martes, 10 de octubre de 2006

Berlín

Fotos:
Marx, Engels y yo (Rathaus Platz, Berlín, 2005)
Archiv Bauhaus, Berlín)
En Berlín, he entrevistado a Slavenka Drakulic, que vive allí con su stipendium para escribir un libro. Después de analizar la banalidad del mal con los retratos de criminales de guerra en su magnífico They Would Never Hurt A Fly que aún no ha tentado a ningún editor de por aquí, ahora escribe sobre la banalidad del bien. Me contó una historia interesante a propósito, que no repetiré aquí... aún. Me citó en el Wintergarten del Literaturhaus cafe, en Fasanenstr., junto al museo maravilloso de Käthe Kollwitz, con sus grabados del hambre y la muerte. Llovía furiosamente y me caían algunas gotas en el pelo y sobre mis papeles, desde el techo acristalado. La voz ronca y profunda de Slavenka se impuso en la grabación sobre el ruido ambiental. I will wear printed glasses, me había dicho, para que pudiera reconocerla, y en efecto, las gafas con estampado leopardesco le quedaban estupendamente, como un maquillaje. En Berlín el invierno es muy largo, pero creo que el clima cultural -al menos allí no borran la historia, sino que se exhibe con sus heridas, huellas de conflictos y homenajes de memoria- me compensaría por un tiempo: es duro volver al desierto cultural y a esta ciudad borrada y convertida en centro comercial sin historia, pese al clima físico, que es la única razón que encuentro para vivir aquí. En Berlín, el año pasado no resistí hacerme la foto turístico-nostálgica con Marx y Engels, en su estatua gigante, parecen mirar a su alrededor pesarosos y enfurruñados de ver en lo que se ha convertido el mundo.

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