sábado, 10 de febrero de 2007

Más libros

A pesar de mis propósitos de contenerme con los libros, ayer compré dos microlibros, una nouvelle de Somerset MAUGHAM-, animada por mi comentarista anónim@, que me recordó la publicación de Theater/Julia en Ediciones B, y luego, en El País, vi la crítica del estreno de El velo pintado. Pero salvo la maravillosa The Razor's Edge (1984)- (Al filo de la navaja), con Gene Tierney, en épocas más gloriosas del cine, yo prefiero leer a Maugham que ir a verlo. No encontré Theater y me compré Up at the Vila- sobre la que también hubo película. Y para compensar la dureza pétrea y deslumbrante de los Diarios de Pizarnik (cuya lectura les debo a Dante bertini y a Pere Gimferrer por partes iguales), me llevé de la alta estantería de La Central SUR PAROLE : INSTANTANES PHILOSOPHIQUES, une oeuvre de DERRIDA ... , tuve que subirme a la escalera, pero no me importó porque pensé en esa maravillosa película sobre Derrida, D'ailleurs, Derrida (1999)- donde él enseña su biblioteca en París, y con escalera de caracol, sube a un pequeño altillo con mansardas donde sólo tiene la filosofía pura, Heidegger, etc..., y lo dice con su sonrisa, un poco como ironizando su adoración o recordando la idea de los místicos y esotéricos de poner siempre los libros sagrados en alto, que nunca tengan nada encima... Y le preguntan a Derrida (me encanta el título sur parole, la connotación judicial y la asociación a la libertad) cómo pasó a la filosofía si soñaba ser futbolista. Él precisa que ser futbolista fue sólo uno de sus sueños adolescentes, pero explica cómo la lectura de Les nourritures terrestres de Gide, gracias a un maestro llamado Lefevre, le trajo la primera epifanía y de ahí pasó a nietzsche. También cuenta cómo lloraba al separarse de su madre en la escuela y cómo cantaba al salir, y como al preguntar dónde estaba su madre, le dijeron que su madre "faisait de la cuisine", creía que había una cocina en la escuela donde podría encontrarla, ya que no podía imaginar que ella estuviera en ningún otro lugar salvo en el mismo edificio donde él estaba. La cara de Derrida me consuela, hay algo en su expresión que me produce un efecto casi terapéutico, reconfortante e inmediato. Tengo un libro sobre él, un número monográfico de la revista Europe, Jacques Derrida (con un texto maravilloso sobre la traducción), y su foto en la portada es mi favorita, no me resuelvo a guardarlo, siempre está por ahí encima, acompañándome. Leí que PETER SLOTERDIJK contaba su impresión, al saber la noticia de la muerte de Derrida, como si cayera una sombra sobre él, la sensación de soledad fulminante. Yo había sentido algo parecido, a pesar de mi manera ignorante y maladroîte de acceder a su obra, y tal vez por eso intento seguir siempre leyéndole y viéndole por la casa.

1 comentario:

toni.b dijo...

Te leo hablando de Derrida y me haces pensar en el documental de Kofman y Dick que hace un par de años largos -o quizá algo más- se estrenó en los Verdi Park: estoy muy de acuerdo en lo que dices de su rostro y su mirada.

Bueno, y hay enfermedades de las que es muy difícil curarse, si es que es necesario: visitar librerias, hacerse con libros...

Un abrazo.