle, que hay que lavar y desinfectar, de cuerpos yacentes frotados con ungüentos y energía o con productos insólitos e industriales, de telas arrolladas a la cintura, de una rutina tan hindú de limpieza incansable envueltos en mugre y ruina, esa insistencia eficaz en crear reductos y pequeñas pero potentes atmósferas de refugio con telas y mosquiteras en medio del caos, de ese depósito de agua turbia al que se cae literalmente bajando por las escaleras... Esa sensualidad del agua estancada, esa vida en la putrefacción, esa belleza negra, urbana, palpitante y con un humor que surge en plena oscuridad, me vuelven ahora en forma de resaca porque ayer no pude soportarla. Había una terrible falta de aire y de verde allí dentro, que la escena de sexo ahogado, los dos tosiendo y con las mascarillas puestas y quitadas y vueltas a poner, escenifica con tristeza. Y ahora volvería a verla, tenían razón los demás, que salieron extasiados (aunque tal vez convulsos) de la película y yo discutía con ellos intentando aclarar por qué no podía digerirla. Sólo me faltaba tiempo...

viernes, 4 de mayo de 2007

Del envoltorio


Foto: Carta de Linda Danz
Siempre me pregunto por qué en este país y en esta mal llamada ciutat del disseny, los envoltorios, los rótulos, las señalizaciones, los sobres, los sellos, todo lo que rodea y envuelve tiene que ser tan feo. Aún ahora que casi se ha acabado la correspondencia terrestre, siempre que recibo cartas de mis amigos de por ahí envidio sus sellos, sus matasellos, sus sobres doblados según la necesidad, y cuando tengo que escribirles en vano intento que mi letra hermosee un poco el panorama de sobres feúchos y sellos siempre terribles. A veces me da pena tirar los sobres de las cartas que recibo, que suelo reciclar para envíos otros, y muchas veces había pensado en hacer un gran collage de cartas hasta que vi en el MACBA que un artista lo había hecho antes que yo (fue Muntadas On Subjectivity), y no me refiero simplemente al mail art sino a una reflexión más narrativa. Me encanta ese paisaje del envoltorio epistolar, tan afín a la cultura japonesa del envoltorio... Durante años vi con extrañeza cómo algunos rompían y apartaban los papeles de los regalos sin fijarse -en que eran de seda, de color del té verde, de arroz, que llevaban una firma dibujada, un retrato imaginario del homenajeado, unas cintas de una rara arpillera, una ironía estampada...
Yo siempre fui entusiasta espontánea del arte epistolar. El género me inspiraba. Enric Casassas, cuando yo le explicaba que intentaba escribir, que no encontraba mi voz, siempre me decía A mi m'agradaven les teves cartes... Tenía una caja inmensa de cartas de amigos que en mi adolescencia me escribían y dibujaban, una caja que acepté inexplicablemente que mi madre tirase porque así lo quiso Othello, que estaba conmigo entonces. Nunca me perdoné por esa concesión, más sangrante en alguien que quisiera guardar todo registro del pasado (había proyectado una boltanskiana exposición del armario con la ropa de toda la vida de alguien, ordenada por años... Pero Othello me persuadió de tirar la ropa y las dimensiones de mi casa, a las que nunca me acostumbré, le daban la razón). Una vez, uno de esos amigos reencontrados me enseñó algunas cartas mías de esos 16 años y me dejó estupefacta porque vi que entonces ya estaban en mí, en medio de mi locura de entonces, cosas que creía muy posteriores. Tal vez todo estaba desde el principio, pensé...
Sobre la fealdad: en eso Barcelona no es distinta al resto de este pobre país, parece que hay un empeño en llenarlo todo de fealdad, y esa sería para mí la obra del diablo o del mal que escenifica la política y la economía, el que estropea el paisaje, derruye los edificios que componían una historia, borra los signos de los conflictos que la explicaban y lo convierte todo en galerías comerciales.
Y sobre la correspondencia: en este país, se desdeña ese género, se intenta privatizar correos y se maltrata a aquellos que lo utilizan, mientras en el pays gabache, Correos promueve concursos literarios de cartas y en París hay un pequeño musée des lettres, en un edificio precioso, una callecita tranquila, sin tiendas ni ruidos (algo que aquí casi no existe), maladroite y mal montado pero con cartas maravillosas y dibujadas de escritores y artistas...

miércoles, 2 de mayo de 2007

chinoiseries

En el Baaf he visto Tierra amarilla (Huang Tu Di), de Chen Kaige, con Zhang Yimou de director de fotografía. Era 1984, empezaba algo, un movimiento crítico de nuevo cine chino. Un pueblo en la montaña, personajes que apenas se hablan, apenas se miran, se dicen una pequeña parte de lo que sienten o querrían decirse, los ritos, las texturas de la ropa, las bodas adornadas de rojo, obscenas entregas de niñas a una no-vida, la música vibrante, la esperanza liberadora que parecía el comunismo en plena miseria y esclavitud, irónicamente asociada al sueño supersticioso, la idea de las ciudades lejanas y libres, la desesperación y un paisaje inmenso, la manera de contar, como quien despliega un hatillo de telas chinas, el niño que no hablaba, con la cara sucia y el dibujo sorprendente de la nariz y los labios, las canciones donde sí se decía todo lo no dicho, el agua amarilla, el agua marrón, el agua nunca transparente, la sopa y el .
Una película maravillosa (aunque yo no haya sabido explicarla), de la que apenas existen copias, y que los valerosos organizadores del Baff han logrado traer a Barcelona pese a las dificultades, según me cuenta la presque chinoise V. Ayer, en el festival, vi a un amigo de V. que había hecho full immersion en el festival: aprovechando el puente, veía cada día unas cuantas películas y se sentía completamente transportado a Oriente. Pero cuando intentaba sintetizar algo común en esas películas, las palabras le traicionaban; parecía describir nuestro lado occidental, decía "grandes ciudades implacables, mucha soledad, sálvese quien pueda..." Yo diría que la única diferencia entre Oriente y Occidente es el pasado, y cómo ese pasado late y distorsiona nuestra percepción y nuestra actitud frente al presente (como suponemos que la historia diferenciaría las características morfológicas y vitales de cada extraterrestre de distintos planetas), cómo ese pasado cambia nuestra mirada y la forma en que nos ven.

martes, 1 de mayo de 2007

¿Quiénes son los valientes?


Foto: Dorothea Tanning, Birthday

En la presentación de la biografía de Ricardo Muñoz Suay, Jorge Semprún le traicionó por tercera vez, al menos a mis ojos, tal vez siguiendo la tradición evangélica. Una de las cosas que dijo fue: "Siempre he admirado a Ricardo [Muñoz Suay] por una cosa: no era una persona valiente; era un cobarde, un pesimista filosóficamente hablando, pero siempre estaba en su sitio. Pensaba que detrás, a la vuelta de la esquina, la policía le iba a detener, y a pesar de todo, ahí estaba." Esa idea me irritó. Entonces, según Semprún, ¿los valientes serían aquellos héroes míticos que no pensarían siquiera en el peligro, tan abstraídos estarían en el éxito de su causa? ¿No serían esos los inconscientes? ¿O los que sufren otra clase de enfermedad? He conocido corresponsales y cooperantes con un núcleo enfermo, que necesitaban vivir en el peligro completo para sentirse vivos. ¿Son esos los valientes semprunianos? Yo pensaba que el valor no excluía el miedo. Pensaba que el valor consistía en no dejarse paralizar por el miedo, en que, aún temblando o cubiertos de sudor, nos arriesgáramos y no a cualquier cosa, sino a aquello que nos parece necesario para no avergonzarnos de nosotros mismos. Como el buen persianero del que hablé aquí.


Una especie de cobardía generalizada me asfixió en la infancia. A mi alrededor, nadie tenía valor y las luchas de poder, intestinas, se basaban en el aprovechamiento del miedo de los otros. Casi todos huían en algún terreno y en ese mismo lugar se enseñoreaban sus enemigos. Ante el maltrato, algunos volvieron la cabeza, otros sintieron el goce morboso, el alivio de los celos. Dos personajes se rebelaron para proteger, pero nunca de una forma decidida. Y luego, nadie tuvo el valor de reconocer los hechos ni su propia implicación. Prefirieron el silencio y la negación. Nadie aprendió siquiera a decir: yo fui, yo lo hice, me equivoqué. Nadie corrigió nunca nada, salvo con pequeñas compensaciones nimias, que expresan melancólicamente una culpa codificada.


Cuando al fin mi parte vital ganó la batalla a la otra y decidí que sí quería seguir adelante, me di cuenta de para mí, era muy importante otra clase de valor. El valor de decir, de defender, de no mentir en lo importante, de no engañarme ni enterrar lo conflictivo bajo la alfombra, de mantener una ética personal, de hacer siempre algo, aunque fuese ínfimo, para corregir simbólicamente lo injusto, lo que no soporto, lo que aún me enferma. Aunque cualquier gesto mío de aventura esté lleno de incertidumbres, de ansiedad, de miedo que se mezcla a una extraña felicidad. No me juego la vida como tuvo que hacer Ricardo. No pretendo hacer grandes cosas, sino muy pequeñas (sintiéndome como las figuritas de Giacometti que desaparecían sólo avec un coup de canif). Pero procuro cultivar, al menos de vez en cuando, esa incertidumbre que lo vuelve todo más libre y emocionante, aunque también más incómoda e imprevisible, con momentos duros, y me haga preguntarme muchas veces qué hago ahí ("Elegís caminos tan difíciles...", me dijo una vez mi padre. Pero cuando le pregunté a quién más incluía el plural, se rió levemente y me aclaró que -era su forma sesgada de no molestar, su repentina timidez, insólita en alguien aparentemente tan temperamental- se refería sólo a mí).


He cambiado mi foto por un cuadro de Dorothea Tanning que ya traje aquí y que me resulta muy próximo, más allá de antiguas similitudes y coincidencias.
Ah, pido excusas por autorreferenciarme tanto con los links, pero es la única manera de no repetirme... tanto.